E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson-Washington – ¿Por qué no les gusta la libertad a los conservadores?

A juzgar por la Conferencia de Acción Política Conservadora celebrada la semana pasada, es una pregunta justa. Mientras los egipcios desmontaban el gobierno de tres décadas dictatoriales de Hosni Mubarak, los políticos reunidos en el encuentro anual del CPAC en Washington oscilaban entre el silencio en la materia y la irritación.

Mitt Romney, principal aspirante presidencial Republicano tal vez, pronunciaba un discurso sin pronunciar una sola vez el levantamiento multitudinario de El Cairo que podría indicar el cambio geopolítico más importante desde el final de la Guerra Fría. Podría pensar que cualquiera deseoso de ser presidente prestaría atención y tendría una opinión formada.

El Senador de Dakota del Sur John Thune, de quien también se sabe está considerando una apuesta presidencial, parecía de igual forma no haber reparado en que el mundo está cambiando. El ex gobernador de Minnesota Tim Pawlenty se limitaba a criticar al Presidente Obama por apaciguar de alguna forma «a Hamás y a la Hermandad Musulmana». El Congresista de Texas Ron Paul, que ganaba el sondeo presidencial del CPAC, fue directo por lo menos: Dijo que Estados Unidos no tiene «la responsabilidad moral de difundir nuestra bondad por el mundo» y alentar a la administración a «hacer mucho menos muchísimo antes, no sólo en Egipto sino en todo el mundo».

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El ex presidente de la Cámara Newt Gingrich estaba hasta en la sopa. En el CPAC, mencionó «lo que está sucediendo en Egipto» sin más comentarios. El sábado dijo a The Associated Press que la dimisión de Mubarak era «buena para el futuro» pero criticaba a Obama por apoyar públicamente la caída del dictador. El domingo, Gingrich explicaba en «This Week» en la ABC que Obama hizo bien en alinearse con los manifestantes amantes de la libertad en la Plaza de la Liberación pero debió haberlo hecho en privado — como si el aliento discreto, de lo que había bastante, fuera a suponer alguna diferencia.

Mientras tanto, las protestas contagiadas por el levantamiento de Egipto resuenan por todo el mundo árabe – Argelia, Jordania, Yemen, Bahrein. El lunes, el clamor por la democracia afloraba en Irán con las primeras manifestaciones callejeras relevantes contra el gobierno teocrático desde 2009.

El presidente de la Cámara John Boehner, al menos, se ponía de forma clara de parte de la libertad. Pero ¿a qué viene la ambivalencia por parte de tantos destacados conservadores?

Por una parte – y creo que esto se aplica a la mayoría de los mudos candidatos potenciales – está el hecho de que todo esto está pasando bajo la legislatura de Obama. Si todo sale bien, Dios nos coja confesados si el presidente obtiene algún mérito.

Los comentarios públicos de la administración mientras la revolución egipcia se desarrollaba parecían andar dos pasos adelante y uno hacia atrás, pero nunca hubo ninguna duda real de la opinión de Obama. Estados Unidos no tuvo en ningún sentido el control de los acontecimientos, pero la Casa Blanca se valió de cualquier influencia que pudiera haber tenido para impulsar la transición.

El mantra conservador ha sido: Obama siempre se equivoca. Tiene por tanto que haber algo erróneo en la forma en que gestionó la cuestión de Egipto — incluso si parece, desde donde estamos por el momento, que el resultado es una apertura histórica a la democracia en la región más problemática del mundo.

La otra posible explicación de la tibia reacción conservadora es la falta de fe en nuestros valores democráticos más apreciados — al menos en lo que respecta a los países de mayoría islámica.

No estoy hablando de la fantasía paranoica de Glenn Beck de que existe una vasta conspiración entre los islamistas y la izquierda por el dominio del mundo; eso es trabajo de un profesional cualificado con un talonario de recetas. Estoy hablando de gente como el ex embajador ante las Naciones Unidas John Bolton, que dijo ante el CPAC que «la democracia tal como la entendemos» en Egipto estaría bien pero se quejaba de que «unas elecciones democráticas pueden dar lugar a resultados antiliberales».

En otras palabras, algunos egipcios podrían votar a los candidatos que representan a la Hermandad Musulmana. Es improbable que el colectivo se alce con la mayoría en elecciones libres y justas — porque un gobierno encabezado por la Hermandad Musulmana, llegado el caso, fuera necesariamente más peligroso u hostil que el régimen de Mubarak. Pero Bolton y algunos otros parecen convencidos de que sólo las formaciones políticas con el permiso de Estados Unidos deben concurrir a las elecciones egipcias.

El ex senador Rick Santorum, otro candidato presidencial, se valía de su intervención en el CPAC para criticar duramente la gestión de la cuestión de Egipto por parte de Obama; Santorum lleva semanas diciendo que las elecciones conducirían directamente a «la ley islámica». Pam Geller, la bloguera conservadora que encabezó la oposición a la construcción de la mezquita del Bajo Manhattan, se presentó en la conferencia CPAC y dijo a un periodista de la revista Mother Jones que la caída de Mubarak es «catastrófica» y que conducirá a la ley islámica por todo Oriente Medio.

Estos conservadores aducen que no se puede confiar su propio gobierno a los 1.200 millones de musulmanes del mundo. Eso no es lo que yo llamaría amar la libertad.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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