E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Después que el Presidente Obama y su familia asistieran al servicio de Semana Santa en el barrio más pobre, más negro y más dominado por la delincuencia de Washington, su caravana de 22 vehículos aceleró de vuelta a la otra orilla del río Anacostia hasta la parte de la ciudad sacada de postales y cerezos en flor. Atrás quedaba un desgarrador panorama de delincuencia – junto a decenas de miles de personas que se han vuelto tan invisibles como fantasmas.

Es raro en estos tiempos que dos sucesos destacados, en una sola semana, desplacen la atención brevemente por lo menos al amplio segmento de la población afroamericana que permanece sumida en la extrema pobreza y la disfunción autosostenible. El segundo suceso fue la visita de la primera familia al Templo Allen de la Iglesia Africana Metodista Episcopaliana para asistir a una celebración alegre y animada de la Semana Santa. El pastor, el Reverendo Michael Bell, describía la visita como «un momento monumental para nosotros como comunidad».

El primer suceso tuvo lugar al caer la tarde del 30 de marzo. Hombres armados a bordo de una camioneta conducida por un menor de 14 años abadonaron el vehículo delante de un pequeño edificio de apartamentos decrépitos, una guarida popular lugar entre los adolescentes del barrio, y dispararon indiscriminadamente a los inquilinos con armas ligeras y rifles de asalto réplicas del AK-47. Cuatro jóvenes perdieron la vida y cinco más resultaron heridos de consideración. Fue el episodio de violencia gratuita más impresionante que Washington había visto en años.

La policía dice que el móvil aparente está relacionado con un complicado ajuste de cuentas. Voy a señalar sólo dos detalles: muchos entre la multitud de víctimas acababan de volver del funeral de un varón de 20 años que había sido abatido una semana antes. Y ambos incidentes – cinco muertos en total – parecen haber sido provocados por el presunto robo de un único nomeolvides de caballero chapado en oro.

La tragedia ha ocupado portadas y cabeceras de informativos. Es igual que si se hubiera caído una venda y ahora la ciudad pudiera ver la devastación que debería haber sido evidente desde el principio. El distrito 8, la jurisdicción que incluye tanto la iglesia a la que asistió Obama como el lugar del tiroteo indiscriminado, sufre una tasa de paro del 28,5 por ciento y un índice de pobreza del 40 por ciento. Tiene el mayor porcentaje de hogares monoparentales de la ciudad, sus centros públicos tienen problemas crónicos y sus calles son escenario de frecuentes reyertas entre bandas violentas.

Pero pronto, todo eso será olvidado – precisamente el mismo tiempo de desesperación se desarrolla sin que nadie se acuerde en barrios similares de Atlanta, Detroit, Baltimore, Filadelfia y cada ciudad estadounidense importante. La pobreza persistente entre los negros, con todas sus causas y consecuencias, apenas ocupa espacio en el debate de actualidad en estos tiempos.

Un motivo importante, puede que  el más importante, es que los índices de delincuencia han caído acusadamente durante las dos últimas décadas por todo el país. En 1990 se produjeron 472 homicidios en Washington, el año pasado sólo 143, y la estadística de asesinatos este año es aún menor. La visión de un grupo de adolescentes negros en el centro no despierta automáticamente el temor en los demás como sucedía antes, lo que es algo bueno. Pero no es bueno que las personas que viven en barrios más acomodados, o en las afueras, parezcan pensar ahora que no tienen que reparar en esos adolescentes para nada. La gente mira a través de ellos.

El crimen violento que perdura ha sido confinado casi íntegramente a los vecindarios deprimidos en donde conviven autores materiales y víctimas. Gobiernos, organizaciones sin ánimo de lucro, iglesias y demás instituciones hacen lo que pueden, pero sus esfuerzos ni se acercan a la escala del problema. Lo que hace falta es la intervención masiva en todos los frentes. Sería un gran logro, por ejemplo, corregir de verdad los centros escolares. Pero, ¿qué bien pueden hacer instalaciones con todo lo necesario y docentes motivados y cualificados cuando los estudiantes llegan afectados por familias disfuncionales y una tóxica cultura de grupo – y cuando no hay empleo que les aguarde cuando acaben?

Una de las víctimas del tiroteo, Brishell Jones, de 16 años, quería ser chef. Acababa de salir por casualidad la noche del martes, y nunca volvió a casa.

Antes de dedicarse a la política, Obama trabajó en comunidades en situación igualmente desesperada de Chicago. ?l tiene los conocimientos, y el poder, de iniciar el proceso de curación de lugares como el distrito 8. Pero va a necesitar la voluntad política – y el peso político – para implantar políticas dirigidas específicamente a la clase obrera afroamericana. Odio esa palabra, clase obrera, y casi nunca la uso. Pero la derrota final que implica parece alarmantemente próxima.

El lunes, en la esquina donde nueve personas perdieron la vida, había osos de peluche, flores, notas de pésame, una colección de botellas de alcohol debajo de una señal de «no aglomerarse». Dentro de poco, el monumento improvisado de recuerdo se desvanecerá. El barrio y sus habitantes serán invisibles una vez más.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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