E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson-Washington. El objetivo más urgente de la crisis nuclear cada vez más alarmante de Japón es la amenaza procedente del combustible radioactivo que ya se ha consumido en los reactores de la central de Fukushima Daiichi y que aguarda su retirada. En Estados Unidos, la industria nuclear ha acumulado alrededor de 70.000 toneladas de dichos desechos potencialmente mortales — y no tenemos ningún sitio donde ponerlas.La evaluación cada vez más cruda que hacen los funcionarios estadounidenses de la situación en Japón se deriva en gran medida del hecho de que las barras de combustible consumidas — que se almacenaron en piscinas de agua para conservarlas frías — han quedado al parecer expuestas a la atmósfera. El material está «frío» sólo en sentido relativo: una vez expuestas a la atmósfera, las barras de combustible se calientan rápidamente y liberan grandes cantidades de radiación.

Se trata únicamente de uno de los numerosos fallos del sistema de la central de Fukushima, pero es el que reviste un riesgo más inmediato. Durante días, los funcionarios japoneses negaron que hubiera problema alguno en las piscinas de combustible consumido, ubicadas dentro de la misma estructura que alberga los reactores. El jueves, sin embargo, las autoridades reconocían la gravedad de la situación y empezaban a hacer todo lo que podían para abordarla.

Hasta utilizaron helicópteros para llenar contenedores de agua marina y tratar de liberarla sobre las barras de combustible en dos de los seis reactores de la central. Pero las barras estaban liberando tanta radiación que los pilotos del helicóptero, por su propia seguridad, tenían que liberar el agua desde una altura considerable. Casi toda ella se perdía, y los esfuerzos fueron detenidos tras realizar solamente cuatro pasadas.

El peligro planteado por la radiactividad del combustible consumido está obstaculizando los esfuerzos de los trabajadores por impedir que los reactores activos en Fukushima – repletos de combustible mucho más «caliente» – sufran una fusión. Parece evidente que esta clase de desechos deben ser retirados y eliminados, aunque sólo sirva para dar a los empleados de la central una cosa menos de la que preocuparse en medio de una situación de emergencia.

Pero en Estados Unidos, las centrales nucleares tienen que almacenar sus barras de combustible consumidas en las instalaciones, dentro de piscinas parecidas a las de la central de Fukushima. Una central típica genera más de 20 toneladas de tales desechos al año, según el Instituto de la Energía Nuclear. Las barras de combustible se vuelven paulatinamente menos radiactivas, pero tienen que ser aisladas finalmente del medio ambiente durante muchos miles de años.

Las autoridades estadounidenses han buscado durante mucho tiempo una solución permanente para almacenar los desechos nucleares más contaminantes. En el año 2002, tras una larga y amarga polémica, el Congreso eligió un enclave en Nevada, las instalaciones de Yucca Mountain, como almacén permanente de los desechos nucleares de la nación.

Esa parecía ser la respuesta. Las barras de combustible consumidas procedentes de las centrales nucleares del país se transportarían a las instalaciones de Yucca Mountain y quedarían almacenadas para siempre bajo tierra. El pasado año, sin embargo, la administración Obama presentó una iniciativa que retira la solicitud de licencia del Departamento de Energías a la Comisión de Regulación de la Energía Nuclear para crear realmente y hacer uso del silo de Yucca Mountain – lo que en la práctica devuelve toda la polémica al principio más o menos.

Como todos los políticos de Nevada prácticamente, de cualquiera de las formaciones, estarán impacientes por contarle, existen buenas razones para no elegir las instalaciones de Yucca Mountain. No son tan remotas como sería preferible — la zona habitada de Las Vegas se encuentra solamente a 160 kilómetros de distancia – y la zona se considera región activa sísmicamente. Aunque es cierto que los científicos están seguros de que las fallas cercanas nunca podrían dar lugar a un seísmo lo bastante importante para destruir un silo nuclear bien construido, también es cierto que los científicos estaban seguros de que la central de Fukushima nunca se vería afectada por un terremoto de magnitud 9,0 grados acompañado de un tsunami de proporciones bíblicas.

El Departamento de Energías, con la ayuda de una comisión de notables, está llevando a cabo un «examen integral» del problema de los desechos radiactivos y eventualmente propondrá un plan. Existen alternativas a meter toda la basura dentro de una montaña simplemente — la descontaminación, por ejemplo.

Pero una vía de acción que no tiene ningún sentido en absoluto es dejar que los desechos sigan apilándose simplemente en las más de 100 centrales nucleares ubicadas por todo el país. Las probabilidades de un accidente son bastante remotas; las consecuencias, sin embargos, son totalmente impensables.

?ste es el problema de la industria nuclear entera, que emplea una tecnología incomparablemente contaminante. El impacto de un error de cálculo puede sentirse durante una generación, una vida, hasta una eternidad.

La canciller alemana Angela Merkel lo pilla. Ella dijo a su parlamento que la crisis japonesa le había hecho darse cuenta de que Alemania debe llevar a cabo un «abandono comedido» de la energía nuclear y «entrar en la era de las energías renovables tan pronto como sea posible».

Merkel clausuró temporalmente siete de los reactores más antiguos de Alemania como primer paso. Después de lo de Japón, seguir «como si nada hubiera pasado» no es una opción, dijo.

Nadie en Washington parece estar prestando atención.

© 2011, The Washington Post Writers Group

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