E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington . Los titulares saltan a la vista igual que si el monstruo Godzilla estuviera emergiendo de las heladas profundidades del Potomac: «Sarah Palin: ¿amenaza inminente o amenaza en la sombra?»

Vale, no he visto ese, por lo menos no literalmente. Pero los comentaristas andan de los nervios con la posibilidad de que Palin pudiera tener futuro político. Muchos de los Demócratas – y más de un Republicano también – parecen preocupados porque tenga intenciones de reducir a escombros la capital, tal vez junto a la Constitución y la Declaración de Derechos. Su aparición en la convención de detractores de la política fiscal celebrada en Nashville estuvo marcada por el presagio de que pudiera ser adecuada para, digamos, la fuga de Napoleón de Elba.

Como ocurre muy a menudo, Washington parece estar al margen de la realidad objetiva.

Mientras que los iniciados políticos que se supone toman el pulso a Estados Unidos andan preocupados por la creciente «popularidad» de Palin, el hecho es que el índice de aprobación de su labor viene bajando. Según una nueva encuesta del Washington Post, sólo el 37 por ciento de los estadounidenses tiene una impresión positiva de Palin – un mínimo de mínimos. Mientras tanto, el 55 por ciento tiene una impresión negativa de la ex gobernadora de Alaska, lo que marca un máximo histórico.

Redundando en la idea, la negativa de Palin a descartar una apuesta por la Casa Blanca parece, en la actualidad, completamente ridícula. Un sorprendente 71 por ciento de los estadounidenses no cree que Palin esté cualificada para ser presidenta, concluye la encuesta del Post. Esta cifra incluye no sólo prácticamente a todos los Demócratas y a dos tercios de los independientes, sino también a la mayoría de Republicanos – el 52 por ciento – que creen que Palin no debe acercarse al Despacho Oval.

Las pruebas sugieren que a medida que Palin aparece más en la escena nacional, menos seriamente es tomada como figura política. Hasta entre los que se describen como conservadores – un electorado imprescindible si Palin pretende ganar credibilidad como candidata – menos de la mitad piensa que esté cualificada para ser presidenta, según la encuesta del Post. Es un descenso acusado con respecto al 66 por ciento de los conservadores que pensaba que sí el otoño pasado.

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En serio, ¿por qué bajan las cifras? El único paso político concreto que Palin ha dado desde las elecciones de 2008 fue el de dimitir como gobernadora a 17 meses de cumplir su mandato, explicando – y estoy parafraseando, pero creo que estoy siendo justo – que todos los deberes propios del cargo público eran un auténtico coñazo.

También escribió un libro entretenido y lucrativo, se hizo un nombre en el circuito de conferencias a 100.000 dólares la conferencia, y ha firmado como tertuliana de Fox News. Son grandes avances para una famosa de la política. Para una potencial candidata presidencial, al parecer, no tanto.

Es una gran intérprete, no obstante. Y no voy a cebarme con que se preparara una chuleta en la mano para el discurso de la política fiscal; casi fue encantador, una especie de acto campechano. Palin sabe cómo entusiasmar a la multitud, y su apodo de los días de gran estrella del baloncesto de instituto, Sarah Barracuda, describe muy bien un instinto asesino afinado. Su desaire a la administración Obama – «¿cómo os va con todo ese cambio y esperanza?» – puede haber sido injusto, pero supo dónde dar.

¿Dónde la lleva todo eso realmente? Es cierto que Palin tiene habilidad para expresar las inquietudes y la ira de muchos estadounidenses castigados por la crisis económica, hartos de la cultura política disfuncional de Washington y cansados de la sensación de que sus voces están siendo ignoradas. Hasta ahora, sin embargo, todo lo que ese talento de Palin ha logrado es hacer de ella la reina de las protestas fiscales. Podría ser una valiosa plataforma para una campaña nacional, pero incluso un político con el carisma innegable de Palin finalmente va a tener que, ya sabe, decir algo. Más allá de panaceas sobre «soluciones de sentido común», me refiero.

¿Qué propone Palin realmente? Me doy cuenta de que podría considerar esta cuestión un truco, como aquella vez en que Katie Couric le preguntó por lo que leía. ¿Pero no es terriblemente protector actuar como si sus seguidores estuvieran tan deslumbrados por su misma presencia que nunca trataran de precisar lo que piensa en algún tema? Las encuestas sugieren ciertamente que se trata de un grave error de cálculo.

Existe una palabra para aquellos que, como Palin, actúan como si los electores fueran un simple rebaño que no necesita detenerse en el debate de lo que debe hacer realmente el gobierno. La palabra – y puede que Palin quiera hacerse la sueca – es elitista.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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