Ellen Goodman

Premio Pulitzer al comentario periodístico.

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Ellen Goodman – Boston. Es uno de esos momentos en los que me siento como una viajera en el tiempo. Un vistazo por la ventanilla del avión y veo una joven en la pista dirigiendo nuestro aparato hasta su muelle. Mientras agita las señales, soy presa de una frase familiar y silenciosa: «Me acuerdo cuando…»Lo que recuerdo, por supuesto, son los tiempos en los que ninguna mujer habría sido contratada para ocupar este «empleo de hombres». Lo que recuerdo son los tiempos en los que mi generación abrió puertas a la suya. Si le hablara de los viejos tiempos, supongo, ella escucharía igual de educadamente que si estuviera hablando de recorrer kilómetros de camino nevado para llegar a la escuela.

Estoy viajando en el tiempo ahora mismo porque el día 1 de enero, finalizaré mi mandato como columnista sindicada. Mientras mis colegas están ocupados poniéndose al día con la década mediante listas — Twitter sí; Tiger no — yo estoy cerrando discretamente las cuatro últimas décadas.

Limpiando la oficina, encontré un recorte de 1969 en el que, como joven reportera, fui enviada a cubrir este fenómeno novedoso llamado movimiento feminista. Al domingo siguiente, compré el periódico y me quedé atónita al descubrir el titular de una palabra que estaba sobre mi nombre: MUJERES.
La nota del editor explicaba: «el Sunday Globe de hoy intenta recorrer este fenómeno de la revolución femenina». Mi propia columna decía que «una revolución femenina está recorriendo el país, sutil y silenciosamente en algunos casos, desafiante y dramática en otros».

Esta descarada decisión – el día después de los asesinatos de Manson nada menos – de encabezar The Boston Globe con MUJERES puso en peligro la carrera del editor, pero encarriló la mía. Desde entonces, desde mi posición de observadora, he seguido esta historia – MUJERES – más consistentemente que cualquier otra.

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¿Cómo resumir el tiempo y la distancia que hemos recorrido? ¿Avance y represalia? ¿Marcha y estancamiento?
La mitad de los estudiantes de Derecho y Medicina hoy son mujeres. Pero sólo 15 de las empresas del Fortune 500 tienen consejeras delegadas. Acabamos de ver a la primera candidata a presidenta… salir derrotada. Vimos a una madre de cinco hijos, gobernadora y reina de la belleza presentarse a la vicepresidencia… como conservadora.

La Enmienda de Igualdad fue derrotada porque la gente fue inducida a tener miedo de que las mujeres pudieran terminar combatiendo. Ahora casi un cuarto de millón de mujeres ha estado destacado en Irak y Afganistán, 120 han perdido la vida y 650 han resultado heridas. Pero seguimos sin Enmienda de Igualdad.

Vaya noticia. Ahora hay más mujeres empleadas… porque los hombres han perdido la mayoría de los empleos. Las mujeres ostentan seis de cada 10 licenciaturas universitarias… pero ingresan 77 centavos por cada dólar que ganan ellos.
Una mujer es ahora presidente de la Cámara, pero solamente hay 73 congresistas femeninas y 17 Senadoras. A los 60, Meryl Streep interpreta una comedia romántica, pero las fajas han vuelto al mercado como «modeladores de la figura» y las niñas son obligadas a encajar en cánones de belleza cada vez más estrictos. Las jóvenes crecen convencidas de poder ser lo que quieran, con tal de no ser la palabra con efe: feministas.

Mi generación — MUJERES — pensaba que el movimiento avanzaría sobre dos piernas. Con una íbamos a abrir de una patada las puertas que se nos cerraban. Con la otra atravesaríamos esas puertas, cambiando la sociedad para las mujeres y los hombres.

Resultó que era más fácil abrir las puertas de una patada que cambiar la sociedad. Era más fácil encajar en los patrones de vida masculinos que alterar esos patrones. Hemos tenido más suerte logrando el derecho laboral a las 70 horas semanales del que hemos tenido convenciendo del idéntico valor del permiso de paternidad. Seguimos teniendo pendiente de solución el problema que se nos presenta el principio: ¿quién atiende a la familia?

Como periodista y joven madre, no se me ocurrió que mi hija podría enfrentarse a los mismos conflictos entre vida familiar y laboral. O, por otra parte, que mi cuñado compartiría por completo esos conflictos. No esperaba que más de los dos tercios de las madres formarían parte de la población activa antes de tener suficiente atención infantil o baja laboral.
Ni siquiera la viajera del tiempo más eficaz podría condensar una década, y ya no hablemos de cuatro. La sorprendente buena noticia es que las mujeres jóvenes — seguramente hasta la mujer de la pista — están dando por sentado este progreso. Quitar lo que se da por sentado es más difícil. La noticia problemática es que muchas piensan que sus problemas — la conciliación entre vida familiar y laboral sobre todo — son dilemas privados que hay que resolver solas en lugar de como, bueno, como un movimiento

Resulta que mi editor era tan profeta como avezado. MUJERES se convirtió en el titular, el cambio social de mi madurez.
Si el movimiento feminista fuera un curso, yo lo calificaría de incompleto. Pero vaya suerte de haber sido periodista en este punto. Hemos llevado vidas con las que nuestras madres sólo podían soñar. Ha sido una estupenda época para MUJERES. ¿O debería decir un gran comienzo?

Ellen Goodman
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