Schumacher-Matos

Empresario y Periodista de EEUU, de origen colombiano. Ha sido editor fundador del Wall Street Journal Américas y formó parte del equipo de Philadelphia Inquirer que recibió el Pulitzer.

 

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Edward Schumacher-Matos – Bogotá, Colombia. Los mexicanos solían ofenderse ante la sugerencia de aprender algo de Colombia, pero conforme la violencia y el poder de los cárteles de la droga han ido creciendo en su país, ahora están examinando cada vez más la posibilidad.

El Presidente Felipe Calderón, colectivos de la sociedad civil, expertos políticos y la policía entre otros han venido viajando a esta nación andina para aprender cómo combatir a las mafias, reducir acusadamente el número de homicidios y secuestros y asentar la sensación de participación cívica. Algunos, como los periodistas, sólo buscan pistas de supervivencia.

Hay muchas cosas buenas que aprender de Colombia, pero mi propia visita revela que no son lo que muchos estadounidenses esperan que sea.

John P. Walters, el ex director de la Oficina de Política Nacional de Control de Drogas de la Casa Blanca, acertó cuando hace poco escribía que Colombia es «una de las mayores historias de éxito político internacionales de la última década.? Pero se equivoca al concluir que algo de esto significa menos tráfico de drogas y menos crímenes en Estados Unidos.

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Colombia todavía suministra el 90% de la cocaína de América, según el Departamento de Estado. La producción de Colombia en el año 2007, el último año del que se tienen datos, fue la misma que la de 1999 y la de 2000. Como afirma el título de un informe de la Oficina de Responsabilidad Pública fechado en octubre con elegante subestimación: «Las metas de reducción de la droga no fueron alcanzadas en su totalidad.?

Incluso si los más de 6.000 millones de dólares que hemos invertido aquí desde 2000 en fumigación y equipamiento de las fuerzas de seguridad del Plan Colombia para combatir a las narco guerrillas, los narco paramilitares y los simples narcos, empiezan a manifestar un éxito sostenido en el tiempo, los funcionarios estadounidenses admiten con libertad que Bolivia, Perú y los demás países que están incrementando su producción pueden tomar el relevo con facilidad. La respuesta eventual a nuestros problemas con la droga no está en Latinoamérica, sino en una reevaluación integral en casa, incluyendo la legalización de parte o todas las drogas.

Eso no equivale a decir que el dinero colombiano se haya desperdiciado. Colombia ha eliminado con éxito — y hasta heroicamente — el poder político de los diversos narco jugadores y evitado que el país se convierta en una narco dictadura de la izquierda o la derecha, lo que habría sido mucho peor para todos nosotros. Los enormes cárteles personificados en su momento por la conocida figura de
Pablo Escobar han sido desmantelados, los paramilitares han sido desarmados y las guerrillas han sido obligadas a retroceder hasta aislados páramos de la selva.

Pero los restos de las tres cosas siguen implicados en el tráfico de cocaína, de heroína y de metanfetamina. La diferencia estriba ahora en que se han atomizado en docenas de grupos geográficos más reducidos que se especializan en distintos eslabones de la cadena de delincuencia, como el cultivo, la obtención en laboratorio, el transporte fluvial o la exportación. Pero siguen siendo asombrosamente rentables y poderosos. Su dinero proporciona armas a casi 7.000 guerrillas, construye cantidades ingentes de submarinos improvisados para transportar la droga al norte, y corrompe a funcionarios públicos como los detenidos recientemente pinchando los teléfonos a los jueces.

México se enfrenta hoy a seis cárteles mucho mayores. Al contrario que las guerrillas colombianas, su objetivo no es ocupar el gobierno, sino que sus tentáculos se adentran mucho más profundamente en las fuerzas de la policía y la judicatura, sus armas son rival para la potencia de fuego del ejército, y se han adueñado por completo de algunas comunidades incluyendo cada uno de los municipios de la frontera estadounidense.

Los mexicanos están aprendiendo dos lecciones fundamentales de los colombianos. Una es que no pueden esperar poner fin al tráfico de drogas. Simplemente hay demasiado dinero que fluye del consumidor estadounidense. El Presidente Calderón, que recuerda llamativamente al Presidente colombiano Álvaro Uribe en su estilo de oratoria y determinación, dice que lo más que puede hacer es decantar el equilibrio de poderes entre el estado y los traficantes poniendo sus miras en sus líderes y atomizando los cárteles en unidades más pequeñas. Su presión ha despertado una refriega entre los cárteles, que terminó saldándose con 6.600 muertos el año pasado.

La segunda lección, como decía en Medellín en conferencia de prensa de víctimas del terror político y criminal Isabel Miranda de Wallace, cuyo hijo fue asesinado por los secuestradores: «El cambio en Colombia ha sido impresionante porque la sociedad está segura de su autoridad y de sus fuerzas del orden» — una opinión que dice no existe en México.

Calderón convino, diciendo a la misma conferencia que intentaba limpiar la corrupción de la policía para que los mexicanos pudieran confiar en ellos y ayudar «a romper un virulento ciclo de miedo» que han creado los cárteles. Millones de colombianos se manifiestan contra la violencia y los secuestros de la guerrilla, incluyendo los de policía y soldados, un movimiento popular que parece haber desmoralizado a las guerrillas y conducido a muchas deserciones.

¿La lección para Estados Unidos? Ningún país puede o va a detener el tráfico de drogas. La legalización puede ser la única alternativa para controlarlas.

 Edward Schumacher-Matos
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