Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington. De la obligación de columnista de proporcionar una lista de las 10 mejores películas de 2009, me escaquearé ofreciendo sólo una. Se trata de «The Baader Meinhof Complex», que Anthony Lane, el crítico de cine del New Yorker, dice haber visto «tres o cuatro veces». En el momento que la vi, pensé que una vez bastaba. Sin embargo la película atrae de forma morbosa porque, para mí, trata sólo de refilón del radicalismo estilo década de los 70 de Andreas Baader y Ulrike Meinhof, y más de lo equivocado que estaba cuando era joven.

La película retrata el sangriento ascenso repentino y caída súbita igualmente sangrienta de la Facción del Ejército Rojo, o la llamada Banda Baader-Meinhof, en lo que por entonces era Alemania Occidental. Ni Baader ni Meinhof pensaban estar liderando una banda, aunque sí robaban bancos y secuestraban a ricos e incendiaban edificios con soltura pasmosa. Por el contrario, creían que estaban liderando una revolución, que se iniciaría en su propio país y se propagaría por doquier. Combatiría el fascismo, el imperialismo, el sionismo, los valores burgueses de todo tipo – el sexo liberal era una especie de acto revolucionario – y a Estados Unidos en todas sus malévolas manifestaciones, su vil guerra de Vietnam en particular.

Meinhof era la más interesante de los dos. Era esposa, madre y periodista. Su radicalización se produjo en junio de 1967, cuando el sha de Irán, Mohammed Reza Pahlavi, visitó Berlín Oeste. El shah era visto a la vez como tirano y títere de los americanos, y así fue recibido por los manifestantes de extrema izquierda. Se produjo una pelea a puñetazos, con matones pro-shah armados con palos incitando a los manifestantes pacíficos. La policía no hizo nada. Al día siguiente, durante otra manifestación, un policía abatió a tiros a un manifestante. Ese acto parecía reivindicar el argumento de los radicales: Alemania era un brutal estado fascista.

En la práctica, los radicales se habían topado con algo. Antiguos nazis estaban instalados en el gobierno y el comercio. La nueva generación estaba expresando su repulsa hacia la generación anterior. El sha era un objetivo apropiado. El Savak, su policía secreta, era conocido por torturar. El régimen iraní era el producto de la política exterior estadounidense. «Shah asesino», gritaban los manifestantes. Tenían parte de razón.

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Ahora bien, han pasado muchos años y el Shah ha sido reemplazado por los ayatolás. Los hijos de aquellos manifestantes tendrían derecho a gritar ahora «ayatolás asesinos», pero el Líder Supremo Alí Jamenei no viene a Berlín. Es difícil decir cuál de los regímenes ha matado a más gente, pero por lo menos el sha no amenazaba con borrar a Israel ni sufría estallidos emotivos contra Estados Unidos. Menos da una piedra.

En cuanto al policía que disparó contra el manifestante, llegó a personificar al gobierno de Alemania Occidental, supuestamente fascista. Se llamaba Karl-Heinz Kurras. Fue absuelto del homicidio – un accidente, según él – y finalmente se reincorporó a las fuerzas del orden de Berlín Occidental. Años más tarde, se supo que era comunista y agente secreto del régimen de Alemania Oriental. No era en absoluto el cerdo fascista del imaginario radical.

En la película, como en la vida real, la Facción del Ejército Rojo vomitaba sandeces revolucionarias sin sentido. También fue responsable de alrededor de 30 muertes. Sin embargo, durante un tiempo, contaron con el apoyo de algunos intelectuales destacados y de alrededor del 25 por ciento de los alemanes menores de 40 años. Se alinearon con la Organización para la Liberación de Palestina, se entrenaron para sembrar el caos en Oriente Medio y nunca se detuvieron a considerar que la causa palestina era en sí misma el producto de lo que sus padres habían hecho a los judíos de Europa. Tenían una extraña manera de expiar eso.

El entusiasmo de la juventud – la impaciencia con las explicaciones complejas, la energía desbordante que borra la historia y se burla del pasado – es uno de los clichés longevos de la vida. También lo es el conservadurismo y la cautela de la vejez, (mal) caracterizada muchas veces como enfermedad gerontológica, una consecuencia de la arteriosclerosis o algo parecido. Ambos clichés, como suele ser el caso, contienen una parte de verdad.

Como fue el caso, yo había respaldado a la izquierda alemana (aunque no a los locos) y también había animado a los revolucionarios de Irán – y todo lo que salió de ello fue el asesinato de alemanes inocentes y un Irán que dejó la sartén para caer en el fuego — o en algo peor. Puede usted pensar que la lección es que contra más cambian las cosas, más se quedan igual — pero no es esa. Parafraseando a Louis XIV – « l’Etat c’est moi » – el cliché soy yo. He cambiado.

© 2010. The Washington Post Writers Group

Sección en convenio con el Washington Post

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