E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson  -Washington.  Dejad de entusiasmaros, revisionistas del cambio climático. La correspondencia electrónica sustraída difundida la pasada semana por los escépticos — que retrata a algunos de los principales expertos en el clima como personas petulantes, vengativas y enormemente impacientes por manipular sus datos para que encajen en las teorías aceptadas — no demuestra que el calentamiento global sea un fraude.

Si me equivoco, alguien tendría que explicar a los casquetes polares que pueden dejar de derretirse cuando les venga en gana.
Dicho eso, el episodio del correo electrónico es más que un importante motivo de vergüenza para los científicos aludidos. La mayoría de los estadounidenses está convencida de que el cambio climático es real — un prerrequisito imprescindible para el tipo de enormes ajustes en la economía y los hábitos que tendremos que realizar para empezar a limitar seriamente las emisiones contaminantes. Pero el consenso en la naturaleza y el alcance del problema se esfumará, y rápido, si los expertos intentan eclipsar el hecho de que hay mucho del clima que aún no sabemos.
Esto es lo que sucedió: alguien pirateó los servidores de uno de los principales centros académicos en la materia — la Unidad de Investigación del Clima de la Universidad de East Anglia en Norwich, Inglaterra — y sustrajo un hilo de correos electrónicos y documentos que ha sido colgado en numerosas páginas web administradas por escépticos del clima.

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Phil Jones, director de la Unidad de Investigación del Clima, difundía una circular el miércoles diciendo que «Mis colegas y yo aceptamos que parte de los correos electrónicos publicados no parecen correctos.» Eso será un ejemplo de diplomacia británica.
En un mensaje enviado a una larga lista de colegas, Jones habla de haber rematado un «truco» en los datos recientes de las temperaturas «que oculta el descenso.» La palabra «truco» no resulta un indicio en absoluto — los científicos la utilizan para referirse a formas inteligentes pero perfectamente legítimas de analizar los datos. Pero la parte de «ocultar el descenso» se refiere a un asunto real entre los investigadores del clima denominado «el problema de la divergencia.»
Para situar en el gráfico temperaturas que se remontan cientos o miles de años atrás — mucho antes de que nadie estuviera recogiendo las medidas — se necesita un conjunto de datos que sirven de contraste preciso. El ancho de los anillos de los árboles se correlaciona bien con las lecturas de las temperatura observadas, y extrapolando esa correlación al pasado se obtiene la familiar gráfica «de palo de hockey? — temperaturas bastante estables durante millones de años, seguidas de un acusado incremento alrededor del año 1900. Esto se atribuye a la actividad humana, sobre todo a la quema de combustibles fósiles y el incremento consiguiente del dióxido de carbono en la atmósfera que impide que el calor se disipe.
Pero alrededor del año 1960, los datos de los anillos de los árboles divergen de las temperaturas observadas. Los escépticos afirman que esto cuestiona que los datos de los anillos de los árboles sean válidos para los períodos anteriores en la parte estable del palo — digamos hace 500 o 1.000 años. Jones y los demás reconocen que no saben lo que significa la divergencia, pero señalan las temperaturas reales: hoy hace más calor que hace 100 años.
Otro correo electrónico — enviado por Kevin Trenberth, del Centro Nacional de Investigación Atmosférica de Boulder, Colo. — resulta aún más esperanzador para los escépticos. Trenberth escribía el mes pasado acerca del otoño inusualmente frío que estaba sufriendo colorado, y proseguía: «El hecho es que no podemos justificar la ausencia de calentamiento en la actualidad y es una aberración que no podamos.»
?l parece estar reconociendo la afirmación de los escépticos de que durante la última década no se ha observado ningún calentamiento real. En realidad, no obstante, sería toda una concesión. En juego está la tendencia a largo plazo, y serían de esperar altibajos anómalos de vez en cuando.
De los que he leído, los correos electrónicos más dañinos son aquellos en los que los científicos parecen intentar aplastar la disidencia que se aparta de la ortodoxia del cambio climático — amenazan con dosificar los artículos que envían a las publicaciones especializadas si ellas publican trabajos de revisionistas, comprometiéndose a sacar la investigación de los escépticos del informe oficial sobre cambio climático que patrocinan las Naciones Unidas.
En su circular, Jones observa que el pirateo del correo electrónico sucedía justo días antes de la cumbre del clima de Copenhague. «Podría tratarse de un esfuerzo concertado para poner en tela de juicio la ciencia del cambio climático,» decía. Esa vuelve a ser una afirmación demasiado diplomática.
El hecho es que la ciencia del clima es tan diabólicamente difícil debido a la enorme cantidad de variables que interaccionan de formas que nadie entiende por completo. Los científicos deberían celebrar las opiniones discordantes de colegas respetados, sin intentar censurarlas. Deberían admitir lo que no saben.
Sería estupendo si todo esto fuera un gran malentendido. Pero sabemos que el dióxido de carbono es un gas de efecto invernadero, y sabemos que el planeta es más cálido que hace un siglo. Los escépticos pueden haber convencido a los demás, pero hasta la fecha no han explicado la desaparición de los hielos polares.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.

 

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