Ellen Goodman

Premio Pulitzer al comentario periodístico.

 

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Ellen Goodman -Boston . De vez en cuando, llega un mensaje a mi correo anunciando que «Alguien te sigue en Twitter.» En realidad, no voy a ninguna parte en Twitter, habiéndome apuntado solo para tener la propiedad de mi nombre. Ya tengo suficientes problemas limitando mis pensamientos a 750 palabras como para meterme en 140. Twitear apenas sirve para calentar.O eso pensaba antes de Irán.

No voy a llamar a esto la revolución Twitter. Suena demasiado mono para referirse al dramático y peligroso levantamiento. Lo que sacó a los iraníes a la calle para protestar por unas elecciones robadas no fueron los comentarios en Twitter. «Las herramientas no animan revoluciones,» dice todo un habitual de la red como John Palfrey, autor de «Born Digital.» «Las revoluciones tienen lugar y la gente utiliza cualquier herramienta que tenga a mano.»

En cuanto al poder, hay una viñeta que muestra a un manifestante teléfono móvil en mano delante de un mulá que apalea a un manifestante, y advierte, «Para o twiteo.? Si esto es una Revolución Twitter, el resultado hasta el momento es Déspotas 1, Twitter 0. Como dice Palfrey, «Las balas son más poderosas que los bytes.»

Y aún así, éste ha sido un momento extraordinario para los medios nuevos, una fiesta de bautismo a lo grande. Si la corrosiva imagen de Vietnam fue la fotografía de AP de una niña despojada de ropa por el napalm, si la imagen de la Plaza de Tiananmen fue un joven plantando cara a los tanques, la imagen icónica de Irán es un video grabado con móvil de Neda Agha Soltan muriendo en las calles de Teherán. Y esta vez el mensaje fue esencial. La triste grabación pasó de un teléfono móvil en Teherán a una cuenta de correo electrónico en Europa, de ahí a Facebook y Youtube y finalmente a la CNN. Todo en cuestión de horas.

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El periodismo es descrito como «el primer borrador de la historia.» Pero la historia de este momento iraní es un torrente bruto de bits y bytes, twiteos y SMS. En palabras de Mousavil388 en Twitter: «Una persona = un proveedor de contenidos.»

Esta tormenta empezó al mismo tiempo que el gobierno iraní perseguía a los periodistas nacionales y extranjeros, expulsando a algunos y deteniendo a otros. Vetados de las calles, algunos hicieron las crónicas desde sus oficinas frente a un fondo fotográfico de la ciudad. Mientras, en Washington, el cómico John Hodgman decía a los participantes en la cena de la Asociación de Corresponsales de Radio y Televisión: «En este mismo momento, el destino de Irán está extrañamente entrelazado con el horario de sueño de los empollones que mantienen los servidores de Twitter y Youtube.» Pero aún más extraño es que estos «corresponsales» permanecían sentados dentro de sus oficinas, intentando cribar los sucesos.

En la práctica, a pesar de toda la excitación en torno al material en bruto que sale y se filtra de las fronteras un paso por delante de los censores, también se desarrolla una guerra propagandística entre gobierno y manifestantes, que se emprende en las mismas plataformas digitales. ¿Quién es el matón y quién es el héroe? ¿Quién es manifestante y quién es basij? Algunos tienen tanta credibilidad como el revisionismo del Holocausto de Ahmadinejad. La confusión de la guerra se ha convertido en el aguacero de SMS y mensajes en redes sociales.

Algunos ven en este momento mediático la concepción de un nuevo modelo híbrido de periodismo, en el que los profesionales trabajan con crónicas en bruto y los analistas trasladan los mensajes de las redes. Hasta el New York Times ha hecho ya una petición de «lectores en Irán que nos ayuden a documentar la inquietud postelectoral.»

Pero en este momento de agitación ya me perdonará que sea algo escéptica. ¿Cuántas corresponsalías extranjeras más fueron cerradas por los contables del país que por los censores de Irán? No tengo que recordar a los lectores los problemas la prensa de papel, pero en este mundo en implosión, quién hará la labor de los medios de referencia.

La Revolución No-Tan-Twitter evidencia todas las virtudes y defectos que tiene Internet. La facilidad y el flujo de información. La dificultad para saber su precisión y significado. Es igual que buscar un diagnóstico médico en un mundo virtual de charlatanes y curanderos. Si hemos aprendido algo, es que la necesidad de guías — y me atrevería a decir de guías de confianza — es mayor que nunca.

De manera que aquí está el mundo feliz de YouTube y Tú, de Twiteos y Trucos. Las noticias vuelan, las voces no se pueden silenciar. ¿Pero cómo sabremos lo que debemos creer?

Perdone mis prejuicios, pero el periodismo a la vieja usanza — contrastado, investigado, sucesivamente editado — es tan central para nuestra imagen del mundo como lo era en el pasado pre-digital. Cuando las calles de Teherán están tan tranquilas como lo están hoy, los momentos más dramáticos no son SMS ni comentarios en una red social. Son cuando los manifestantes se suben a los tejados a las 10 en punto de la noche para cantar — ¡Dios es grande! ¡Muerte al dictador! — con voces igualmente anticuadas.

 

Ellen Goodman

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