E. Robinson

Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. «La delegación del Black Caucus del Congreso que visitó La Habana la semana pasada pecó de ingenua al no notar — o no reconocer falsamente — que Cuba no es ni por asomo el paraíso de la armonía racial y de la igualdad que finge ser. No obstante, no es motivo para que Estados Unidos prolongue las políticas ilógicas, ineficaces e inflexibles que han dado lugar a una trayectoria de 47 años de fracaso ininterrumpido.

El decreto del Presidente Obama el lunes — levantando parte de las restricciones a los viajes, los envíos y las partidas económicas, pero sólo en el caso de los cubano-americanos — apenas es un punto de partida. Debería llegar a anclar realmente nuestra política hacia Cuba en la realidad. Después de todo, hemos intentado todo lo demás.

Aquellos que defienden mantener el embargo comercial y las restricciones a los viajes que todavía pesan — y que llegan a predecir que estas medidas, impuestas en un momento en el que la Guerra Fría se estaba volviendo gélida, pondrán de rodillas al gobierno Castro cualquier día de estos — han bebido demasiados mojitos. Las afirmaciones de que Estados Unidos va de alguna manera a renunciar a la valiosa «influencia» levantando las sanciones son la más pura de las fantasías.

Señores, no tenemos  ninguna influencia en Cuba. Si la tuviéramos, habríamos logrado empujar al gobierno cubano un pelo o dos hacia la reforma democrática en las cinco últimas décadas.

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Lo que debemos hacer es levantar el embargo, que Obama no ha tocado, y poner fin a la prohibición de viajar de todo el mundo. Eso dejaría en el tejado de los cubanos la pelota de impedir de alguna manera que hordas de capitalistas y turistas estadounidenses infecten la isla de peligrosas ideas contrarrevolucionarias. Pero deberíamos dar estos pasos con los pies en el suelo, viendo la realidad de Cuba, no lo que nosotros queramos ver.

A estas alturas debería estar haciéndose la luz a los siete legisladores estadounidenses que realizaron la visita oficial la semana pasada — incluyendo a seis miembros del Black Caucus — de que las primeras impresiones pueden ser traicioneras. A tres miembros de la delegación se les concedió una infrecuente audiencia con el enfermo Fidel Castro. ??Me miró fijamente a los ojos,» decía la Representante Laura Richardson, D-Calif., ??y a continuación preguntó: ‘¿Cómo podemos ayudar al Presidente Obama?’ Fidel Castro realmente desea que el Presidente Obama triunfe.??

No, él realmente no desea eso. Como sucedió puntualmente, Castro manifestó enseguida que no tiene buenos deseos ni siquiera para la delegación, por no hablar del actual inquilino de la Casa Blanca. Tras la reunión, Castro difundía una circular de prensa afirmando que uno de sus visitantes había dicho que Estados Unidos debería «disculparse» con Cuba y que otro había dicho que la sociedad estadounidense sigue siendo «racista.? Los integrantes de la delegación negaron que hubiera tenido lugar ninguna de tales conversaciones — y yo les creo.

Va en interés de Castro sabotear cualquier movimiento genuino desde Washington hacia la normalización de las relaciones, porque cualquier alivio en la tensión destruiría la excusa declarada del gobierno para negar a los cubanos las libertades políticas básicas: que cualquier aperturismo sería explotado por el enemigo imperialista del norte. También va en interés de Castro retratar a Estados Unidos como un racista incurable — al contrario que Cuba, bajo la tutela de la revolución.

En 10 crónicas en la isla, he conocido a afro-cubanos que me decían con convencimiento que han tenido oportunidades bajo el régimen de Castro — en especial en sanidad y educación — que habrían sido inimaginables antes de la revolución. Pero también he escuchado amargas quejas de racismo profundamente asentado que muchos cubanos negros piensan está empeorando.

La raza es un tema delicado en Cuba, y durante muchos años ni siquiera se mencionaba. Raúl Castro, que conoce la isla y a su gente igual de bien que su hermano mayor, despertó la controversia en el año 2000 cuando dijo que si un hotel negara la entrada a un cliente por ser negro, ese hotel debería ser clausurado — una admisión de que esas cosas ocurren. Los raperos populares del hip-hop underground cubano han convertido el agravio racial en una importante temática de sus atrevidas líricas. Una vez entrevisté a una profesora cubana cuyo marido, oficial del ejército, despreciaba sus investigaciones en la discriminación racial — hasta que sufrió la experiencia de ser detenido y humillado por la policía sin otra razón que su oscura piel.

Hasta sin conocer a ninguno de los reconocidos disidentes negros de la isla, el visitante de Washington podrá observar que la mano de obra de la emergente industria turística de Cuba — supuestamente la clase más privilegiada, puesto que las camareras y los taxistas reciben las propinas en divisa fuerte, lo que les permite un estándar de vida más allá de lo que es posible con las raciones del gobierno y los pesos cubanos — es desproporcionadamente blanca.

Los miembros del Black Caucus son, con toda razón, especialistas en notar tales insultos e injusticias cuando están en el país. Tal vez sea que estaban demasiado ocupados mirando a Fidel a los ojos.

Eugene Robinson
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