E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. «¿Por qué no se defienden?»

Esa es la pregunta que vengo escuchando al aturdido y desalentado electorado del Partido Demócrata. Durante el último mes, he estado embarcado en una gira literaria que me ha llevado a Asheville, N.C., Terre Haute, Ind. y Austin, Texas, entre otros sitios. Allí donde iba, los partidarios del Presidente Obama y su programa me preguntaban el motivo de que tantos Demócratas en Washington no defiendan aquello en lo que dicen creer.

Confieso que no tengo una respuesta válida. Lo que puedo decir con confianza, sin embargo, es que la Casa Blanca y los Demócratas del Congreso ignoran estas inquietudes por su cuenta y riesgo. Llámelo polarización, llámelo convicción, llámelo como más le guste: No corren tiempos anodinos. Si no se defiende algo, uno se queda atrás.

Vimos este principio en acción la pasada semana. La erosión entre el electorado Demócrata no fue el principal motivo de que la formación sufriera lo que Obama llamaba «una paliza» en las legislativas, pero sin duda fue un factor. Elementos de la coalición tradicional del partido — las minorías, las mujeres, los jóvenes — votaron en cifras muy inferiores a las que participaron en 2008. La «brecha de entusiasmo» resultó ser real, y tuvo un impacto real.

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Vengo escuchando frustración ante la disposición de los Demócratas a dar cabida a un Partido Republicano que se niega a ceder un ápice. Para los progresistas que pueden no entender las sutilezas del pensamiento iniciático en Washington, esto se parece a una rendición.

La noche del miércoles, pronuncié una conferencia en la Universidad Estatal de Indiana. «Ve», decía un caballero entre la audiencia, «los Demócratas están a punto de claudicar en la cuestión de las bajadas tributarias a los ricos, exactamente igual que claudicaron en todo lo demás».

Efectivamente, el jueves me desperté para leer la entrevista publicada en el Huffington Post al asesor veterano David Axelrod, en la que parece indicar que Obama — con gran reticencia — podría haber aceptado una ampliación de los recortes fiscales de George W. Bush a los estadounidenses más ricos finalmente. Por lo demás, los Republicanos seguirán bloqueando el rumbo predilecto de acción de los Demócratas, que es ampliar toda la bajada fiscal solamente en el caso de aquellas rentas inferiores a 250.000 dólares al año.

Axelrod negaba más tarde que la Casa Blanca esté claudicando. Espero que sea el caso, pero sus palabras no transmitieron precisamente un convencimiento sólido.

Examinemos la cuestión un poco más de cerca. Hacer permanentes las bajadas tributarias a las rentas más altas elevará el déficit en 700.000 millones de dólares durante la próxima década. ¿Qué partido dice estar preocupado urgente y desesperadamente por el déficit? Los Republicanos, por supuesto. Entonces, ¿qué partido está dispuesto a reventar los presupuestos, si es lo que hace falta, para atender los intereses de los ricos? El Partido Republicano. ¿Y qué partido, con tal de salirse con la suya, se niega a aprobar medidas de rebaja fiscal a la castigada clase media que hacen falta desesperadamente? Una vez más, el Partido Republicano.

Bien, ¿qué partido ocupa la presidencia y, hasta enero, tiene amplias mayorías en ambas cámaras del congreso? Esos son los Demócratas. ¿Qué partido puede señalar los sondeos de la opinión pública que indican que los estadounidenses son partidarios de su posición de que las bajadas tributarias Bush deberían de ampliarse solamente a la clase media? Esos también son los Demócratas. Y por último, ¿qué partido parece estar buscando de alguna forma una vía de perder este debate y capitular? Increíblemente, los Demócratas.

La opinión generalizada en Washington es la que apunta que la lección de la derrota de la pasada semana es que los progresistas que hacen lo que se espera de ellos simplemente «no lo entienden». La explicación que da la presidenta de la Cámara Nancy Pelosi entre otros — que al margen del paro persistentemente elevado, un factor que contribuyó fue el fallo de los Demócratas a la hora de explicar su programa y contrarrestar la desinformación Republicana — es considerada delirante por los generalizadamente opinados.

Pero me vengo encontrado un tremendo montón de progresistas por todo el país que comparten ese delirio, por así llamarlo. Les desespera que sus vecinos no sepan que fue George W. Bush quien propuso el rescate TARP, no Obama — o que funcionó, o que se esté devolviendo dinero a los contribuyentes. Se preguntan cómo se termina definiendo la reforma sanitaria no como cuestión moral ni como forma de moderar el creciente gasto, que es lo que es, sino como «una socialización pública», rematada por «tribunales de eutanasia». Que es lo que no es.

Lo que escucho es frustración, y es cada vez más audible. Escucho la opinión de que la administración Obama, que ha hecho mucho bien, puede hacer más — hablando con claridad, defendiendo sus posturas — y, cuando es intimidada por matones, respondiendo con igual violencia.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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