UN ADIÃ?S A JOSÃ? SARAMAGO
José Saramago era un hombre solemne y generoso. Hablaba con el gesto serio aunque estuviera contando una broma o una ironÃa. Me llevó un tiempo entenderlo. Las primeras veces que le vi me imponÃa mucho. Después me di cuenta de que no era tan serio, sino que hablaba serio. Y que era un hombre joven, aunque su aspecto indicara lo contrario.
En el salón de mi casa tengo una foto que me envió hace tiempo. En ella aparecemos el Premio Nobel y yo charlando en una sala del CÃrculo de Bellas Artes. Debajo de la foto, una dedicatoria: â??Gracias por tu valentÃa y tu compromiso. José Saramagoâ?. La instantánea muestra el momento en que nos conocimos. Abril de 2004. Yo estaba a punto de presentar en el CÃrculo mi primer libro. De repente irrumpió en la sala la periodista y traductora Pilar del RÃo, esposa del Premio Nobel. Después, se asomó el escritor, avanzó unos pasos hacia nosotros, me apretó la mano y me dijo: â??Tú me contaste la guerra de Irak a través de la radioâ?. Fue sin duda un comentario muy generoso.
DecÃan Jean Paul Sartre y Simone de Beauvoir que siempre habÃa que ayudar a los jóvenes y estar cerca de ellos, porque eran el futuro. Creo que Saramago pensaba lo mismo. Aunque en realidad, como digo, él mismo era muy joven, mucho más de lo que su aspecto representaba. Amaba la actividad, la escritura, el compromiso, la reflexión, el rigor, la filosofÃa, a Pilar; le gustaba la gente con ganas de vivir y de actuar. La última vez que lo vi fue en Lanzarote, cuando se acercó a saludar a la activista saharaui Aminatu Haidar.
Poco antes habÃamos estado juntos en su casa de Madrid. Tomamos un té, charlamos de las diferencias narrativas entre la literatura y el cine, hablamos del poder de la palabra como herramienta para el cambio, para la expresión, para el arte. De la necesidad de la acción y de la intervención por parte de la sociedad civil. Estaba serio, como siempre.
Nos quedamos un rato en silencio y luego José dijo que se sentÃa joven por dentro. Que cuando se miraba todas las mañanas en el espejo y veÃa a ese señor mayor se preguntaba: â??¿Quién es este tipo? No lo conozco.â?
â??Yo siento que tengo sesenta y pocos años, no he pasado de ahÃ. Sin embargo el espejo me muestra a un viejo de ochenta y sieteâ??. Lo comentó con solemnidad, muy serio. Pero se rió un poco por dentro. Pilar se lo dijo: «Qué bromista, José».
Y al Nobel se le escapó una media sonrisa por las comisuras de la boca.
â??No, es verdad, siento una fuerza y unas ganas que no se corresponden con el aspecto del hombre del espejoâ?, añadió, otra vez serio.
La magnÃfica obra literaria de José queda; se ha ido el autor, un hombre generoso y joven.
Los jóvenes lloramos por ello.