E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington.- Se han dado prisa. Ahora tenemos pruebas de que la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color tenía razón.Cuando la principal organización de derechos civiles aprobó una resolución condenando las muestras de racismo de los activistas fiscales, los líderes del movimiento reaccionaron con un recelo tan espeso que se podía cortar con cuchillo – y a continuación demostraron que la NAACP estaba perfectamente justificada.

El domingo, la Federación Nacional de Grupos de Protesta Fiscal anunciaba que expulsaba a una de las figuras más destacadas del movimiento — un radical de California llamado Mark Williams — por las cosas escandalosamente racistas que había dicho de la NAACP. Expulsado junto a Williams está toda su organización, Tea Party Express, que venía siendo un colectivo particularmente activo y destacado.

El colmo fue una carta «satírica» que Williams, locutor de derechas, colgó en su página web. Se supone que es una misiva del secretario de la NAACP Ben Jealous a Abraham Lincoln, y la Federación la consideró «claramente ofensiva». Con razón.

Este es un pasaje: «Nosotros la Gente de Color hemos celebrado una votación y decidido que no recolectaremos todo eso de la emancipación. Libertad significa tener que trabajar de verdad, pensar por nosotros mismos y aceptar las consecuencias junto a las recompensas. ¡Eso es simplemente demasiado pedir de nosotros, la Gente de Color, y exigimos que se abandone la práctica!»

Sorprendentemente, empeora:

«La idea más racista quizá de todas del movimiento de protesta fiscal es su exigencia de que la administración ‘deje de subirnos los impuestos’. ¡Esto es escandaloso! ¿Cómo vamos a tener televisores panorámicos la gente de color en todas las habitaciones si los blancos conservan lo que ganan? ¡Totalmente racista! ¿Espera el movimiento que los negros sean miembros productivos de la sociedad? Sr. Lincoln, fue usted el mayor de los racistas. Vivimos a lo grande. Tres plazas, alojamiento y comida, todas nuestras decisiones tomadas por los inquilinos de la casa. Sírvanse derogar las Enmiendas 13 y 14 y volvamos a donde pertenecemos».

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Eso no es sátira, es discurso de incitación. La federación nacional debe ser elogiada por distanciarse con rapidez de este fanático recalcitrante. Pero Williams no es una figura oscura del margen del movimiento. Es uno de los grandes.

Tea Party Express tiene como «patrocinador nacional» a un comité de acción política llamado Nuestro País Merece Algo Mejor, que dedicó alrededor de 350.000 dólares a la victoriosa campaña del Senador de Massachusetts Scott Brown y destina cientos de miles a Nevada a nombre de la candidata Sharron Angle. Tea Party Express presume en su página web de haber organizado mítines con oradores como Sarah Palin, Ann Coulter o un tal Samuel Joseph Wurzelbacher, más conocido como Joe el Fontanero.

¿El resto de los líderes del movimiento nunca observaron la retórica de Williams antes? Su obsesión más reciente, antes del desliz de la NAACP, ha sido una cruzada para detener la construcción de una mezquita en el bajo Manhattan, cerca de la Zona Cero. Ha llamado a la estructura propuesta un lugar donde los musulmanes honrarán a los secuestradores de Al Qaeda y «adorarán al ídolo de los terroristas». Ha llamado al Presidente Obama «musulmán de Indonesia metido a matón del estado del bienestar».

Si Williams es ahora un parias en los círculos del movimiento, es progreso. Pero este episodio debería invitar a la dirección nacional a hacer un ejercicio de introspección y reconocer – no sólo frente al resto de nosotros, sino también frente a ellos mismos – que la desagradable retórica de tintes raciales ha formado parte del percal del movimiento desde el principio. Si el clamor popular del movimiento va a madurar en algo importante y duradero, tiene que purgarse de este veneno.

