E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson -Washington. Lo crea o no, con frecuencia puedo ver la otra cara de un argumento. Sé que las estrictas leyes de control de armas salvan vidas y protegen a nuestras comunidades, por ejemplo, pero también entiendo lo que dice la Segunda Enmienda. Soy partidario de la discriminación positiva, pero me doy cuenta de que brindar oportunidades a algunos individuos que se las merecen puede significar negar oportunidades a los demás. Pensar algunos temas implica discernir entre escalas de gris sutilmente.En algunos temas, no obstante, en realidad no veo más que blanco o negro. Entre ellos está la «duda» de conceder los mismos derechos a los estadounidenses que son gays y lesbianas, lo que en realidad no es una duda ni por asomo. Es un imperativo que llega con retraso, y un imperativo que la nación está empezando por fin a reconocer.

Antes de su investidura, el Presidente Obama se proclamaba «feroz defensor de la igualdad de los estadounidenses homosexuales.? Ahora, con el tema del matrimonio homosexual infiltrándose en un estado tras otro y con la política del Pentágono de expulsar a los militares homosexuales del cuerpo lista para ser derogada, es momento de que Obama invierta parte de su capital político en lo que dice su retórica.

El miércoles, Maine se convertía en el quinto estado en legalizar el matrimonio homosexual; una legislación parecida en New Hampshire ha sido enviada al gobernador. Los políticos de Washington que quieren evitar lo que entienden como una polémica peligrosa tienen una conveniente vía de escape: pueden decir que el asunto del matrimonio debe quedar en manos de los estados, y que la cuestión de si el matrimonio homosexual de un estado debe ser reconocido por los demás ya ha sido abordada por el Congreso y finalmente zanjada en los tribunales.

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Pero eso es pasar la pelota, no tener una postura. Ciertamente no debe confundirse con el liderazgo.

Preferir «las uniones civiles» que conceden todos los derechos y ventajas del matrimonio — pero que se abstienen de utilizar la palabra matrimonio y con él, supongo, la aprobación de la sociedad — equivale a otro truco. Me preocupa aquí la forma en que la ley entiende la relación, no la forma en que ninguna iglesia concreta o líder religioso la interpreta; eso depende de los fieles, el clero y el Todopoderoso. El matrimonio no es sólo sacramento sino también un contrato, y el aspecto contractual es asunto de legislación, no de las escrituras.

Obama adoptó la vía de las «uniones civiles» durante la campaña del año pasado y se ha seguido aferrando a ella. Mientras que veo el cálculo político — fue básicamente la postura de todos los candidatos importantes Demócratas — nunca he comprendido la lógica. Si la semántica es la única diferencia entre una unión civil y un matrimonio, entonces ¿por qué molestarse en definir una distinción? Si hay diferencias genuinas que la ley deba reconocer, ¿cuáles pueden ser?

Me parece que igualdad significa igualdad, y se es igual o no se es. Creo que el matrimonio debería ser legal, y me es difícil imaginar cómo cualquier «feroz defensor de la igualdad» puede pensar lo contrario.

Obama defiende sensatamente la derogación de la política de expulsión de los homosexuales del ejército. Debería impulsar el asunto recordando públicamente a los detractores de dejar que los homosexuales se alisten en el ejército que sus argumentos — perjudicará la moral, dañará la cohesión y la disposición, disuadirá de realistarse — son con frecuencia los mismos, palabra por palabra, que los argumentos que se establecían hace 60 años en contra de la integración racial en las fuerzas armadas. Eran prejuicios entonces, y son prejuicios ahora.

Obama también debería defender de manera obvia que expulsar efectivos capaces y totalmente entrenados por la fuerza por ser homosexuales, en un momento en el que nuestro desbordado Ejército está librando dos guerras, sólo puede describirse como demencial.

Lo que el Presidente no debería hacer es distanciarse del debate del matrimonio con la excusa de que no es asunto del gobierno federal. Para empezar, consta que votó a favor de derogar la Ley de Defensa del Matrimonio de 1996 — una ley que bloqueaba el reconocimiento federal de los matrimonios homosexuales y descargaba a los estados de cualquier obligación de reconocer los matrimonios homosexuales contraídos en los demás estados.

¿Significa la postura de Obama a favor de la derogación que los fieles del gobierno federal  deben de reconocer los matrimonios homosexuales? ¿También piensa que, digamos, el estado de Alabama tiene que  reconocer un matrimonio homosexual contraído en Iowa? Si es así, ¿cuál es la diferencia práctica entre esta postura y decir simple y llanamente que los matrimonios homosexuales deberían ser legales y reconocidos en cada uno de los 50 estados?

No estoy pecando de idealista. Sé que la aceptación de la homosexualidad entre la opinión pública de este país está muy lejos de ser universal. Pero las posturas han cambiado dramáticamente — más que suficiente para que un presidente popular y progresista se pronuncie alto y claro en un tema de derechos civiles y humanos fundamentales.

Eugene Robinson

 

Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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