E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Cualquiera que ocupe una fétida y húmeda cárcel haitiana por el motivo que sea merece al menos algo de simpatía, y en ese sentido compadezco a los misioneros baptistas de Idaho acusados de secuestrar a 33 «huérfanos» y tratar de sacarlos del país. Pero lo que hicieron presuntamente los samaritanos no sólo fue equivocado. Podría tratarse de un delito penal, y las autoridades haitianas tienen motivos para presentar cargos. Incluso en medio de un terrible desastre natural, sacar a toda prisa un autobús lleno de niños de esa manera – con vagos planes de ocuparse del papeleo «más adelante» – no es ningún acto de caridad. La desventura de los misioneros sólo puede dificultar la labor de aquellos verdaderamente interesados en el bienestar de los niños marginados o abandonados.

No ayuda a la defensa de los misioneros que su líder, Laura Silsby, de 40 años de edad, tenga según The Idaho Statesman «antecedentes de impago de deudas, impago de salarios a la plantilla e incumplimiento de las leyes de Idaho». El rotativo informaba el pasado fin de semana que Silsby tenía pendientes ocho demandas y 14 reclamaciones de impago de salarios, relacionadas sobre todo con un negocio de Internet que fundó en 1999, y que también había recibido cuatro multas de tráfico desde 1997 por conducir un vehículo sin matrícula y sin seguro.

The Statesman también informaba de que «la casa de 358.000 dólares a las afueras de Boise donde (Silsby) había montado su organización sin ánimo de lucro Refugio Infantil Vida Nueva en noviembre había sido sacada a subasta por impago de la hipoteca en diciembre». Lo interesante de eso no es el impago de la hipoteca sino el margen de tiempo: la iniciativa de Silsby de crear su propio orfanato o «refugio» para niños haitianos tenía sólo unas semanas de vida. El grupo tenía previsto crear un centro para albergar, educar y buscar familias a los huérfanos en la República Dominicana.

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Cuando el terremoto golpeó Haití, Silsby y los demás salieron volando, reunieron un grupo de 33 niños y niñas, y se dirigieron a la frontera dominicana. Ahí fue donde la policía haitiana detuvo y descubrió que no tenían ninguno de los documentos necesarios para sacar a los niños del país.

Según las informaciones salidas de Haití, a estas alturas se ha demostrado ya que muchos, si no la mayoría, de los niños no eran ni huérfanos. Se cree que Silsby tuvo «permiso» de al menos algunos de los padres o tutores de los niños para llevárselos. Pero en ninguno de los casos, dicen las autoridades, los misioneros tenían la documentación necesaria para demostrar la patria potestad de los menores. Y las informaciones de Calebasse, la pequeña ciudad cerca de Port-au-Prince donde vivían la mayoría de los niños, apuntan a que algunos fueron entregados por adultos que no eran sus padres – un hermano, una madrina, un tutor oficioso.

¿Las autoridades de Haití reaccionaron de forma exagerada? No a juzgar por el hecho de que miles de niños haitianos son efectivamente vendidos en régimen de esclavitud cada año, principalmente como servicio doméstico. Conocidos en lengua criolla como restaveks – del francés reste avec, o «compañía de» – los niños son vulnerables a la violencia psicológica, los abusos físicos y los sexuales. En su mayoría son explotados en Haití, pero se han rescatado restaveks  en la República Dominicana también. En la frontera, las autoridades de Haití dicen que no había forma de estar seguros de que esta gente de Idaho estuviera actuando en interés de los niños.

Pero supongamos que lo hicieran. Vamos a suponer que ni los misioneros ni los haitianos que cedieron la patria potestad de los menores tuvieran ningún tipo de intenciones nefastas. Incluso si asumimos que lo único que querían era que los niños tuvieran una vida mejor, lo que supuestamente sucedió sigue estando mal.

La intención de Silsby, según la prensa, era encontrar familias estadounidenses que adoptaran a los menores. Soy un gran defensor de la adopción, ya sea internacional, inter-racial o intercultural; el referente debe de ser el bienestar del menor. Pero renunciar a un hijo o una hija es una de las decisiones más desgarradoras a las que unos padres pueden enfrentarse, y debe de abordarse correctamente, con tiempo suficiente para pensar en ello. Ningún padre o tutor debe tener que renunciar a un niño bajo coacción.

No me puedo imaginar más presión que la de poner pan en la mesa de una familia en los días posteriores a un desastre de la magnitud del terremoto de Haití. Fue un momento de imperiosa necesidad y desesperación – precisamente el momento equivocado para esperar que un padre o tutor tome una decisión permanente y vital.

El verdadero acto de caridad habría sido ayudar a esas familias a atender a sus hijos – no subirlos a un autobús y llevárselos para siempre.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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