El Presidente de Ucrania, Volodymyr Zelenskyy, en su visita a la ciudad de Bucha. 4 de abril.
President Of Ukraine / Flickr

Rebeca Pardo, Universitat Internacional de Catalunya y Montse Morcate, Universitat de Barcelona

En la guerra de Ucrania estamos viendo imágenes muy explícitas. Cadáveres esparcidos por el suelo en Bucha. Niños ensangrentados. Mujeres embarazadas evacuadas en Mariúpol. Explosiones durante las retransmisiones. Periodistas que se emocionan en directo. Éxodos en Instagram.

Las imágenes nos llegan casi sin filtros y en tiempo real.

¿Exceso de violencia explícita y espectacularización?

Desde que comenzó la guerra, vivimos una inusual intensidad visual y mezcla sorprendente de contenidos. Las imágenes oscilan entre la violencia explícita y las estampas entrañables o espectaculares en informativos, periódicos o redes sociales.

Del problema de la espectacularización y la deriva hacia el divertimento, a riesgo de dejar de lado el periodismo de profundidad en los medios, ya habló el periodista y editor gráfico Pepe Baeza.

Sin embargo, el tema alcanza nuevas dimensiones al estar potenciado incluso por el propio presidente Volodomyr Zelensky, que ha llegado a pedir a los tiktokers y blogueros rusos que colaboren para parar la guerra. Los vídeos de influencers se cuelan incluso en las noticias, personalizando el sufrimiento de la guerra.

Acabamos de publicar una investigación sobre fotoperiodismo y covid-19 realizada con una beca de bioética de la Fundación Grifols. En ella se analizan las consecuencias del gran desequilibrio entre las pocas imágenes que mostraron la gravedad de los enfermos, difuntos y afectados frente a las muchas que se centraron en la anécdota de lo cotidiano en el relato y la memoria de la pandemia/sindemia.

Sin haber terminado todavía esta etapa –y tras haber hablado en ella de fotodemia– sorprende ahora la avalancha de imágenes explícitas de sufrimiento, crueldad y horror junto a otras que muestran el día a día y que incluyen momentos de frivolidad y evasión.

El conflicto en Ucrania se presenta como la primera guerra de auténtico impacto global posterior a la llegada de la covid-19. Tras la escasez de fotografías del aspecto más duro de la pandemia, ahora se ven gran cantidad de imágenes bélicas en Instagram con el mensaje “Contenido delicado: esta foto podría incluir contenido gráfico o violento”. Es inevitable comparar esta profusión de muerte y violencia con la hipersensibilidad generada ante las imágenes publicadas durante la crisis sanitaria, un contexto en el que se ha minimizado (e incluso eliminado) de la narrativa visual a los enfermos graves y a los difuntos con el pretexto de proteger su identidad y dignidad.

En una publicación reciente del fotoperiodista Aris Messinis de Kiev se muestra una furgoneta llena de cuerpos cubiertos con plásticos y telas. Sin embargo, el filtro de “contenido delicado” se ha colocado en una foto detalle de la mano de un cadáver. Cuesta ya saber dónde se establecen los límites de aquello que puede ser mostrado explícitamente en tiempos de guerra.

Por otro lado, las imágenes subjetivas y personales parecen tener cada vez mayor presencia. TikTok e Instagram cobran protagonismo como canales de seguimiento para “vivir” los hechos de los que se hacen eco incluso los informativos. De este modo, en el relato está más presente que nunca la cotidianidad de la vida durante la guerra. La inmediatez y la subjetividad de los testimonios ha relegado a un segundo plano la información generada por los profesionales.

La cotidianidad

La guerra es tendencia, los teléfonos móviles se llenan de violencia en tiempo real y son numerosas las voces que hablan de la primera guerra en TikTok.

La primavera árabe y la guerra en Siria ya habían usado las redes sociales y estos contenidos “domésticos” (D.I.Y., “hazlo tú mismo” por sus siglas en inglés), pero no con el nivel de sofisticación e inmediatez que ha proporcionado la evolución de los smartphones en los últimos años. Como se pregunta Kyle Chayka en The New Yorker, ¿estamos ante una nueva forma de periodismo de guerra ciudadano o simplemente ante una invitación a seguir haciendo clic?

