Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

Sobre Cohen

Sus columnas, ahora en radiocable.com

Otros columnistas del WP

 

   

Richard Cohen – Washinton. El pasado viernes, comienzo del Ramadán, el Presidente Obama oficiaba la cena anual de iftar en la Casa Blanca y realizaba unas declaraciones acerca de la libertad religiosa bastante insípidas. El contexto, por supuesto, era la polémica surgida a tenor de la mezquita propuesta en el Bajo Manhattan, que no tiene que ver, como insistía Obama, con la libertad religiosa sino más bien con la tolerancia religiosa. Y habiendo recibido una vez más tan grandes alabanzas por tan poco, se marchaba después a la cama un caballero presa del pánico y buscaba temblando, algunas horas después, la píldora política del día después para matizar parte de lo que había dicho. Uf, por un momento estuvo embarazado de principios.

Ya no. «No hice declaraciones, y no voy a hacer declaraciones, acerca del sentido de decidir ubicar allí una mezquita», decía Obama al revisar y ampliar y desmontar sus declaraciones de la noche anterior. Simplemente hacía unas declaraciones acerca de la libertad de religión. Casualmente él está a favor de ella.

El presidente confundía su mensaje. ¿No comprende que cuestionar «el sentido» de la ubicación de la mezquita se apoya en la creencia de que el 11 de Septiembre fue un crimen de autoría musulmana? ¿No comprende que el asunto aquí es el prejuicio religioso, no las ordenanzas municipales? La respuesta, por supuesto, es que lo entiende. Pero a diferencia del Representante Henry Clay, prefiere ser presidente a tener razón.

La polémica muy desagradable surgida del centro islámico proyectado — no en la Zona Cero, mire usted por dónde, y ni siquiera al alcance de la vista — ha logrado sacar al tarado o al bellaco que cierta gente muy inteligente lleva dentro. Algunos de ellos se han embarcado en una infructuosa caza de la analogía perfecta. El premio, como se habrá figurado, va a ese querubín diabólico de Newt Gingrich, antes de Georgia pero ahora de cualquier sala de reuniones con prensa. Decía que aprobar la mezquita «sería igual que poner un emblema Nazi junto al museo del Holocausto».

Publicidad

Gingrich sigue probando. Antes había afirmado que puesto que no hay iglesias ni sinagogas en Arabia Saudí, «no debe de haber mezquita en las inmediaciones de la Zona Cero». Pero la mezquita no es saudí, es islámica, una diferencia que no es difícil tener presente en absoluto. La comparación con un emblema Nazi en el museo del Holocausto es igualmente engañosa. Todo Nazi estaba dedicado a la persecución y/o asesinato de todos los judíos. No es el caso del islam o el World Trade Center. Ese atentado fue perpetrado por un puñado de fanáticos, no por una religión entera.

Otros se han unido al concurso de la falsa analogía. El más sorprendente es Charles Krauthammer, mi veterano colega de la página de opinión del Washington Post. En una analogía discutida en profundidad, decía que mientras que «nadie pone pegas a los centros culturales japoneses, la idea de ubicar uno en Pearl Harbor sería ofensiva». Sí, desde luego. Pero es que todo Japón atacó Pearl Harbor y declaró la guerra a los Estados Unidos. No fue un acto criminal cometido por alrededor de una veintena de samuráis dementes, sino un ataque cometido por un país entero. Puede comprobarlo.

Krauthammer, sin embargo, no se detuvo ahí. Equiparaba la mezquita con «un mirador comercial sobre Gettysburg», después con la tentativa de establecer un convento en las afueras de Auschwitz, e inevitablemente con «un centro cultural germano en, digamos, Treblinka». Estoy totalmente de acuerdo. Todos tenemos días malos.

Cuando no son las falsas analogías lo que contamina este debate, es el falso populismo. La gente está en contra. John Boehner, el secretario de la oposición en la Cámara, lo dice abiertamente, y también el Representante Peter King, el irritante de Long Island que claramente se presenta a no sé qué. Tienen razón — pero ¿y qué? ¿Les habría gustado que Lincoln hubiera respetado la opinión popular en el Sur acerca de la esclavitud? ¿Les habría gustado que Truman hubiera preguntado al ejército por la abolición? Los derechos de las minorías están amparados por nuestra Constitución. Fue la ausencia aparente de ellos lo que provocó que los estados aspiraran a introducir enmiendas inmediatas, que ahora llamamos la Declaración de Derechos. King, Boehner y el resto del pelotón Republicano están manifestando una disposición imprudente a cortejar los prejuicios de la mayoría. Newt ha montado una cruzada contra el islam radical. Ningún sarraceno estará a salvo.

La tendencia a pasar de lo particular a lo general — culpar al pueblo de los actos de unos pocos — es lo que siempre alimentó los pogromos y los disturbios raciales. La historia demuestra que es una tendencia natural y que literalmente siembra el caos si no se controla. Es la obligación solemne de los líderes electos contener tales instintos — ser tan líderes morales como líderes políticos. Obama casi lo consigue, pero se acobardó.

Yes, he couldn’t.

Richard Cohen
© 2010, Washington Post Writers Group
Derechos de Internet para España reservados por radiocable.com

Sección en convenio con el Washington Post

Print Friendly, PDF & Email