La foca monje del Mediterráneo, el marrajo negro o la angula son algunos de los animales en peligro a los que está afectando la presencia de estas partículas contaminantes en los océanos. Los científicos, explican en Sinc, alertan de su impacto en el medioambiente y se afanan en estudiar las consecuencias de estos tóxicos en la salud, también en humanos, por su lugar en lo alto de la cadena trófica.

La instantánea de una tortuga boba atrapada entre redes de pesca o la de un caballito de mar que se aferra a un bastoncillo para los oídos dieron la vuelta al mundo. No fue solo por el premio fotográfico que recibieron sus autores, sino también por ser una alegoría del daño que causamos a los ecosistemas marinos. Pero si nos impactan estas y otras imágenes, como la de cetáceos atiborrados de plásticos que varan en la costa, esa es solo una realidad de lo visible. Existe otra más pequeña que casi no se percibe ni se retrata: la de los microplásticos que también los amenazan.

Estas diminutas partículas de menos de 5 mm se han extendido hasta los lugares más remotos del planeta, pueden perdurar durante más de cinco décadas en las cadenas tróficas y muchas especies están en riesgo de ingerirlos. Cada vez más estudios se centran en analizar su presencia, como biomarcadores del estado de nuestros océanos, para conocer el riesgo que suponen a los humanos o el impacto en la salud de los animales. Se ha descrito su presencia en más de 690 especies, principalmente marinas, 200 de las cuales son comestibles.

Sus consecuencias tóxicas se han comprobado, por ejemplo, en gusanos marinos que han visto reducidas sus funciones vitales; en experimentos en laboratorio se ha descrito estrés oxidativo, respuestas inmunológicas, menor fecundidad o aumento de la mortalidad. Además, en contra de lo que se podría pensar, a menor tamaño mayor toxicidad. Una posible explicación sería que las partículas más grandes son expulsadas más rápidamente tras la ingestión.

Los depredadores son especialmente vulnerables a los microplásticos de origen antropogénico debido a su elevada posición trófica y a que su presencia en nuestros océanos no para de crecer. Ponen en jaque a grandes mamíferos como la ballena azul que consumen grandes cantidades de alimentos y están en peligro de extinción, pero no son una excepción.

Una amenaza para la foca monje del Mediterráneo

Hubo un tiempo en que este mamífero marino (Monachus monachus) habitaba toda la costa Mediterránea. Sin embargo, en la actualidad está catalogada como “en peligro de extinción” por la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (IUCN, por sus siglas en inglés), con menos de mil ejemplares en el mundo. Científicos y grupos de conservación llevan años trabajando en su recuperación, pero continúa en la lista de las diez especies de mamíferos más amenazados del planeta.

Su distribución es escasa y fragmentada, solo se encuentra en dos áreas geográficamente separadas: el Atlántico oriental (costa sahariana y Madeira), y en el Mar Egeo (Chipre, Grecia y Turquía).La Universidad de Lisboa lidera una investigación reciente que ha estudiado las poblaciones de la isla portuguesa de Madeira para conocer cómo les afectan estas partículas. Hasta ahora se desconocía la dinámica de acumulación de estos pequeños fragmentos en depredadores marinos de islas apartadas.

Este trabajo, publicado en la revista Science of The Total Environment, se basó en el análisis de los excrementos del animal. El 100 % de las muestras contenía estos restos en su interior. En total, recogieron 18 muestras recolectadas entre 2014 y 2021 y se utilizó un método de espectroscopia infrarroja para su estudio. Se recuperaron un total de 390 partículas microplásticas, formadas principalmente por fragmentos (69 %) de diversos tamaños y compuesta por polímeros. La prevalencia fue superior a la registrada anteriormente mediante análisis basados en excrementos en otras especies de pinnípedos.

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