Y si el Partido Republicano va a tratar de aprovechar la pasión del movimiento de cara a los candidatos Republicanos, los líderes responsables deben dejar claro que el racismo no será tolerado. Pero el secretario de la oposición en el Senado Mitch McConnell rehusaba hablar del desliz de la NAACP al ser preguntado el domingo, y el Senador John Cornyn aportaba que acusar de racismo al movimiento es «calumnioso».

No es calumnioso si es verdad, Senador. Nadie puede negar que alguna fracción de la energía considerable del movimiento está generada por el racismo. Excomulgar a Mark Williams es un punto de partida para renegar y distanciarse de este elemento – pero sólo el comienzo.

Y por cierto, ¿se acuerda que el fiscal general Eric Holder nos animó a celebrar un debate nacional sobre la raza? Bueno, así es como se hace – torpe y puntualmente, casi siempre como reacción a un suceso concreto. No hablamos, gritamos y nos quejamos. No es estético, pero es el estilo americano.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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Richard Cohen

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Richard Cohen – Washington. Newt Gingrich, doctorado aparte, nos ha ofrecido el contexto ilógico y nada histórico de la desagradable disputa surgida a tenor de la construcción de un centro cultural islámico con mezquita en las inmediaciones de la Zona Cero de Manhattan. Durante un tiempo, yo pensé que Sarah Palin y los demás iban a ser los únicos en cosechar réditos políticos de explotar la tónica anti-musulmana, pero Gingrich no iba a quedarse atrás. Con solemnidad ceremonial, explicaba la doctrina de represalias del patio de los colegios.Gingrich observaba que «no hay ninguna iglesia ni sinagoga en Arabia Saudí?. Totalmente de acuerdo. Sin embargo, no es el gobierno de Arabia Saudí el que pretende abrir una mezquita en el bajo Manhattan, sino un grupo privado. Además, y sólo para que conste, Arabia Saudí no representa a todo el islam y, también para que conste, los terroristas de Al Qaeda que asesinaron a casi 3.000 personas el 11 de Septiembre habrían añadido encantados de la vida a la prolífica familia real saudí a la lista de víctimas. Como gesto de reciprocidad, los saudíes habrían pasado los cuellos de los líderes de Al Qaeda por unos cuantos alfanges igual de encantados. Es la costumbre del desierto, o algo parecido.

También destacaría que las mujeres no pueden conducir en Arabia Saudí. Aplicando la lógica Gingrichiana, se deduce que no se debe permitir a ninguna mujer musulmana la conducción dentro de Estados Unidos y sus posesiones y territorios — o, a esos efectos, utilizar una BlackBerry, puesto que los Emiratos Árabes Unidos están a punto de inhabilitar algunas de sus funciones más reseñables. Estoy seguro de que Gingrich estará de acuerdo.

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Las declaraciones de Gingrich, recogidas como columna de ensayo, emplean dos de sus palabras favoritas. La primera es «ellos», como en «Y ellos nos imparten tolerancia». De hecho lo hacen – y con qué ganas. Después de todo, «ellos» son los propios intolerantes, lo que no sólo significa que nosotros también debemos serlo, sino que también plantea la pregunta del quiénes son «ellos». Un análisis justo de su ensayo no revela casi nada de las identidades de este nefasto «ellos». Parece ser gente que apoya la mezquita al igual que los musulmanes de todo el mundo, un colectivo grande y amorfo cuya cotidianeidad es enemigo del propio Gingrich. En realidad, se trata del ellos demagógico, del «ellos» que permite las generalizaciones exageradas, mientras se trate de minorías carentes de poder político y que por tanto pueden ser demonizadas con seguridad.

La otra palabra predilecta de Gingrich es «élites». En su papel de Newt Corazón de León, encabezará una cruzada contra «el doble rasero que permite que los islamistas se comporten con agresividad hacia nosotros al tiempo que exigen nuestra debilidad y sumisión hacia ellos?. Sí, en verdad, sí. ¿Y quién sucumbe ante tal presión? «Tristemente», sucumben «nuestras élites» — «los apologistas dispuestos de aquellos que les destruyen en cuanto pueden?. Gracias a Dios que Gingrich, con sus diversos grados, múltiples matrimonios, fama reconocida y renta importante, no es por algún motivo parte de la élite y, tan pronto como encabece a la caballería y se ponga en condiciones, nos salvará postulándose probablemente a presidente, nada menos.