En todas las guerras largas, la gente ha comido, dormido, jugado y hasta se ha enamorado. Pero nunca antes lo habíamos visto todo a la vez, en directo, en cualquier lugar y hora, con tanta intensidad. Las redes sociales y los smartphones nos dan acceso a ello.

Por ejemplo, Alex Hook es un soldado-influencer en TikTok, armado, que baila a ritmo de música grunge o hace el moonwalk de Michael Jackson mientras está en el frente para que su hija, que lo sigue, sepa que está bien.

La cuenta loveyoustepan en Instagram comparte la huida del país de Stepan, un gato ucraniano que el 16 de marzo consiguió llegar a Francia.

Numerosos vídeos breves, con música pegadiza e imágenes descontextualizadas, ponen en primer término el escenario bélico junto a los rostros de influencers. Muchos de ellos son ucranianos que siguen en el país o que son de allí pero viven fuera, como Marta Vasyuta, @whereislizzyy o @valerisssh. Esta última muestra en un vídeo, por ejemplo, cómo vive una refugiada ucraniana en Italia: tratando temas como el maquillaje, el hotel, la comida italiana y un programa de televisión.

@whereislizzyy, mientras tanto, comparte vídeos de TikTok con coreografía incluida para explicar que se ha despertado a las 5 de la mañana por un bombardeo ruso o que tiene que huir por la guerra. Se presentan aquí elementos frívolos, propios del universo influencer, que resultan disruptivos en el contexto de la guerra.

Con frecuencia, esta nueva forma de comunicación del dolor y la guerra tiene detrás el objetivo de decir “yo estoy aquí”. Esto resulta preocupante si se combina con el afán por la notoriedad, la inmediatez y el “me gusta”, con un público que puede acceder a la información de forma masiva y sin filtros.

La humanización del relato

También la adolescente Diana Totok comparte su salida del país –incluyendo cómo hace el equipaje, sus lágrimas o la emotiva despedida de su padre– con fondo musical. Estos vídeos conectan con el público mostrando un mismo acervo cultural y una cercanía en referentes musicales o visuales.

Seguramente, uno de los ejemplos más claros de esta faceta es el de Amalia, una niña en un refugio de Ucrania, cantando la famosa canción “Let It Go” de Frozen. Este vídeo consiguió viralizarse y conmover especialmente por escoger una de las melodías infantiles más internacionales que consigue que la identifiquemos con nuestras niñas.

De este modo, estas imágenes contribuyen a la identificación con el espectador al conectar con la mirada afiliativa de la que habla Marianne Hirsch. Este sería un proceso por el que alguien se siente conectado con una imagen familiar ajena y la adapta para comprenderla dentro de su propio relato familiar. De este modo se empatiza y conecta con el otro a través de los sentimientos y las emociones de esa intimidad doméstica compartida.

Algunas cuestiones éticas

Los planos expresivos cercanos provocan empatía. Pero, mientras tanto, también nos llegan planos abiertos con cadáveres que muestran la destrucción más cruda con cierta distancia. Susan Sontag ya planteaba que tenemos un especial respeto y sensibilidad al mostrar el dolor de “los nuestros”, mientras que somos más explícitos con el de “los otros”. En este caso, es muy interesante analizar las imágenes que se están viendo porque hay planos y encuadres que pertenecerían a ambas categorías.

Aparece de nuevo el recurrente debate sobre los límites éticos de la representación del sufrimiento y la violencia. A ello debe añadirse una reflexión sobre la saturación o adicción que puede producir la exposición constante a estas imágenes, cuya combinación puede trivializar, resignificar o redimensionar el sufrimiento.

Además, hay informes que muestran que la desinformación está presente en los principales resultados de los feeds, y que no se distinguen fuentes fiables y desinformación.

Por tanto, las imágenes de la guerra de Ucrania ofrecen testimonio del dolor y sufrimiento de millones de personas. Además, por el modo en el que se están realizando, compartiendo, publicando y retransmitiendo, plantean interesantes cuestiones de fondo. Entre ellas están la ética, los límites de las narrativas visuales de la guerra y del dolor, y hacen preguntarnos cómo queremos o debemos representar el sufrimiento a partir de ahora.The Conversation

Rebeca Pardo, Decana de la Facultad de CC de la Comunicación, Universitat Internacional de Catalunya y Montse Morcate, , Universitat de Barcelona

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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