E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson: «El peor de los casos. Washington - La administración Obama ha realizado una labor encomiable empujando gentilmente al Presidente egipcio Hosni Mubarak a una especie de exilio dorado. Ahora ha llegado el momento de empujar. Con fuerza.

Los estimados ideales de democracia y las frías obligaciones de los intereses nacionales exigen en la misma medida que los funcionarios estadounidenses hagan lo que tengan en su mano — cosa que, francamente, puede no ser mucho — para precipitar la marcha de Mubarak. Ayudarle a repostar el avión presidencial y embarcar lingotes de oro, si es necesario. Enviarle una postal desde la Riviera francesa que diga «Me gustaría que estuvieras aquí».

La retórica de la administración progresivamente más dura ha sido adecuada, en su mayor parte. La evaluación inicial de la Secretario de Estado Hillary Clinton apuntando que la administración egipcia era «estable» y el rechazo tajante del Vicepresidente Biden a llamar «dictador» a Mubarak fueron obviamente un error, pero aun así es fácil comprender el motivo de que tuvieran problemas para creer que las revueltas populares pudieran deponer realmente a un régimen tan despiadado y longevo.

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El viernes, el Presidente Obama seguía sonando igual que si esperara que Mubarak sobreviviera en el poder, instando al hombre fuerte faraónico a «adoptar medidas concretas» orientadas a la reforma democrática. Hacia el domingo, Obama pedía «una transición pacífica y ordenada» en Egipto; Obama, tras hablar con varios líderes mundiales por teléfono, también utilizaba la palabra «transición» en una declaración oficial.

Eso es lo correcto – siempre que la administración no utilice «ordenada» queriendo decir «gradual» o «dilatada». Cuanto más tiempo se aplace la llegada de la democracia en Egipto, más probable será que la Casa Blanca se enfrente al peor de los escenarios.

La pesadilla de la administración es que la nación más poblada del mundo árabe – piedra angular en muchos sentidos de la política estadounidense hacia Oriente Medio – esté gobernada por un régimen islamista encabezado por la Hermandad Musulmana. Un gobierno así sería mucho más hostil hacia Israel, y mucho más receptivo a grupos como Hamás o Hezbolá. Un pilar clave de la estabilidad en la región más peligrosa del mundo habría caído, con implicaciones inciertas y quizá verdaderamente nefastas.

Este resultado, creo yo, dista mucho de ser inevitable. Pero se vuelve más probable si el deseo popular generalizado de disolución inmediata del régimen de Mubarak no es satisfecho.

La solución que permitiría guardar las apariencias, en el seno de la cual Mubarak aguanta hasta que se celebren elecciones en septiembre, no es lo quiere el pueblo egipcio claramente. El fervor edulcorado y optimista que hemos visto en esas increíbles fotografías de la Plaza de Tahrir tendría meses para agriarse y cuajar – y el movimiento islamista sería probablemente el gran beneficiado.

La Hermandad Musulmana es la fuerza de oposición mejor organizada del país, pero ha sido relegada a los márgenes del levantamiento popular. Por el momento es una revolución secular. El Egipto post-Mubarak cuyos cimientos se están poniendo ahora incluirá a la Hermandad, pero no en un papel central. Si Mubarak llegase a aguantar hasta septiembre — y la turba en las calles volviera a su vida cotidiana con pesimismo — la Hermandad tenaz y decidida acabaría jugando un papel de mayor peso en la proyección del futuro del país.

Ahora mismo, los manifestantes se han dado cuenta de que las balas de goma y los botes de gas lacrimógeno disparados por la odiada policía de Mubarak llevan el indicativo «Fabricado en USA». Es cierto que Mubarak ha sido un aliado útil y bastante sólido durante tres décadas. Pero también es cierto que el análisis desapasionado concluye que el tiempo de Mubarak, de 82 años de edad, ha pasado, que el clamor popular de democracia en Egipto no tiene vuelta atrás, y que para los intereses estadounidenses es mejor posicionarse en el bando correcto de la historia.

Estados Unidos va a conservar en todo caso cierta influencia en Egipto, aunque sólo sea por los 1.300 millones de dólares en ayuda exterior que aportamos cada año. Sería bueno que conserváramos también cierta influencia moral — pero no lo haremos si se considera que la administración respalda a un dictador corrupto cuyo tiempo en el poder se agotó hace mucho.

Hay otra razón para dar un fuerte empujón a Mubarak: Creemos en la libertad y la democracia realmente. En serio.

Es emocionante ver a los egipcios ejerciendo los derechos que nosotros consideramos inherentes y universales — reunirse, asociarse y hablar con libertad, dar su consentimiento de gobernado, retirar ese permiso cuando se abusa de él.

Adoptamos la postura de que la democracia sólo es buena cuando nosotros damos el visto bueno a los líderes que salen elegidos. Nunca vamos a convencer a los egipcios de que esto no es sino pura hipocresía. Ni siquiera nos convenceremos alguna vez a nosotros mismos.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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