19 presuntos «yihadistas» empotraron cuatro aviones comerciales esa fecha. ?sto suma 19 de alrededor de 1.500 millones de musulmanes en el mundo, un porcentaje realmente infinitesimal. No obstante, estas cifras se escapan a los sucedáneos de, digamos, Rick Lazio, que se presenta a gobernador de Nueva York y, como consecuencia probable, es un feroz anti-mezquitero. ?l tendría que saber mejor que nadie que es injusto juzgar a una población entera por el comportamiento criminal de unos cuantos: ¿capiche?

La ironía es que el centro islámico Córdoba propuesto — siendo Córdoba la ciudad española que, con los Moros, era famosa por su tolerancia religiosa (relativa) — fue concebido para estimular el diálogo interreligioso. Desafortunadamente, la ubicación se encuentra a dos manzanas de la Zona Cero y, como insiste bastante gente, esto provocaría incomodidad a aquellos que perdieron allí seres queridos. Es el argumento manifestado por la Liga Anti Difamación, que sorprendentemente ha adoptado el bando equivocado del debate. Por supuesto, la gente tiene derecho a tener su opinión, y las sensaciones en torno al 11 de Septiembre siguen estando en carne viva. Pero no es todo el islam el que tumbó las Torres Gemelas. Prohibir la mezquita por esos motivos es consentir el prejuicio, sin importar lo dolorosamente que se haya ganado.

Este centro islámico con mezquita fue aprobado por el consejo local y tiene el respaldo del alcalde. Con frecuencia alarmante, los detractores son sobre todo políticos Republicanos — Palin, Lazio, Gingrich y hasta candidatos al Congreso por otros estados. Ellos simulan tener el valor de sus convicciones, pero la verdad es al revés. En lo que respecta a las convicciones, no tienen ninguna.

Richard Cohen
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E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson – Washington. Dejemos esto claro: ¿Es el déficit federal una crisis tan grande que no podemos extender la prestación por desempleo de millones de parados estadounidenses, en peligro de perder sus casas por las letras impagadas de la hipoteca muchos de ellos? Pero sin darle más vueltas, podemos ampliar una masiva bajada temporal de los impuestos a los ricos, incluso si pedir a los ricos que arrimen su hombro contribuiría bastante a borrar el déficit.Esto, como amablemente establece el Senador de Arizona Jon Kyl, es la política económica del Partido Republicano. Es tentador concluir que si los Demócratas salen derrotados en noviembre, será culpa suya porque se postulan contra un partido que predica la pura incoherencia.

Lo que pasa es que ya sabemos que las recetas de los Republicanos para la economía no funcionan. Dimos a su planteamiento una oportunidad de ocho años bajo George W. Bush – básicamente, exprimir de dinero a la clase media y transferirlo a la clase alta, que teóricamente manifiesta a continuación su gratitud creando empleo para lo que el presidente de BP llama «la gente corriente». El resultado del experimento ha sido la peor recesión económica sufrida desde la Gran Depresión.

Eso debería cerrar la cuestión de lo que se juega este otoño. Los Demócratas deberían enfrentarse a la perspectiva de sufrir derrotas modestas, consistentes con el patrón histórico de las legislativas. En vez de eso, se las van a ver y desear para conservar sus mayorías en las cámaras, sobre todo en la Cámara de Representantes.

Soy de los que creen que el portavoz de la Casa Blanca Robert Gibbs hizo un favor a su partido al anunciar públicamente lo obvio: está en el aire el control de la Cámara de Representantes. También soy de la opinión de que las esperanzas del Partido Republicano no son tan halagüeñas como creen algunos observadores. Pero la franqueza de Gibbs parecía sacar a los Demócratas del amargo cansancio en el que vienen estando sumidos. El partido ha entrado ahora en una especie de frenesí agrio, pero es una mejora.

