Aunque me gusta honrar aquello de que en el día de la «Fiesta Nacional me quedo en la cama igual», ayer tuve que hacer un favor familiar y acercarme al centro de Madrid por la mañana. Me alegro de haberlo hecho pues encontré una ciudad viva, diversa, moderna, y muy democrática. Nada como «ir, ver y mezclarse» para comprender mejor.

Me dirigía por la calle Bravo Murillo al centro, observando la multitud de madrileños musulmanes, ellos y ellas ataviados con sus vestidos tradicionales. A las mujeres ya las había visto antes con la cabeza cubierta, pero a los hombres no los había visto de largo , lo que me dió una cierta aprensión de pensar que quizás era un día importante en su cultura y yo no lo sabía (después de pensarlo debe ser porque es Ramadán).

Cruzar Cuatro Caminos es entrar en mundo más tradicional de Madrid, familias paseando la soleada mañana, completamente ajenas al magno evento. Lo digo porque me bajé del coche a comprar el periódico y encontré varias madres explicándole a sus pequeños hijos lo horrendo de las armas.

Al llegar a mi destino, la Plaza de Santa Bárbara, me encontré con los asistentes a la marcha militar, familias tradicionales, parejas de jóvenes cogidos de la mano, también lo mismo pero en inmigrantes supongo que ecuatorianos, eso sí todos ellos con enormes banderas de España, contentos de participar de la Fiesta.

Todo es posible en democracia, así debe de ser, todo, excepto la violencia. Un día extraño ayer, en el que el ejército se me representó como el valedor de la paz, y los políticos de la derecha abertzatelizados hacia la violencia.

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