E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Que alguien me lo explique: El presidente de los Estados Unidos gana el Premio Nobel de la Paz, y Rush Limbaugh se une a los talibanes en la denuncia con amargura el premio. Glenn Beck sufre un ataque de histeria y exige que el presidente no acepte el que puede ser el premio más prestigioso del mundo. El Comité Nacional Republicano difunde un comunicado en el que se burla con sarcasmo del líder de nuestra nación – elegido, como recordará, por una mayoría holgada – como indigno de tal reconocimiento.¿Por qué será que los conservadores odian a América tanto?

Vale, lo sé, son sólo algunos conservadores los que vienen manifestando lo que, en un contexto diferente, seguramente habrían descrito como conducta «Hanoi Jane.» Otros que no se han desprendido de su cordura política – y que están familiarizados con el concepto de los modales ?? respondieron al inesperado galardón al Presidente Obama con ecuanimidad e incluso gracia. El Senador John McCain, por ejemplo, ofreció sus felicitaciones sinceras.

Algunos de los críticos más estridentes de Obama, sin embargo, no pueden darle un respiro. Usan palabras como «farsa» y «aberración», como si siempre hubiera un acuerdo universal en torno a la idoneidad de un galardonado del Nobel de la Paz. ¿Alguien recuerda la polémica de Henry Kissinger o Yaser Arafat o F.W. de Klerk?

El problema de los perturbados Obama-negacionistas es que el presidente, en lo que a ellos respecta, no puede hacer algo bien, y por tanto no es digno de ningún reconocimiento concebible. Si Obama terminara con el hambre en el mundo, le acusarían de fomentar la obesidad. Si resolviera el calentamiento global, se quejarían de que hace frío. Si reuniera a Mahmoud Abbás y Binyamin Netanyahu en torno al fuego para cantar «Kumbaya» los tres a coro, sus detractores afirmarían que desentona.

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Que sus detractores echen pestes y espumarajos hasta que se cansen. Políticamente, sólo se atacan a sí mismos. Como los líderes Republicanos – excepto el presidente del RNC Michael Steele – están comenzando a darse cuenta, «Estoy con los talibanes contra América» no es una probable consigna ganadora.

Más interesante, pero no menos estúpida, es la recomendación ?? hecha por tertulianos cuerdos por lo demás ?? de que Obama debe rechazar el premio. Esto es ridículo.

Si el galardón representara únicamente las opiniones políticas de un puñado de Eurócratas noruegos de izquierdas, como algunos críticos han acusado, entonces no importa si Obama ganó o no. Pero, por supuesto, significa mucho más. El Premio Nobel de la Paz, con independencia del proceso idiosincrásico que elige al ganador, es universalmente reconocido como un sello de aprobación del mundo. Que un presidente estadounidense rechace tal señal de aprobación sería absurdamente contraproducente.

Obama ha alejado la política exterior norteamericana del ethos vaquero de George W. Bush a favor de un enfoque multilateral. ?l imagina, y ha comenzado a aplicar, un tipo diferente de liderazgo estadounidense que creo que es más probable que tenga éxito en un mundo interconectado y multipolar. Que este cambio sea destacado y reconocido es mérito de Obama – y de nuestro país.

El premio de la paz llega mientras Obama está en medio de la revisión de la estrategia de guerra en Afganistán. Algunos defensores del envío de tropas adicionales se quejan – y algunos defensores de la retirada esperan – que la adjudicación de alguna manera limite las opciones del presidente. Pero el premio no es más que un reconocimiento de lo que Obama ha estado diciendo y haciendo hasta ahora. No necesita que le recuerden su filosofía de relaciones internacionales ?? ni que hace tiempo llamó a Afganistán una «guerra de necesidad». Lograr esa pirueta no es facilitado ni dificultado por la decisión del Comité Nobel.

Lo que realmente se me escapa es la opinión de que de alguna manera hay una desventaja enorme para Obama en la distinción. Despierta expectativas, dicen estos tertulianos – como si las expectativas de cualquier presidente norteamericano, y especialmente éste, no estuvieran ya por las nubes. Obama se ha ocupado del rescate del sistema financiero norteamericano y la reestructuración a largo plazo de la economía. Ha puesto en marcha iniciativas históricas para revolucionar la sanidad, la política energética y la forma en la que educamos a nuestros hijos. Dijo abiertamente en campaña que quiere ser recordado como un presidente transformacional.

La única respuesta razonable es la de McCain: Felicidades. Nada, ni siquiera el Premio Nobel de la Paz, puede subir el listón al Presidente Obama más de lo que se lo ha subido él.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
© 2009, Washington Post Writers Group

Sección en convenio con el Washington Post

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