Juan Pomares lleva más de cuarenta años moviéndose entre vidrios, óxidos metálicos, barras de plomo y estaño. Es prácticamente el último maestro vidriero de Europa y la crisis está a punto de hacerle desistir y cerrar Artevisa, su pequeño taller familiar del centro de Madrid, donde se han fabricado miles de cristaleras y se ha recuperado el esplendor de otras tantas construidas por los artesanos de antaño.

Pese a su reconocido prestigio internacional (tiene varios premios y menciones internacionales), este vidriero de 72 años ve prácticamente imposible sobrevivir a la falta de crédito de los bancos y al desplome de las ventas de este tipo de elementos decorativos.

La caída del sector de la construcción y la contención del gasto en obras artísticas y conservación patrimonial por parte de las administraciones están haciendo inviable la continuidad en su trabajo de Juan Pomares, que ha enseñado el oficio a decenas de personas a lo largo de las últimas décadas.

A sus manos se debe la construcción o restauración de vidrieras en Japón, México, Jordania, Suiza? y en prácticamente todos los rincones de España.

Su fascinación por las vidrieras arranca hace más de medio siglo, cuando la contemplación de los vitrales de la Catedral de Toledo le animó a investigar sobre su construcción. Años de consulta e investigación, miles de legajos y documentos revisado ??muchos de ellos hallados en la Biblioteca del Monasterio de San Lorenzo del Escorial?? le llevaron al comprender y a recuperar los procesos que desde el siglo XII se llevaban a cabo a la hora de construir estas formidables obras de arte.

Tanto es así, que en su taller Juan Pomares ha logrado reproducir con exactitud viejos colores y texturas, mediante la utilizando óxidos metálicos y fórmulas casi de alquimia. Con ellos ha logrado que cristaleras en estado de ruina recuperen el esplendor que lucieron durante el Gótico, mediante técnicas de trabajo idénticas a las utilizadas entonces, con la única incorporación de la electricidad para calentar hornos y soldadores.

Los años 80 fueron de gran esplendor para Artevisa. Cerca de medio centenar de artesanos trabajaban en el taller: había dibujantes, cortadores de vidrio, emplomadores, limpiadores? Buena parte de la plantilla de Artevisa -recuerda-» la conformaban personas con algún tipo de discapacidad», un esfuerzo de integración laboral basado ya en aquellos años en principios de responsabilidad social empresarial.

Hoy, la supervivencia del último maestro vidriero de Europa está en peligro ante los despiadados indicadores macro. La crisis económica y financiera no respeta a aquellos oficios que, por su propia naturaleza, no pueden someterse a las reglas de la globalización y de los mercados.

Los dictámenes de Bruselas o Berlín no bajan a la escala uno a uno, algo necesario para comprender el trabajo nacido del amor por la belleza, por la luz, por el color?

Mientras los políticos echan las grandes cuentas en despachos nobles, Juan Pomares recorre su pequeño taller esperando a que algún cliente entre por la puerta para encargar una nueva vidriera que le dé algo de aire. Tras cada trozo de vidrio en el que fija la mirada se esconde una gran historia.

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