En el hecho del nacer humano ya tiene cabida el juego. Lo malo de la historia radica en que el protagonista es el único que no lo disfruta, y por eso tiene el bebé tanta cara de aburrimiento. Son los demás los que juegan a su alrededor: cambio de pañales; ¿a quien se parece…?; ¡déjame cogerlo! ; ¿ puedo darle el biberón….? Mientras,  él se aburre…, se abuuurre….
Pero la humanidad cuenta en sus haberes con una incuestionable capacidad de supervivencia y, aunque inconscientemente, muy pronto empieza a sacarle partido a todo lo blanco y negro que se mueva cerca , y empieza a jugar.
La historia lúdica de mi «primerísima» infancia no la recuerdo, y es una pena porque siempre he pensado que debía ser genial eso de ir tumbada mirando al cielo sobre todo, cuando me llevaban por la calle en un cochecito sin motor. Aunque sí me veo en el  vehículo en el que dormía mi hermana catorce meses más pequeña que yo, yendo a sus pies  sentada en el transportín.

Muchos años más tarde mi madre se sorprendía de que guardara en la memoria imágenes vivísimas con todo lujo de detalles, que ella confirmaba, de mi segundo año de vida:

Verano del 53: Villalba, piscina de la casa del amigo de mi padre, Juan Luis G.S. Mamá, excelente nadadora, tirándose de cabeza y mi hermana pequeña llorando y gritando histérica al verla debajo del agua: ¡ agua ton, agua ton! (??agua, tonta, agua tonta?, en aquella jerga infantil que yo conocía tan bien…) De aquel agosto también recuerdo a un fotógrafo estúpido que me llamaba ??tonta?, y creo que hasta ??imbecil? (¡y mi madre sin inmutarse! No se lo perdoné nunca…) para sacarme llorando en aquella fotografía de ??caritas?, que todavía anda por ahí y que estaba tan de moda en aquel tiempo.

Otra secuencia muy viva de la que veo hasta los trajes que llevábamos ( blancos, con cerezas, y lazo de terciopelo rojo en la cintura) sucedía en el mismo escenario, yendo a buscar perejil a una casucha al otro lado de las vías del tren en la que vivía una anciana, muy muy mayor, con pinta de bruja y que al menos a mí me daba terror. Las dos de la mano de ??La Fefa? , aquella mujer que nos cuidó y adoró, durante siete años cuando éramos pequeñas, que nos hacía las braguitas y camisetas de ganchillo, y que era de Belalcázar-Córdoba. Puedo decir de ella hasta el apellido, y no te rías, Blanca, porque te lo puedo demostrar cuando quieras..- Pero ?? La Fefa merece un capítulo aparte,  y lo tendrá ¡ya lo creo que lo tendrá!

Pronto empezaron nuestros juegos comunes: Todas las noches nos juntaban las camas, porque las dos éramos muy miedosas y dormíamos agarradas al camisón, la una de la otra. El dormir de aquella época era bastante incómodo, porque tanto ella como yo nos tirábamos media hora rezando por todo lo que se movía en torno a nuestra vida (yo creo que por eso, de puro agotamiento, dejamos de mirar al cielo a una edad bastante temprana) Hasta tal punto cansaba aquello que cuando estábamos malas pasábamos de los rezos con la excusa de que como ya estábamos en la cama durante todo el día, servían los de la noche anterior. Que prácticas éramos ¿no…?
Por otra parte, cuando llegaba la hora de acostarnos, ya éramos de las de ?? no sin nuestros hijos?, con lo cual todo juguete que tuviese ojos debía descansar junto a nosotras (¡qué panorama más terrorífico aquellos diez o doce seres inanimados compartiendo lecho con sus madres!)

Para saber que pasaba con los pollos vivos que por Navidad nos mandaban de Teruel, esperaremos al capítulo siguiente para darle más emoción ¡Aguda idea! (o lo que es lo mismo, «a good idea» para los que hablen inglés. Guiño…)

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