Iñaki Gabilondo en Noticias Cuatro: «Tal vez a España le cueste acabar con ETA, pero Euskadi, si lo quisiera, podría acabar hoy mismo. Bastaría que los vascos despertáramos del sueño y recuperáramos nuestra dignidad como pueblo. Una dignidad que hemos malbaratado en tantos años de comprensiones equivocadas, interpretaciones políticas enrevesadas y una variada gama de excusas y desenfoques para no ver lo obvio. Para no ver asesinos en los asesinos de ETA, sino patriotas, o hermanos descarriados, o vanguardia política, o mal necesario, o mal indeseable pero inevitable.

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Al no verlos exactamente como asesinos, era fácil que muchos no vieran a las víctimas exactamente como víctimas. Así, poco a poco, día a día, año a año, hasta el desarrollo del virus y la infección general; y la pérdida de la dignidad, por tanto silencio, tanta cobardía. Nos fuimos enredando en discusiones bizantinas sobre soluciones políticas o soluciones policiales, y sus múltiples combinaciones en uno u otro momento de la historia. Nos trabamos también, de forma pegajosa, en las disputas de ocasión. Lemoniz o Leizaran, hoy la Y griega vasca. Como si fueran razones cuando sólo han sido y son excusas. Enmarañados en esas disputas, relacionando la violencia con tal o cual hecho político o social, fuimos digiriendo, como simple efecto secundario, crímenes, muertos, huérfanos, viudas, amenazas y extorsiones. Y nos envenenamos. Euskadi es un pueblo que está envenenado. Desde hace unos años, lo sabemos con claridad, y nos asusta. Y queremos curarnos, y hemos empezado a curarnos. Pero todavía muchos sueñan con milagros. A esos milagros los llaman Madrid, referéndum o consulta. Pero los remedios no están en Madrid ni en la consulta. Están, por ejemplo, en los 2.409 votantes de ANV en Azpeitia, y en su joven alcalde, Iñaki Errazkin, también de ANV. Si ellos se atrevieran a defender sus objetivos políticos sin la ayuda de asesinos, y dijeran «no» a ETA, estaríamos en el camino de la curación colectiva. Pero ya vemos que no: 2410 cobardes. Y ya sabemos, lo dijo Montaigne, que la cobardía es la madre de la crueldad.»

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