Ellen Goodman

Premio Pulitzer al comentario periodístico.

 

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Ellen Goodman – Boston. Supongo que esto se encuadra en la categoría general: «Cuidado con lo que deseas.?

Hay todo un sector que en tiempos ansiaba el día en que la mujer se convirtiera en participante en igualdad de condiciones con respecto a los hombres dentro de la población laboral.

Seguían el incremento gradual de la presencia de la mujer. Debatían el motivo de que el progreso se detuviera durante la última década. Hablaban de conflictos de conciliación entre vida familiar y vida laboral y el atractivo de «elegir el otro camino.?

Lo que no predijeron fue que la mujer alcanzaría por fin el objetivo de la igualdad, no tanto por alcanzar la cima como porque los hombres se despeñaran ladera abajo. Pero aquí estamos.

En el invierno de nuestro descontento económico, las mujeres ocupan ya más del 49% de los puestos de trabajo de las plantillas de la nación. Si superamos la frontera del 50% -no aplaudan todavía- se deberá a que los hombres están perdiendo sus puestos de trabajo a un ritmo mayor que las mujeres.

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Esta dudosa igualdad es en gran medida historia de dos economías versión actualizada. Los varones tienden a trabajar en la fabricación y la construcción, áreas que resultaron ser las más afectadas y las primeras en caer. Las mujeres tienden a ocupar empleos como sanidad o educación, que no se han visto afectados (aún.)

Durante el último año, ocho de cada 10 avisos de despido llevaron un nombre masculino. El índice de desempleo femenino no es nada halagüeño en el 6,2%, un 2% por encima con respecto a 2007. Pero el índice de desempleo masculino es del 7,6%, más de tres puntos por encima. Sume a eso el hecho de que más hombres dejan de buscar empleo. No sólo tiene una cifra cercana a la paridad de la mujer en el espacio laboral, tiene un montón de mujeres de familias en las que antes ambos trabajaban que se han convertido en el cabeza de familia que pone el pan en la mesa.

¿Quien pone el pan en la mesa? ¿O debería decir quien pone el cuscurro? La otra parte de esta «paridad» familiar en tela de juicio es que incluso si las mujeres ocupan la mitad de los empleos de nómina, no aportan la mitad de la nómina familiar. Ellas siguen ganando 78 centavos por cada dólar que gana el hombre. En los hogares en los que los dos trabajan, los maridos ganan cerca de las dos terceras partes de la renta y normalmente son el cónyuge con el empleo que tiene protección sanitaria.

De manera que el trabajo de las mujeres se ha vuelto más estable, pero menos rentable. Y no olvidemos que la recesión acaba de empezar. Las mujeres aún estamos a tiempo de ponernos a la altura (o a la bajura) de los despidos masculinos. Son especialmente vulnerables a los recortes de plantilla en instancias locales y estatales, donde tienen presencias desproporcionadas.

También son menos dadas a ocupar esos empleos «manuales» que desempeñan, bueno, hombres y que inicialmente son objetivo preferente de la ley del Senado antes que los empleos de infraestructura social favorecidos por la ley de la Cámara. Recuerde que cuando el presidente habla de crear y salvar 4 millones de puestos de trabajo, muchos destinados a ser salvados están ocupados por mujeres.

Sin embargo, si las mujeres están logrando esta cuestionable paridad en la macroeconomía, ¿qué está sucediendo en la microeconomía: la familia?

Los optimistas que seguían este cambio social siempre esperaron que conforme la mujer fuera la que recogiera el cheque a fin de mes, el hombre fuera el que recogiera el testigo -y los calcetines- en casa. Los hombres, los jóvenes en particular, hacen más. Algunos lo hacen todo. Pero por amplia mayoría, en el hogar semitradicional estadounidense, los hombres han sentado un precedente. Hacen más que sus padres y menos que sus esposas.

De hecho, los pasos más agigantados hacia la paridad en el espacio doméstico se parecen mucho a los pasos hacia la paridad en el espacio laboral. Los hombres no están haciendo más, las mujeres hacen menos. Y mientras que, dicho diplomáticamente, hay una gran cantidad de tensión en las familias en las que las mujeres son las que cobran, también es cierto que muchas mujeres que ganaban menos que sus maridos hacían un cálculo interno. Al cobrar menos en el espacio laboral, hacían más en el espacio doméstico para realizar una contribución «equitativa?. ¿Cómo se mantiene ahora esto?

El Estudio Estadounidense del Uso del Tiempo ofrece un interesante método para explorar las relaciones en una economía en horas bajas. Cuando las mujeres pierden su puesto de trabajo, emplean hasta el doble de tiempo en su quehacer doméstico y la atención a los hijos. Cuando son los hombres los que pierden su empleo, ellos dedican la misma cantidad de tiempo. La diferencia con respecto a ellas se emplea en dormir, ver la televisión y buscar empleo.

Cada enorme cambio económico como el que nos encontramos inmersos tiene un impacto imprevisible sobre la sociedad. Esta paridad laboral imprevista es solamente un ejemplo. Pero los matrimonios también se enfrentan a un cambio de infraestructura.

Estamos a punto de ver lo que sucede a las mujeres que ponen la comida en la mesa… o la quitan. Estamos a punto de ver si los hombres están manualmente dispuestos a ocuparse de más tareas familiares y domésticas. No hay nada dentro del paquete de estímulo relativo a esta materia, pero podríamos estar relanzando el languideciente debate sobre matrimonio como propuesta al 50%.

 Ellen Goodman

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