El valor de la incoherencia
Lo confieso, soy un ser ocasionalmente incoherente. Es duro. En la sociedad de la rectitud pública y en el país del Quijote, la incoherencia es una etiqueta que cuelga de los perdedores. A la coherencia, sin embargo, se le permite mirar por encima del hombro, caminar con el pecho hinchado, exigir la perfección.
No es que venga todos los días, tampoco nos pasemos, pero a decir verdad, la incoherencia sabe que siempre puede tomar una taza de café en mi casa, donde compartimos nuestra tristeza, en ausencia de la inmaculada coherencia.
Ay, a veces, la incoherencia puede ser hasta generosa. El problema, apunto yo, es que la coherencia se ha vuelto muy conservadora: no acepta ni las imperfecciones ni las complejidades del ser humano. ¿Puede ser, por tanto, un concepto progresista?