E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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» Es hora de quitar la carta blanca a los prejuicios sin complejos de Herman Cain. El caballero y su veneno han de ser tomados clara y seriamente.

Imagine la reacción si el candidato presidencial de una formación relevante — alguien que como Cain, tuviera apoyo real en los sondeos — afirmara «no sentirse cómodo» eligiendo a un judío para cubrir una vacante del gabinete. Imagine la reacción si este mismo caballero apoyara públicamente los esfuerzos de una comunidad por impedir levantar una casa de oración a los mormones.

Pero los prejuicios de Cain no se dirigen contra mormones ni judíos, sino contra musulmanes. El prejuicio religioso público normalmente basta para descartar a un candidato a un cargo público nacional — pero no, al parecer, cuando la religión en cuestión es el islam.

El domingo, Cain adoptaba la postura de que cualquier comunidad del país tiene derecho a prohibir a los musulmanes construir una mezquita. El sonido que se escucha es el murmullo de los Padres de la Patria revolviéndose en sus tumbas.

La libertad religiosa está, por supuesto, amparada por la Constitución. No hay ningún asterisco ni nota al pie que declare a los musulmanes exentos de esta garantía constitucional. Cain dice saber esto. Evidentemente no le importa nada.

Los comentarios de Cain se produjeron cuando el presentador de «Fox News Sunday» Chris Wallace le asediaba a preguntas relativas a su obsesión con el intento de parte de los residentes de Murfreesboro, Tenn., de detener la construcción de una mezquita. Wallace apuntaba que la mezquita ha funcionado en un enclave próximo más de 20 años, y preguntaba, sensatamente, cuál es el gran problema.

Cain se lanzó a una elaborada fantasía conspirativa relativa a que el lugar de oración propuesto no es «únicamente una mezquita para fines religiosos» y que «están pasando más cosas».

Estas nefastas actividades imaginadas, al parecer, son una campaña para someter a la nación y al mundo a la ley religiosa islámica. Los activistas anti-mezquita de Murfreesboro «ponen reparos al hecho de que el islam es tan religión como conjunto de leyes, ley islámica». Según Cain. «Esa es la diferencia con cualquiera de nuestras restantes religiones en las que sólo hay fines religiosos».

Volvamos al mundo real un momento y veamos lo fraudulento que es este argumento. Presumiblemente, Cain incluye al catolicismo romano entre «las tradiciones religiosas» merecedoras del amparo constitucional. Casualmente nuestro sistema jurídico reconoce el divorcio, pero la Iglesia Católica no. Esto, según la lógica de Cain, debe de constituir una tentativa de imponer «el código Vaticano» a una nación confiada.

De igual manera, una congregación judía ortodoxa que respete las leyes kosher debe de formar parte de un siniestro complot encaminado a privar a América de su divino bacon.

Wallace fue admirablemente tenaz al presionar a Cain a aceptar sus prejuicios o retroceder de sus posturas. «¿Pero no podría entonces cualquier comunidad decir que no queremos una mezquita en nuestra comunidad?» preguntaba Wallace.

«Podrían decir eso», respondía Cain.

«De manera que cualquier comunidad si quiere puede prohibir una mezquita…» empezaba Wallace.

«Sí, tienen derecho a decir eso», dijo Cain.

Para que conste, no. Que conste, no hay ninguna tentativa de imponer la ley sharia; Cain está en pie de guerra contra una amenaza que sólo existe en su propia imaginación. Tiene tanto sentido como preocuparse de que los amish nos vayan a obligar a viajar en carreta.

Esta demonización de los musulmanes no carece de precedentes. Durante los primeros años del siglo XX, por todo el Sur, los racistas blancos se valieron de una «amenaza» similar — la amenaza de varones negros como delincuentes sexuales que amenazaban a las blancas — para justificar un elaborado marco jurídico de segregación y represión que se prolongó durante décadas.

Como señalaba Wallace, Cain es un afroamericano lo bastante mayor para recordar las leyes de la segregación de Jim Crow. «En calidad de alguien que, estoy seguro, se enfrentó a prejuicios creciendo en los años 50 y 60, ¿cómo responde a los que dicen que usted está haciendo lo mismo?»

La respuesta de Cain era de esperar: «Les digo que eso es absolutamente falso, porque es absoluta y totalmente distinto… Teníamos ciertas leyes que ponían límites a la gente a causa de su color y solamente de su color».

Wallace preguntaba: «¿Pero no está usted dispuesto a poner límites a la gente por su religión?»

Cain aduce: «Estoy dispuesto a tener vigilada más de cerca a la gente que puede ser terrorista».

Generaciones de fanáticos exponían el mismo razonamiento a tenor de los negros. Ellos son irremediablemente diferentes. Muchos de ellos pueden estar limpios, pero los hay que constituyen una amenaza. Por tanto, es imprescindible someter a todos ellos al escrutinio.

Los segregacionistas Bull Connor y Lester Maddox estarían orgullosos.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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