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Una de las razones de que esté tan seguro de que habrá un pinchazo Republicano en las urnas en otoño es que al tiempo que las encuestas muestran que el país está dominado por la tónica de castigo a la administración, hay también pruebas considerables de que la gente ve al Partido Republicano como parte del problema, no parte de la solución. Una nueva encuesta del Washington Post, por ejemplo, muestra que el 58 por ciento de los votantes tienen «sólo algo de confianza» o menos, en el liderazgo del Presidente Obama, y que el 68 por ciento pone igualmente en duda la capacidad de dirección de los Demócratas del Congreso. Pero 72 por ciento tiene poca o ninguna confianza en los Republicanos del Congreso – lo que me hace pensar que el Partido Republicano tiene trabajo que hacer antes de empezar a repartirse las dependencias del Capitolio.

Otra razón para tener cautela es que el Partido Republicano no está en sintonía con la opinión pública estadounidense en tantos temas. Los estadounidenses quieren que se amplíe la duración de la prestación por desempleo. Quieren una regulación financiera más estricta, rematada con protección al pequeño inversor. Hasta la reforma sanitaria, que el Partido Republicano logró retratar como el Apocalipsis, se vuelve más popular a medida que pasan los meses y por alguna razón el mundo no se acaba.

Es cierto que en algunos temas, los Republicanos ocupan la posición más popular. En inmigración ilegal, por ejemplo, la mayoría de los estadounidenses está de acuerdo con el enfoque de mano dura del Partido Republicano que antepone la seguridad de la frontera. Pero los votantes latinos son apasionados al apoyar la política de Obama de alcanzar una reforma integral de la inmigración, incluyendo una vía a la regularización para los inmigrantes en situación irregular que ya residen aquí. Si los Demócratas saben encauzar esta pasión, pueden conservar escaños en el Congreso y el Senado que de lo contrario perderían por la mínima — y, en el proceso, cimentar el apoyo de la minoría mayor de la nación con la vista puesta en las próximas décadas.

Tras levantarse de las cenizas de 2008 cerrando filas contra todo lo que intentaron hacer Obama y los Demócratas, los Republicanos se definen más por la palabra «no» que por cualquier otra. Tienen grito de guerra, pero no programa. ¿En serio van a aceptar los populistas del movimiento de protesta fiscal la filosofía económica de las rentas altas que tiene la cúpula Republicana del Congreso? ¿Va a ser el «perfora pequeña, perfora» una estrategia energética viable tras la catástrofe de BP? ¿Es el Senador Lindsey Graham la voz del partido en Afganistán, o es Michael Steele?

Hay mucho con lo que los Demócratas se pueden poner a trabajar. Por casualidad creo que Obama y su partido tienen unos antecedentes patentes de logros. Muchos estadounidenses no están de acuerdo, sin embargo, y lo que hay que hacer es no perder los nervios y sentirse incomprendidos, sino salir y cambiar la opinión de la gente.

Los Demócratas tienen que superar su trance. Y luego tienen que ponerse manos a la obra.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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[OPINION] La pregunta, ¿Qué pasa si nos vamos de Afganistán?, la hacía hace unos días en portada la prestigiosa revista Time autocontestándose con una fotografía: una jóven mutilada por su marido. La revista también estaba contraprogramando las revelaciones de Wikileaks, recién conocidas. Y ese día Time dinamitó la línea que separa el Editorial, del periodismo y la política. La revista no estaba realizando una pregunta, estaba intentando inclinar la balanza de la opinión pública.

Un comentario dejado por un lector se encargaba de certificar la polémica contestando: «Lo que le pasó a Aisha no sucedió hace 15 años, sucedió el año pasado?. Por lo tanto sucedió mientras EE UU estaba allí, no porque se fueran.

