Ellen Goodman

Premio Pulitzer al comentario periodístico.

 

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Ellen Goodman – Boston. Hay que admitir que esto da un nuevo significado a la idea de ??proyecto a excavar.? Hay ahora mismo 100 metros cuadrados en el césped principal de la Casa Blanca que están siendo reconvertidos en huerto orgánico. Si los estadounidenses copian la iniciativa, el sobre de semillas será el nuevo paquete de estímulo. Al menos tendremos algo que hacer con esas horcas ahora que los ejecutivos prepúberes sobre-remunerados de las primas de AIG devuelven su dinero.

Me quito el sombrero ante la primera dama puesto que mi propio debut en la liga de lo orgánico tuvo lugar cuando mi hija tenía la edad de Sasha. Empezó con un antojo de tomates de huerta naturales y miedo a que ella creciera pensando que los pepinos brotaban de la tierra maduros, envueltos en celofán y adornados con las pegatinas de la bandeja del supermercado.

En seguida descubrí que tener un huerto es como tener un animal doméstico. (¡Cuidado familia Obama!) Se empieza soñando con cachorritos y se acaba manejando el recogedor de residuos orgánicos. Se empieza haciendo planes de sembrar guisantes y se acaba arrancando malas hierbas. También es adictivo.

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La imagen de Michelle Obama rodeada de estudiantes de quinto excavando en el césped de la Casa Blanca entusiasmó a los fanáticos de la sostenibilidad en todas partes. La idea de un paisaje de comestibles fue abonada por la cocinera de la costa este Alice Waters y el gurú de la alimentación Michael Pollan. Pero fue Roger Doiron, un modesto jardinero de la zona de Atlanta -el tipo de tío que me gusta- y gerente de Kitchen Gardeners International quien inició el año pasado una campaña encaminada a «Comer de lo que se siembra? en la Avenida de Pennsylvania que proliferó igual que las hortalizas.

Ahora la primavera ha venido y tenemos a la primera madre del país ensuciándose las manos en una tentativa por hacer que sus hijos coman verdura.

Pero hay algo más en este proyecto increíblemente apetecible que también me hace sentir cómplice. Los Obama no sólo comen lo que siembran, comen del césped.

Lo que Michelle y las niñas y los alumnos hicieron el otro día fue hincar la pala en el corazón de ese icono estadounidense: el césped de la Casa Blanca. Arrancaron el césped más mimado de América literalmente, lo descargaron en la carretilla y se lo llevaron. Sólo faltó un coro que cantara ??Este césped es tu césped.?

¿Es posible que junto a comida orgánica local, el Primer Jardín pueda criar la idea considerablemente subversiva de que este símbolo ha visto sus últimos días?

No soy la única que se fija en los céspedes -incluyendo el mío- igual que un enemigo populista. La superficie herbácea arreglada tiene su origen en la aristocracia británica, entre los cortesanos que tenían tanta comida y terrenos que no tenían que explotarla, sólo la exhibían.

Los céspedes hoy cubren 160.000 kilómetros cuadrados, lo que los convierte en el mayor sector agrícola de América. Consumen 270.000 galones de agua a la semana, o lo suficiente para cultivar 330.000 kilómetros cuadrados de huerto orgánico. Necesitan 40.000 millones de dólares al año en semillas, abonos y pesticidas, lo que lleva a un historiador a compararlos con «un experimento químico a nivel nacional con los dueños de las propiedades como conejillos de indias.?

Cortamos el césped, lo fertilizamos, lo regamos, para la absurda finalidad de mantener esta porción inútil de terreno en un estado deliberado de arresto domiciliario.

«En realidad consume recursos y contamina y se desarrolla en la parte más visible de nuestra comunidad -el espacio vacío entre la casa y la calle,» explica Fritz Haeg, creador del proyecto Edible Estates, cuyo objetivo es reemplazar el césped a la entrada de las casas con lo que llama «un huerto funcional en la fachada.?

?ste podría ser un momento fértil para el cambio. Durante la burbuja inmobiliaria, la gente pensaba en su casa como en un cajero automático o en una estación de transbordo. Si nos acostumbramos a ver la casa como lugar en donde alimentarnos, podríamos tener un movimiento terrenal anti-terreno.

No quiero dejarme llevar. Los últimos inquilinos de la Casa Blanca en comer del jardín fueron las ovejas de Woodrow Wilson. Como jardinera, empiezo cada temporada de siembra con grandes esperanzas y acabo con orugas del tomate, una criatura que hace parecer anoréxico al muñeco de Michelín.

Por otra parte, es probable que el jardín de la Casa Blanca dé lugar a una cosecha de metáforas. Puedo imaginarme el primer especial de Fox News hablando del coste al que ha salido cada hoja de espinaca. Puedo imaginarme a la cocina del hospicio local suplicando a los Obama que dejen de enviar calabacines ?? ¡Socorro! O la primera vez que una de sus abejas de panal pique a un líder extranjero.

Pero por otra parte, no hace aún 100 días que los Primeros Hortelanos estrenaron la propiedad. Nunca les prometimos un rosal.

Ellen Goodman
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