Carlota tiene dos años. Un bebé precioso que, como casi todos los bebés, echa mano a cuanto se le cruza , sin autorización ni consentimiento.
Así la conocí yo, con mi bolso patas abajo extendido en el suelo, mirándome desde otra dimensión con sus inmensos ojos azules como preguntándome ¿ a qué está bien lo que he hecho…?.
Pero Carlota hace más cosas. Cuando me habla a mí, lo hace desde cualquier rincón, por delante o por detrás; de lado o de espaldas. Sin embargo cuando se dirige a su madre, pone la carita frente a la de ella y le habla moviendo lentamente los labios. Si suena el teléfono o el timbre de la puerta, corre con el paso vacilante de un pingüino y la emprende a tironcitos de la manga de su chaqueta, avisándola.
Sí, Carlota tiene solo dos años y su intuición le ha enseñado la forma de comunicarse, a través del silencio, con su madre sordomuda de nacimiento.
Y recuerdo a Cristina y recuerdo a Quique…Y los recuerdos me emocionan y me mantienen. El saber que esos seres diminutos existen hace que bajar hasta ellos suponga un enorme salto hacia arriba, hasta un espacio donde no hacen falta palabras, ni explicaciones. Ese lugar que yo jamás quiero abandonar, donde uno no se cuestiona si es o no el mejor. Donde uno, simplemente » ES».

Print Friendly, PDF & Email