Ellen Goodman

Premio Pulitzer al comentario periodístico.

 

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Ellen Goodman – Boston.   Estoy segura de que a los habitantes de Vermont no les gusta la idea de que los adolescentes se envíen fotos picantes entre sus teléfonos móviles. Tampoco los padres de Ohio o Utah querrán que sus hijos utilicen el saldo de sus móviles para desnudar sus cuerpos delante de sus amigos.

Sin embargo, las legislaturas de sus estados se encuentran entre las primeras en intentar imponer penas sensatas al sexting. Se distancian de las leyes que en la actualidad juzgan a un adolescente con un teléfono móvil de la misma forma que tratan a un pedófilo. Saben que hay diferencia entre una decisión verdaderamente mala y un delito.

Durante los últimos meses, el ??sexting,? esa mezcla picantona entre sexo y enviarse mensajes al móvil, ha generado una especie de pánico moral y vuelta a «Problemas en River City.? Los padres que apenas han empezado a asumir el exceso de información sobre Facebook se enfrentan ahora a las investigaciones que sugieren que uno de cada cinco adolescentes ha enviado o difundido en Internet fotografías de sí mismos desnudo o escasamente vestido.

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Si el sexting deja a los padres presa del pánico, empuja a los fiscales a devanarse los sesos. Hemos visto a chicas adolescentes acusadas de pedofilia por posar para fotografías. Hemos visto a un chico de secundaria de Indiana que se enfrenta a cargos de escándalo público por enviar una fotografía de sí mismo desnudo a sus compañeros de clase. Hasta tenemos un chico de 18 años que enviando fotografías desnudo a su novia está incluido ya en las listas de delincuentes sexuales junto a violadores.

El pánico no sólo borra la frontera entre lo estúpido y lo criminal, diluye el verdadero horror de la pornografía infantil. Si una niña de 13 años que se hace fotografías es lo mismo que un pedófilo que hace fotografías de menores practicando actos sexuales, explica Danah Boyd, del Centro Berkman de Sociedad e Internet de la Universidad de Harvard, «no vamos a disponer de las herramientas para perseguir a la gente que debemos perseguir.?

Clasificar delitos en las categorías existentes con calzador también oculta la naturaleza de este riesgo social y tecnológico.

No hay nada particularmente nuevo en que los jóvenes se hagan fotos. Es tan viejo como la Polaroid. Tampoco hay nada nuevo en que lo que pertenece al ámbito privado se haga público de manera viral. Es más viejo que aquellas fotografías de Jackie O desnuda en una isla griega. Lo diferente ahora es que los adolescentes pueden ser sus propios paparazzis y ser vulnerables a la humillación que antes quedaba reservada solamente a los famosos.

Como afirma Amanda Lenhart, del Pew Internet and American Life Project, «Se tiene al alcance de la mano la posibilidad de hacer fotos de un hermoso cerezo o de uno mismo en calzoncillos. Los adolescentes lo hacen todo.? Una vez que se ha presionado el botón de enviar, se ha perdido todo control. ??Los pixeles,? dice Lenhart, ??son traicioneros y rápidos cuando ya no los controlas.?

La fotografía que es enviada en un momento de imprudencia o de mezquindad puede recorrer el mundo igual de rápido que Susan Boyle cantando ??I Dreamed a Dream.? Tiene la vida media de la basura radiactiva. Todo aquel que alguna vez ha deseado un retraso en su correo electrónico sabe eso, pero los adolescentes son los que menos van a pensar a largo plazo. Y con frecuencia son más confiados.

El grueso de las imágenes son enviadas a parejas románticas. Gran parte de lo que estamos viendo son jóvenes que exploran la confianza y la intimidad. Como dice Boyd, «Si busca las razones de que estén compartiendo contenidos desnudos una es una forma de ligar. Otra es una forma de despertar confianza, dice un chico, ‘¿No vas a confiar en mí? ¿No me vas a enviar una foto en pelotas?’? Una confianza establecida conduce a una confianza rota en cuanto esas fotos son enviadas al ciberespacio.

De manera que lo que está en juego no es pornografía. ??En casi todos los casos,» dice Boyd, «todo se reduce acoso escolar y humillación.?

No olvidemos el elemento sexista del sexting. Lo que circulan son sobre todo fotografías de chicas desnudas. A menudo son los novios — o ex novios — los que ponen en circulación la foto del triunfo. Son las chicas las que pagan la factura social de la humillación. Son las chicas las que quedan marcadas como «putas» en la jerga de las chicas fáciles.

Jessica Logan, con 18 años de edad en Ohio, se suicidó después de que su novio sacase a la luz fotografías de ella desnuda, pero también hubo chicas que la humillaron y acosaron. La chica de confianza quedó más condenada al ostracismo social que el chico que violó esa confianza. Quién lo iba a decir.

El escándalo del sexting ha contribuido sobre todo a una cosa, ha hecho que los padres vigilen de cerca los contenidos digitales de los teléfonos igual que han convertido MySpace en OurSpace. Tenemos que eliminar esta etiqueta de delincuentes. ¿Pero cómo se elimina el castigo social de ser un canalla homologado?

Mientras inventamos la solución a esto, yo sugeriría adjuntar una pegatina a todo teléfono móvil adolescente. Reza: asegurarse antes de confiar.

Ellen Goodman

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