E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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» La lucha por el techo de la deuda causó la hiperventilación y las úlceras suficientes como para relevar alguna central térmica. ¿El producto resultante? Empieza a parecer enclenque e irrelevante.

El resultado político fue horrible. Pero dejando aparte la política un momento, confío en que los recortes presupuestarios de menos de un billón a 10 años no alteren significativamente la vida cotidiana que conocemos. Y dado que la legislación no genera absolutamente ninguna recaudación nueva, el impacto sobre la deuda nacional será mínimo.

Alrededor de 1,5 billones en recortes adicionales se implantarán si el «súper-comité», un panel legislativo bipartidista a cargo de remodelar nuestro futuro a través de la reforma de las pensiones y el código fiscal, se paraliza. Oiga, ¿cuándo ha pasado eso? Aun así, con la excepción del gasto del Pentágono, los capítulos sagrados de los presupuestos quedan más o menos exentos de los recortes automáticos. El impacto sobre la deuda apenas llega a decepcionante.

Acabamos de pasar meses de dura lucha para lograr muy poco. Mientras tanto, la mayoría de las economías avanzadas del mundo, incluida la nuestra, se encuentran sumidas en una «recuperación» económica que avanza tan lentamente que parece que retrocedamos.

La Tierra a Washington: el paro está atascado en torno al 9 por ciento. Las empresas no contratan porque la demanda del consumidor, el gran motor de la economía norteamericana normalmente, es endeble. Los estadounidenses ahorran más de lo que gastan porque sus activos más valiosos — sus residencias — no han empezado a recuperar el valor que perdieron cuando estalló la burbuja inmobiliaria. El precio de la vivienda no empezará a recuperarse hasta que la saturación de desahucios sea digerida por lo que queda de mercado inmobiliario. Esos hogares subastados no pueden ser adquiridos por parados.

Nuestros funcionarios electos podrían y deberían ponerse a hablar de formas de romper este círculo vicioso antes de que nos arrastre a la recesión otra vez. En lugar de eso se centran en la reducción de la deuda — objetivo encomiable que se persigue de la forma equivocada en el momento equivocado.

Sí, hemos que reducir la deuda. Pero el momento de hacerlo es cuando la economía esté lo bastante fuerte para soportar los golpes de un programa de austeridad. El crecimiento económico saludable contraerá el problema de la deuda con el tiempo, incluso sin medidas de austeridad draconianas. Dar lugar a esta clase de crecimiento debería ser la principal prioridad de la nación.

Todas las políticas arriesgadas en torno a un posible descubierto no desalentaron esencialmente a los inversores a la hora de adquirir deuda pública; los tipos de interés siguen bajos, y muchos economistas dicen ya que no se produciría un impacto ni siquiera si las agencias de riesgo llegan a rebajar la calificación de la deuda estadounidense como inversión. Esto se debe a que nadie — a excepción tal vez de cierta gente del movimiento de protesta fiscal tea party y del Senador de Kentucky Rand Paul — creería posible que nuestro gobierno llegase a faltar realmente a la extinción de su deuda. También porque no hay ningún otro puerto seguro en el que se pueda guardar todo ese dinero sin que se sepa.

Nuestra «crisis» de la deuda es una pamplina en comparación con lo que está sucediendo en Europa, donde la inquietud extrema por probables descubiertos se ha contagiado a España e Italia. A diferencia de Grecia, estos gigantes económicos podrían ser demasiado grandes para rescatar. El hombre fuerte ruso Vladimir Putin sigue exigiendo el relevo del dólar como principal divisa de depósito del mundo. Por el momento, yo no haría grandes apuestas por el euro.

En Washington, nuestros líderes apenas parecen haber notado esta inquietud en una de las zonas económicas más importantes del mundo. Estaban enfrascados en un debate filosófico en torno a las diferencias entre eliminar una «desgravación» y elevar un impuesto. Pista: para el contribuyente, absolutamente ninguna en absoluto.

El Congreso y el presidente deberían haber ampliado la prestación por desempleo y la rebaja en la retención de las nóminas — dos medidas que ayudarían a mantener en marcha la economía, con independencia de la lentitud. Y al menos deberían tratar de hacer más que apartar la vista del presente caos inmobiliario.

El presidente Obama y el presidente de la Cámara John Boehner pasaron semanas tratando — y fracasando — de proponer una batería de medidas de recorte presupuestario y «mejoras» de la recaudación que reducirían la deuda nacional 4 billones a la próxima década. ¿Quiere verme hacer lo que Obama y Boehner no supieron hacer?

Lo tiene delante.

Yo nada, y ahora a esperar a que a finales del año que viene expiren las ventajas fiscales Bush. Si dejamos que todos los tipos impositivos vuelvan a donde estaban durante la era que debería llamarse de la Prosperidad Clinton, un problema de deuda que ahora puede parecer abrumador parece de pronto bastante gestionable. Algún crecimiento, algún retoque con las pensiones, y estamos listos para otro cuarto de siglo más o menos.

Problema resuelto. Bien, hagamos algo que pueda beneficiar realmente al país.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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