 

La foto desde luego es brutal: Cuando Aisha tenía 12 años fue entregada en matrimonio a un talibán que abusó de ella y que llegó a obligarla a que durmiera en un establo con los animales. La joven trató de escapar. Un líder talibán ordenó que fuera castigada y el marido le cortó la nariz y las orejas abandonándola mientras se desangraba. Pero ella consiguió salvarse y tras la portada, una clínica de EE.UU se ha ofrecido para la reconstrucción facial.

La historia es atroz y nadie en su sano juicio puede permanecer impasible ante esa imágen. Sin embargo, lamentablemente,  la presencia militar en Afganistán no tiene que ver con esa imágen: ¿Alguien se cree que estamos en ese país con el objetivo de defender los derechos humanos? ¿No sucedían las mismas atrocidades cuando EEUU luchaba en alianza con los talibanes contra los rusos? ¿Entonces la guerra emprendida por Rusia era justa?

Si la misión del despliegue internacional se limitase a la justicia y los Derechos Humanos el debate sería bien diferente pero todo es una farsa mediático-militar.

Congo, Somalia, Sierra Leona, Yemen,Sri Lanka, Nigeria, son otros paises que sufren situaciones igualmente cruentas, donde se violan sistematicamente los derechos humanos y donde la vida no tiene valor. Pero esos son conflictos olvidados por el primer mundo porque no producen réditos ni cuentan con una posición geoestratégica determinante, ni con estratégicos pasos para el gas, ni desde allí se han planificado los ataques al corazón y el orgullo de los EEUU.

Cuenta Público.es que el director de Time Richard Stengel dijo que no publicó la noticia con esa foto «para mostrar apoyo al esfuerzo bélico de Estados Unidos ni como oposición a ello», sino «como una ventana a la realidad de lo que está pasando». Pero la realidad es que semejante portada no la soñó ni el propio Bush.

Porque a la pregunta de ¿Qué pasa si nos vamos de Afganistán?, es fácil responder diciendo: pero ¿y que pasará si nos quedamos?



El músico, cantante, y compositor francés, Sebastien Tellier muestra su videoclip «Look», una obra animada de Mrzyk & Moriceau con la promesa de que no podrás dejar de mirarlo. La canción está incluida dentro de su disco «Sexuality remix».


Sébastien Tellier – Look from Record Makers on Vimeo.

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[visto aquí]

Un video muestra como trabaja en un día cualquiera Todd Heisler, uno de los reporteros gráficos del New York Times. El propio fotógrafo empieza explicando que nunca sabe como va a ser su día «Puedo tener que ir a cubrir una noticia en un país extranjero o algo justo en mi jardín». Pero el reportaje le sigue en un tour a las obras de un tunel por debajo de la Estación de Grand Central.

Tod Heisler
[VER VIDEO]

A pesar de ser conocido por captar escenas más íntimas, el fotógrafo explica en este video publicado en Lens, el blog de fotografía del NY Times, como busca «el elemento humano peculiar» incluso en una excavación con maquinaria a 15 metros bajo tierra. En este trabajo se fijó por ejemplo en los termos de café de los trabajadores. Y Heisler da también detalles técnicos del tipo de lentes que utiliza, de como superar las dificultades de enfoque con mala luminosidad o encontrar ángulos diferentes.

Aunque asegura que conforme van pasando los años, su trabajo de fotógrafo le interesa menos «por el lado físico de la fotografía, el aspecto técnico, los equipos y eso y mucho más por la experiencia humana con la gente que conoces». Y uno de los detalles más llamativos es que el reportaje en la excavación por debajo de Grand Central… no se ha publicado ¿aún?

Katheen Parker, articulista del Washington Post, se refiere a España en su última columna y aborda el debate suscitado en los EEUU sobre los costes del viaje de Michelle Obama. Resulta que, a pesar de que ha anunciado que los paga de su propio bolsillo -a excepción de los gastos de seguridad- los medios preguntan si su elección -hotel de 5 estrellas en el extranjero- era la más idónea en tiempos de crisis.

