E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Por fin. Tras un año de artístico camuflaje y ocultación, los Republicanos nos dejan atisbar las fisuras entre los pragmáticos de la institución y los ideológos del movimiento de protesta fiscal tea party. Puede que la república tenga remedio después de todo.

40 senadores Republicanos, incluyendo al secretario de la oposición en el Senado Mitch McConnell, se unían a los Demócratas al votar a favor de una legislación de compromiso que proporciona una ampliación de dos meses a la prestación por desempleo y la bajada de las retenciones fiscales. El proyecto de ley fue aprobado 89 a 10, la clase de margen normalmente reservado a las resoluciones ceremoniales en favor de la maternidad. Los senadores confiaban claramente en que se produciría enseguida la aprobación de la Cámara.

Pero no lo hizo, porque el presidente de la Cámara John Boehner no pudo convencer a los advenedizos del movimiento de protesta fiscal tea party en su grupo parlamentario. El resultado fue una especie de reyerta intramuros entre Republicanos que llevábamos años sin ver.

«Me indigna que los congresistas Republicanos prefieran seguir jugando a la política antes que encontrar soluciones», decía el Senador de Massachusetts Scott Brown. La parálisis legislativa «está pasando factura al Partido Republicano», decía el Senador de Arizona John McCain. «¿Que si ahora están los Republicanos en el punto de mira de la opinión pública? No hay duda», decía el Senador de Tennessee Bob Corker, que instaba a los Republicanos a «hacerse a la idea» simplemente.

Pero Boehner mantenía el tipo, no por ideología sino por no tener otra. No se atrevió a someter a votación en el pleno el proyecto de ley del Senado, temiendo que desertaran los legisladores del grupo Republicano que no pertenecen al movimiento de protesta fiscal. De manera que durante cuatro largas jornadas no hizo nada — y dejó que el Partido Republicano fuera tachado de estar tan desinformado que iba a subir alegremente los impuestos a 160 millones de estadounidenses. La semana antes de Navidad. En puertas de un año electoral.

La cosa es que este retrato es muy preciso, en lo referente a la facción del movimiento de protesta fiscal tea party por lo menos. Los Republicanos más sensatos vienen estando tan impacientes por aprovecharse de la energía y la carga emotiva del movimiento fiscal que esencialmente han permitido que los locos dirijan el manicomio. Recordará que fue el Partido Republicano, encabezado por los del movimiento fiscal, el que amenazaba con dejar al estado en cueros el pasado verano antes que aprobar una subida del techo de la deuda rutinaria e imprescindible.

En el follón actual no había en juego nada que recordara a un principio. Boehner decía que los congresistas Republicanos querían ampliar la bajada de las retenciones durante un ejercicio entero en lugar de dos meses solamente. Pero hasta dando por válida esta afirmación, se ignora el hecho de que el acuerdo de dos meses fue aprobado por el Senado por una razón solamente: dar tiempo a la negociación de la ampliación de un ejercicio.

En otras palabras, la legislación que los congresistas Republicanos eran tan reacios a tramitar, o incluso a someter a votación, se redactó como paso intermedio al resultado concreto que los congresistas Republicanos dicen era su objetivo.

Los llamamientos de Boehner al compromiso son absurdos. El proyecto de ley del Senado es un compromiso bipartidista, alcanzado tras duras negociaciones y muchas concesiones. Los Demócratas prescindieron de su propuesta de una subida del impuesto del valor añadido a los que ganan más de 1 millón anual. El Presidente Obama aceptó una cláusula adicional que le obliga a tomar una decisión en torno al polémico proyecto del oleoducto de Keystone antes de los comicios de noviembre. Los Republicanos ya habían ganado las negociaciones — hasta que los fanáticos de la Cámara amenazaron con dar al traste con todo.

El Senador McConnell guardó un silencio sepulcral hasta el jueves, tendiendo entonces un puente para que Boehner saliera del paso. Propuso que la Cámara aprobara con carácter de urgencia una ampliación «a corto plazo» de la bajada de las retenciones y de la protección por desempleo al tiempo que trabaja en la legislación a un año. En cuestión de horas, la Cámara accedía.

Esta muestra de debate honesto entre los Republicanos no va a durar mucho, predigo. Se emplearán a fondo para reanudar la práctica de la unidad absoluta anti-Obama, que les ha funcionado tan bien. Pero nada podrá borrar lo que los votantes han visto esta semana, y no es bonito.

Solamente hay dos razones posibles para que los congresistas Republicanos se comporten como se comportaron. A lo mejor están tan cegados por la ideología que han dejado de interesarse por el impacto de sus acciones sobre las familias estadounidenses en la cuerda floja. O a lo mejor su único principio rector es que a todo lo que tiene el apoyo de Obama, ellos se oponen.

Los acontecimientos acaecidos ofrecen también una moraleja a Obama. Un motivo de toda la ansiedad Republicana fue que la opinión pública se ha vuelto más sensible a las cuestiones de justicia económica. Esto podría deberse en parte a las protestas del movimiento Occupy. Pero yo estoy convencido de que la publicidad feroz por parte de Obama en favor de su Ley de Empleo Estadounidense ha jugado un gran papel. La gente está escuchando su mensaje.

El presidente ha pasado a la ofensiva. No es casualidad que por primera vez en mucho tiempo, los Republicanos retrocedan.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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