En 2022, había en España más de 28.500 personas viviendo en la calle, según el INE, un 25% más que hace diez años. Pero se trata de un problema global que también se ha disparado en Europa, EEUU y otros muchos puntos del planeta. Hay numerosos factores individuales y colectivos que confluyen para que una persona termine sin hogar, pero hay una consecuencia común: un significativo impacto en su salud. Los estudios muetrans que las persons sin hogar tienen hasta 50 veces más problemas de salud física, enfermedades cronificadas y afecciones de salud mental. Pero además presentan una drástica reducción en su esperanza de vida de 17,5 años menos que el resto de la población.



Una persona y un perro duermen en una calle de Barcelona un día lluvioso.
Shutterstock / Bogdan Khmelnytskyi

Rosa Gómez Trenado, Universidad Complutense de Madrid y Jaime Barrio Cortes, Universidad Camilo José Cela

Los últimos datos recopilados por el Instituto Nacional de Estadística muestran que el número de personas sin hogar ha crecido un 25 % en España en los últimos diez años. Esta problemática social ha pasado de afectar a 22 900 personas en 2012 a más de 28 500 personas en 2022. La edad media de las personas en esta situación en España es de 42,7 años.

El panorama no pinta mucho mejor en Europa. El Parlamento Europeo destaca la precaria situación de vida de más de 700 000 personas que se enfrentan cada día (y cada noche) a la carencia de hogar en toda Europa. Este aumento, aseguran, ha sido del 70 % en solo una década.

Más allá de la necesidad básica de alojamiento, la vivienda es clave para el desarrollo del proyecto de vida. No en vano hablamos de un derecho humano fundamental.

No tener vivienda coloca a las personas en una situación de sinhogarismo que aumenta las desigualdades para el acceso a derechos básicos de ciudadanía. Entre ellos, el derecho a la salud.

¿Cómo se llega a vivir sin hogar?

Muchos factores pueden llevarnos a una situación de carencia de vivienda. A veces son individuales o relacionales, como un divorcio, el duelo por el fallecimiento de un ser querido, una enfermedad mental, la violencia doméstica o el abuso de sustancias. También intervienen factores estructurales, como la dificultad para acceder a una vivienda asequible, el desempleo (o el empleo precario) y la discriminación.

Además, la Federación Europea de Organizaciones Nacionales que trabajan con las Personas Sin Hogar (FEANTSA) subraya que detrás del sinhogarismo puede haber factores institucionales como la falta de coordinación entre servicios o un sistema de ayudas sociales inadecuadamente estructurado.

Las personas sin hogar viven casi dos décadas menos

Las personas sin hogar ven reducida su esperanza media de vida unos 17,5 años respecto al resto de la población. También se ha visto que presentan entre 2 y 50 veces más problemas de salud físicos, además de que las condiciones de vida de este colectivo dan lugar a múltiples enfermedades o cronifican las ya existentes. La enfermedad mental, las adicciones y las enfermedades infecciosas transmisibles proliferan especialmente en este colectivo.

El principal problema detectado es que la mayoría de las personas sin hogar no acceden a los servicios de atención primaria de salud, no tienen médico de familia, y normalmente son atendidas a través de los servicios de urgencias cuando llegan a una situación grave o extrema. La consecuencia directa es una edad media de muerte se ha calculado en 52 años para las mujeres y 56 para los hombres. Un estudio irlandés basado en las personas sin hogar de Dublín la reducía aún más: 36 años para las mujeres y 44 para los hombres.

Lo grave del asunto es que hay investigaciones que sugieren que alrededor de una de cada tres muertes de personas sin hogar se debió a causas susceptibles de una atención sanitaria oportuna y eficaz.

En concreto, el cáncer es la segunda causa de muerte más común entre la población sin hogar. La mortalidad por cáncer es dos veces mayor entre las personas sin hogar, en comparación con la población adulta general de los países de ingresos altos. No solo por falta de tratamiento, sino también porque estos individuos normalmente no acceden a la prevención ni a la detección temprana, esencial para aumentar las probabilidades de supervivencia, reducir la morbilidad y abaratar la terapia. Además, son personas más expuestas al estrés crónico y a una mala alimentación.



Una persona sin hogar frente a un bar en el centro de Madrid.
Shutterstock / Bumble Dee

Los más pobres viven menos y enferman más

Para que el cáncer no se cebe con las personas sin hogar, resulta esencial darles visibilidad en los sistemas públicos. Con ese objetivo en mente, recientemente varias instituciones españolas, griegas, austriacas y británicas han puesto en marcha junto a FEANTSA el proyecto piloto Cancerless, financiado con fondos europeos.

Hasta finales de 2023 trabajarán con 1 500 personas sin hogar de Madrid, Londres, Atenas y Viena intentando aumentar su capacitación para que puedan tomar decisiones mejores y más informadas sobre su propia salud. Esto implica, entre otras cosas, poner en marcha talleres sobre hábitos saludables para prevenir el cáncer e incluir a todas las personas sin hogar en los programas de cribado como el de mamografías, el de cérvix o las colonoscopias.

Combinar la educación sanitaria y el apoyo social es la mejor manera de que las personas sin hogar no queden excluidas del proceso de detección precoz contra el cáncer desde la prevención. Para ello, el pilotaje activa una figura de coordinación entre el sistema de servicios sociales y el sistema de atención primaria de salud llamada Health Navigator. Este modelo implementa actuaciones para superar las desigualdades en salud trabajando individualmente con los afectados tanto en los centros para personas sin hogar como en los centros de salud.

El objetivo final no es otro que alcanzar la equidad en salud, es decir, que las personas puedan desarrollar su máximo potencial de salud independientemente de su posición social u otras circunstancias determinadas por factores sociales.The Conversation

Rosa Gómez Trenado, Trabajadora Social. Investigadora en la FIIBAP. Profesora de Grado y Máster en la Facultad de Trabajo Social, Universidad Complutense de Madrid y Jaime Barrio Cortes, Médico de familia investigador en Fundación para la Investigación e Innovación Biosanitaria en Atención Primaria (FIIBAP). Director del Máster en Salud Escolar y docente en Facultad de Salud, Universidad Camilo José Cela

Este artículo fue publicado originalmente en The Conversation. Lea el original.

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