Katheen Parker apunta alguna explicación sobre la elección del destino:

[Sobre la] idea, relativa a las quejas de que gastó dinero del contribuyente en unas vacaciones extravagantes, alojándose en un hotel de cinco estrellas en España y volando en un avión militar con un aparato de seguridad que algunos considerarán extravagantes en estos momentos económicos de apretarse el cinturó. El hecho es que Michelle Obama no tiene voto en la forma en que es transportada de A a B. Todas las primeras damas viajan con seguridad significativa a bordo de un aparato y si, todas subsidiadas por el contribuyente. ¿Pero cuál es la alternativa? ¿En serio preferimos que la mujer del presidente no viaje nunca, o que sea expuesta al secuestro o a otro atentado?[…]

Lynn Sweet escribía en Politics Daily que la decisión de la señora Obama de desplazarse a España en esta tesitura particular estaba destinada a reconfortar a una amiga cuyo padre había fallecido recientemente y cuya hija, amiga de Sasha Obama de 9 años de edad, que acompañaba a su madre, tenía el deseo especial de celebrar su cumpleaños en España. [La propia Sweet lo explica también en esta entrevista de CBS News]

[…] Finalmente, las vacaciones estuvieron desastrosamente planificadas pero tampoco constituyen un delito que exija condena.  Puede que de mayor preocupación a largo plazo sea la oportunidad desperdiciada por parte de la primera dama de dar ejemplo de contención y hasta de generosidad. [Leela completa aquí]

 

 

Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Richard Cohen – Washington El domingo, The Washington Post y The New York Times reunían a más de una veintena de eruditos y les planteaban, en palabras del Times, «¿Cómo puede invertir Obama la tendencia?» Buena pregunta. No sólo seis de cada diez votantes «carecen de fe en que el presidente vaya a tomar las decisiones adecuadas para el país», según una encuesta Washington Post-ABC News, sino que Barack Obama ni siquiera se lleva el mérito de las decisiones correctas que ya ha tomado. El rescate bancario evitó el derrumbe financiero y el paquete de estímulo apartó a la economía del borde del abismo. Junto a la reforma del sector financiero y la sanidad, son logros importantes. Sólo discrepa el votante.¿Por qué? Algunas respuestas son evidentes. La economía sigue floja y el paro sigue siendo elevado. Los efectos de la reforma sanitaria aún están por verse y la tinta de la reforma financiera dista mucho de estar seca. Hasta que esas legislaciones se vuelvan populares, pueden ser manipuladas por los Republicanos entre otros malintencionados. Y en cuanto a la economía, impedir que las cosas empeoren no es lo mismo que hacer que mejoren. Si usted está en el paro, a duras penas le va a animar que la recesión visitara su domicilio y se saltara a su vecino. Lo que cuenta es su puesto de trabajo.

¿Qué se puede sacar pues de todo esto? Los expertos de los medios de referencia entre los medios de referencia rebosan ideas. «Nuevas formas de pensar» podrían salvar la situación, dice David Frum, y una renovada guerra contra el cáncer haría maravillas, según Elizabeth Edwards. La estratega Demócrata Catherine A. ??Kiki? McLean dice que Obama debe centrarse «en el empleo, el empleo y el empleo», mientras que Matthew Dowd, de ABC News él, sugiere al presidente «bajarse del tren partidista de campaña?. Donna Brazile insta a Obama a elevar el tono de su retórica, Bob Kerrey es partidario de «una campaña destinada a promover la innovación en el sector privado», Mark Penn propone duplicar el tamaño del programa espacial, Edward Rollins cree que a Obama le irían mejor las cosas si dejara de culpar de todo a su predecesor y a Robert Shrum le parece que «Obama sólo necesita ser él mismo». (¿Eso qué es?)

