E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. No han transcurrido ni dos meses desde que los Republicanos lograran una victoria legislativa arrolladora, y ya parecen agobiados y — sin miramientos – aterrorizados. Con razón, debo añadir.

El Senador Lindsey Graham plasmaba la tónica con su mordaz valoración de la legislatura saliente del Congreso: «Harry Reid nos ha dejado sin nada». La queja de Graham era que el Partido Republicano accedía a un buen número de iniciativas Demócratas — dar al Presidente Obama un acuerdo tributario mejor de lo esperado, eliminar la «don’t ask, don’t tell», ratificar el tratado New START – en lugar de aguardar la llegada de un congreso nuevo más conservador.

Es «una capitulación… de proporciones dramáticas», decía Graham durante una entrevista radiofónica emitida la pasada semana. «Puedo entender que los Demócratas tengan miedo a los nuevos Republicanos. No puedo entender que los Republicanos tengan miedo a los Republicanos nuevos».

Ah, pero hay razones para tener miedo.

No quiero exagerar la tesitura de los Republicanos. Ellos, después de todo, se hacen con el control de la Cámara y de seis escaños más en el Senado. Pero durante la legislatura saliente, parece hacerse evidente para los líderes Republicanos que arrancan el nuevo Congreso marcados por grandes expectativas — pero carentes del poder correspondiente. Va a ser un desafío para los Republicanos solamente mantener la disciplina de partido, no digamos promulgar la clase de agenda conservadora que prometieron a sus electores entusiastas e impacientes.

En el Senado, podría haber hasta 11 Republicanos que podrían desertar y votar con los Demócratas, dependiendo de la cuestión. Hay un grupo selecto pero novedosamente asertivo de moderados – Olympia Snowe y Susan Collins, de Maine; Scott Brown, de Massachusetts; y la independiente de Alaska Lisa Murkowski — junto con el advenedizo de Illinois Mark Kirk que parecen encajar en ese molde. Y a juzgar por el recuento de votos en la legislatura saliente, media docena de senadores Republicanos más estarían dispuestos a seguir su camino.

Esto significa que si el secretario de la mayoría Reid juega bien sus cartas – y hace poco las ha estado jugando realmente bien — va a ser difícil para el secretario de la oposición Mitch McConnell mantener sus filas lo bastante cerradas para apuntalar un veto legislativo. El nuevo Senado va a ser considerablemente más Republicano que el viejo, pero está por verse que vaya a ser más conservador.

Al otro extremo del Capitolio es harina de otro costal, expulsando el movimiento fiscal a la presidenta Nancy Pelosi. La nueva Cámara va a ser decididamente más conservadora que la vieja — y ése es el problema.

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El futuro nuevo presidente, John Boehner, puede bloquear holgadamente las iniciativas que proponga Obama. Pero Boehner ha manifestado repetidamente que entiende lo precaria que es su mayoría y lo temporal que ello podría demostrar ser. Mi lectura del electorado es que los votantes quieren que el Congreso aborde los grandes problemas en lugar de desperdiciar los dos próximos años sumido en la parálisis legislativa. Pero no todas las soluciones necesarias van a ser del gusto de la clá del movimiento fiscal.

El ejemplo más evidente es la disparatada deuda nacional. «Cortar el derroche» es un estupendo gancho de campaña, pero es llanamente imposible cortar el gasto público para cerrar la brecha presupuestaria. Y ahora se tramita el gran acuerdo fiscal que contiene algo para todo el mundo. De la misma manera, «la reforma de lo social» suena genial — pero pasa por alto voluntariamente el hecho de que los afiliados a los programas del gobierno se sienten, bueno, con derecho a ellos.

Cualquier solución integral que sitúe al país rumbo a la solvencia fiscal significará que al menos una parte de nosotros va a pagar impuestos más altos. Deseo mucha suerte a Boehner explicando este hecho cotidiano a sus advenedizos del movimiento fiscal. Lo va a pasar sobradamente mal convenciéndoles de mantener solvente a la administración votando a favor de elevar el umbral de deuda, cosa que pronto será imprescindible.

Por supuesto, Boehner podrá ganar votos Demócratas a legislaciones que absoluta y positivamente haya que tramitar. Pero si conozco a Pelosi, que va a ser representante de la oposición, ella va a querer concesiones.

Los Republicanos se enfrentan a lo que, para ellos, es una realidad desagradable pero ineludible. Ideológicamente, la mayoría de los estadounidenses se describe moderado o conservador; pero cuando hablamos de recibir apoyo de la administración, la mayoría es moderado o de izquierdas. Fíjese en la sanidad, la cuestión que hizo ganar los comicios al Partido Republicano. Según los sondeos, los electores son claramente partidarios de las prestaciones que la reforma de Obama va a proporcionar. Todo a lo que se oponen es la obligatoriedad de contratar un seguro que hace posibles esas prestaciones.

La idea de una administración pequeña y limitada puede ser atractiva, pero se trata de un país grande y complejo. Como algunos Republicanos ya saben, y otros van a descubrir pronto.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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