E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. No voy a dar sepultura a la proclama dada a conocer la pasada semana por la comisión de reducción de la deuda del Presidente Obama, sino a elogiar la mejor acogida entre sus ideas: rebajar de forma drástica el gasto en defensa junto al de todo lo demás.

Los secretarios del panel, Erskine Bowles y Alan Simpson, identifican 100.000 millones en recortes de la defensa que se podrían acometer en 2015. Eso llega tarde y mal, pero lo casi revolucionario es la noción de que si pretendemos devolver alguna vez a esta nación a la solidez económica, tenemos que recortar el tamaño de lo que Dwight Eisenhower llamaba «el conglomerado sector privado-militar».

Estados Unidos representa el 46,5% del gasto conjunto en defensa de todas las naciones del mundo, según un cálculo reciente aceptado de forma generalizada. El siguiente gran inversor es China, que ha emprendido una inmensa movilización para convertirse en potencia militar en la misma medida que económica — pero que aun así representa apenas el 6,6% del total mundial.

Y mientras la administración estadounidense agobiada por las deudas desembolsa casi la mitad de todo el gasto global en defensa, nuestros aliados más fieles, incondicionales y leales — Gran Bretaña y Francia — apenas cooperan con el 3,8% y el 4,2%, respectivamente, del total global. Alguien está yendo de prestado, y nosotros asumimos el gasto.

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Bowles y Simpson clasifican adecuadamente el gasto en defensa como gasto administrativo, lo que significa que podemos tomar decisiones. Esto debería ser axiomático. Pero ha sido ortodoxia del Partido Republicano arremeter contra «la administración intervencionista» y su desbocado gasto público al tiempo que se ignoran jovialmente los casi 700.000 millones de dólares que se destinan generosamente al Pentágono cada año, como si cada centavo estuviera comprometido de antemano y hubiera de quedar intacto.

Esto se podría convertir en un punto de fricción mientras los Republicanos electos al margen de la ortodoxia en el Partido Republicano llegan a la administración. La reticencia a «la implicación exterior», por utilizar la fórmula de George Washington, es una faceta importante del pensamiento del movimiento fiscal. Los Republicanos van a tener que abordar los llamamientos favorables a recortar el gasto del Pentágono desde su parte del hemiciclo.

Los recortes del gasto propuestos por los secretarios del comité de deuda, concebidos para ser «ilustrativos», incluyen moratorias salariales del personal civil y no combatiente, un recorte del 15% en abastos, la reducción o eliminación de algunas bases en el extranjero y 28.000 millones de dólares en ahorro «general indirecto» que el Secretario de Defensa Robert Gates ya ha prometido. Pero Bowles y Simpson no mencionan abiertamente lo evidente, que es que una forma mucho más eficaz de recortar el gasto en defensa sería replegar nuestros efectivos de Irak y Afganistán.

Según un informe preparado en septiembre por el Servicio de Información del Congreso, las dos guerras ya han costado 1,1 billones de dólares. Esa cifra no incluye los alrededor de 170.000 millones de dólares del actual ejercicio fiscal — y no hay final real a la vista.

Como prometía Obama, nos vamos a retirar de Irak; la factura del épico percance de George W. Bush ha bajado a «sólo» alrededor de 51.000 millones de dólares en 2011. En contraste, la factura de la guerra ampliada de Obama en Afganistán casi se ha duplicado desde el último año de Bush en la presidencia.

Habría que destacar que Bush nunca se molestó en añadir el gasto de Irak y Afganistán a sus presupuestos. Obama por lo menos da cuenta de los gastos transparentemente en lugar de simular que el dinero gastado en guerra por alguna razón no cuenta.

En conjunto, se espera que los presupuestos federales incurran en un déficit de 1 billón de dólares este ejercicio. En la práctica, pedimos prestado dinero a China y utilizamos parte para mantener cierto orden en Afganistán. Esto permite a los chinos firmar contratos y levantar infraestructuras que les permitirán explotar la enorme riqueza mineral de Afganistán — mientras nosotros devolvemos el dinero con intereses.

¿Y qué clase de rentabilidad obtenemos de nuestra inversión de 119.400 millones de dólares en Afganistán este año? Nuestros enemigos, los talibanes, siguen siendo poderosos y siguen estando asentados. Bajo el General David Petraeus, nuestras fuerzas tratan de seguir una estrategia de contrainsurgencia. Pero una condición — una administración local de confianza que merezca y logre el apoyo popular — no se da. La administración del Presidente Hamid Karzai se considera lastrada por la corrupción, y Karzai en persona puede ser tan irregular como el zafiro.

En una entrevista publicada el domingo en The Washington Post, Karzai exigía que un elemento clave del plan de Petraeus — las incursiones nocturnas de captura de objetivos «vivos o muertos» que realizan efectivos de Operaciones Especiales — se detenga porque genera gran indignación entre los civiles.

«Ha llegado el momento de reducir las operaciones militares. Ha llegado el momento de reducir la presencia de, ya sabe, el personal militar en Afganistán… de reducir la intrusión en la vida cotidiana afgana», decía Karzai al Post.

De acuerdo entonces, ahorremos vidas estadounidenses y un montón de dinero. Complazcámosle.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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