E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson- Washington ?? El cultivo del opio fue introducido en Afganistán hace más de 2.300 años por las huestes de Alejandro Magno. Sus fuerzas fueron finalmente expulsadas, igual que todos los aspirantes a conquistador que han pasado por allí desde entonces. La adormidera ha demostrado ser más tenaz. El lunes, tres agentes de agencia antidroga – Forrest Leamon, Chad Michael y Michael Weston, todos de la zona de Washington ?? perdían la vida en un accidente de helicóptero al oeste de Afganistán. Los funcionarios estadounidenses han dado a conocer pocos detalles del incidente. El Times of London informaba que el aparato fue derribado tras una operación en el complejo de un importante señor de la droga afgano.

El miércoles, The New York Times informaba de que la CIA ha estado haciendo pagos periódicos a un presunto traficante importante del comercio de opio en Afganistán: Ahmed Wali Karzai, hermano del presidente Hamid Karzai. El periódico citaba fuentes que afirman que Ahmed Wali Karzai – que niega cualquier participación en el negocio de la droga ?? se lleva «pingües» tajadas de los traficantes a cambio de permitir que los camiones cargados de droga crucen los puentes que controla en el sur del país.

¿También es nuestra política combatir el tráfico afgano de drogas mientras llenamos los bolsillos de los capos reconocidos? ¿Quién va a explicar esto a las familias de los agentes Leamon, Michael y Weston?

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La posición de Afganistán como narco-superpotencia es otro motivo de que el Presidente Obama se llevará a error si aumenta la participación estadounidense. El opio es el sector en pleno auge de la economía afgana con diferencia: Los campos de amapolas en el sur y el oeste del país producen la materia prima de alrededor del 90 por ciento de la heroína del mundo. El dinero del tráfico de opio apoya el resurgimiento de los talibanes, que luchan por expulsar a las fuerzas estadounidenses y la OTAN. Por lo tanto, un golpe al narcotráfico es un golpe al enemigo.

Menos cuando no lo es. Menos cuando los «chicos buenos» que se supone son nuestros aliados – y muchos de los ciudadanos afganos a los que protegería la estrategia de contrainsurgencia – dependen del tráfico de drogas también. Menos cuando la corrupción que constituye un elemento integral del negocio de las drogas no sólo borra la línea entre amigos y enemigos sino que también envuelve la diferencia entre el bien y el mal en una densa niebla de ambigüedad moral.

Como corresponsal del Washington Post en Latinoamérica durante la administración de George Bush padre, vi de primera mano la cara e inútil cruzada de nuestro gobierno contra la industria de la coca. Hemos intentado atacar el problema en los campos de coca – visité una base militar financiada por Estados Unidos en el Valle del Alto Huallaga en Perú, donde en aquel momento se cultivaba el 60 por ciento de la coca del mundo. Hemos intentado ir a por los transformadores – en Colombia, la policía me llevó a un campamento en la selva donde los químicos habían estado trabajando duro unas pocas horas antes. Hemos intentado desmantelar las mafias del tráfico ?? me sirvieron una comida en una cárcel de Medellín con tres jefes de la cocaína cuyo cómodo encarcelamiento era casi como una larga estancia en un hotel de lujo.

Nada funcionó. Todo lo que logramos hacer es desplazar el cultivo de la coca de un valle al siguiente y atomizar las grandes mafias en otras más pequeñas. Los beneficios del tráfico de drogas siguen financiando la insurgencia guerrillera en Colombia, que durante cuatro décadas ha controlado grandes sectores de las zonas rurales del país. Mientras tanto, la cocaína es fácilmente accesible en todo Estados Unidos. La industria de las drogas duras se mueven por la demanda: Mientras haya gente que quiera drogas, habrá otra gente que encontrará formas de suministrarla.

Los agentes de la agencia antidroga dicen estar incrementando la presencia del organismo en Afganistán. Sabiamente, el gobierno Obama está abandonando la estrategia de la era George W. Bush de intentar erradicar los cultivos de adormidera; la erradicación, que priva a las comunidades rurales de su único medio de vida, puede ser la forma más rápida y segura de convertir agricultores apolíticos en insurgentes antiamericanos. El acento se pone ahora en los intermediarios que compran, transportan y procesan la droga ?? lo que crea un tipo de problema diferente.

Los intermediarios, lógicamente, buscan, y obtienen, la protección oficial. En América Latina contactan con funcionarios de la policía y el gobierno con la oferta plata o plomo ?? dinero o balazo ?? que significa que los funcionarios pueden optar por aceptar los sobornos o ser fusilados. En un país tan pobre como Afganistán, con una autoridad central tan débil, el gobierno de respaldo norteamericano es vulnerable a la corrupción a casi todos los niveles.

El futuro inevitable es aquel en que atacamos y apoyamos el tráfico afgano de drogas al mismo tiempo. ¿Es ésta una política por la que podamos pedir a los agentes de la DEA que den su vida?

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.

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