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Todas son sugerencias ingeniosas y algunas podrían suscitar realmente el debate estimulante en la Brookings. Pero el artificio de todas ellas se vuelve evidente en cuanto — como siempre pasa — Obama es equiparado con Ronald Reagan. (Shrum lo hace). Los parecidos son superficiales, y el más importante de ellos es el hecho de que Reagan también registró cifras de popularidad decepcionantes en esta tesitura de su presidencia — consecuencia de una acusada recesión. De hecho, los Republicanos perdieron escaños de la cámara en las legislativas de 1982, igual que los Demócratas están destinados a perder según todo bicho viviente político concebible. Reagan, por supuesto, prosiguió hasta lograr la reelección por un amplio margen y desde entonces se ha convertido en un icono Monte Rushmoriano. Que preparen los cinceles.

La comparación con Reagan puede alegrar a Obama, pero no son nada comparables. Porque hasta en los peores momentos de Reagan en los que, según Gallup, seis de cada 10 estadounidenses decían no gustarles la labor que desarrollaba, la friolera de seis de cada 10 decían no obstante que el caballero les caía bien. Era, por supuesto, fenomenalmente encantador, auténtico y curtido en incontables audiciones a la hora de dar esa imagen. Igual de importante era que la opinión pública tenía fe en la consistencia de sus principios, conviniera o no con ellos. Esto era la Paradoja Reagan y ayudó a poner mejor cara a su presidencia.

Nadie acusa a Obama de ser normalito. No es desagradable, pero carece de la calidez de Reagan (o de Bill Clinton). Es más, su carrera ha sido breve. No encabezó ningún movimiento, no fue portavoz de ninguna ideología, e hizo una campaña sacada de los anuncios de Nike — poniendo cambio en lugar del zas del anuncio. Parece distante. No suscita bromas irlandesas. Para el votante medio, es lejano.

Reagan, en contraste, está presente desde siempre. No se definía únicamente a través de cuidados anuncios de campaña sino de un sinnúmero de discursos, dos legislaturas agitadas y muy polémicas como gobernador de California y una candidatura anterior a la presidencia. Nunca hubo una duda en torno a quién era Reagan y lo que defendía. Nada que ver con Obama. Lo único que comparte con Reagan hasta la fecha son los bajos índices de popularidad.

Lo que se ha venido en llamar la Paradoja Obama no es ninguna paradoja en absoluto. Los votantes carecen de fe en que vaya a tomar las decisiones económicas acertadas porque, en lo que a ellos respecta, no lo ha hecho. Se decantó por la reforma sanitaria, no por la creación de empleo. Apoyaba la opción pública, y luego no la apoyaba. Se ha mostrado frío con el israelí Binyamin Netanyahu y luego no deja de hacerle la pelota. Los estadounidenses saben que Obama no es tonto. Pero siguen sin saber quién es él. Para que los estadounidenses puedan reconocer los méritos de lo que ha hecho tienen que saber quién es. Estamos impacientes.

Richard Cohen
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Eugene Robinson – Washington. Ya es Navidad para los demagogos. El laudo que pone freno a las disposiciones más polémicas de la nueva ley de inmigración anti-latina de Arizona es un regalo bien presentado para aquellos que disfrutan convirtiendo la verdad, la justicia y el estilo americano en ventajas políticas.Como ciertamente todo hijo de vecino sabe a estas alturas, la magistrada de distrito Susan Bolton decretaba el miércoles una medida cautelar extraordinaria que impide al estado implantar secciones del código que parecen patentemente inconstitucionales. Las consecuencias políticas están muy claras: a corto plazo por lo menos, los Republicanos ganan y los Demócratas pierden.

A un plazo mayor, el impacto de la cuestión de la inmigración sobre las esperanzas de los principales partidos es al revés. Pero el acento se pone ahora en ganar en noviembre, y el Partido Republicano se frota las manos.

Los críticos tienen otro arma más que utilizar contra la administración Obama, porque fue el Departamento de Justicia del Presidente Obama el que llevó a la justicia el código de Arizona. El fiscal general Eric Holder elegía un argumento relativamente discreto: que la draconiana legislación supone una usurpación flagrante de la obligación del gobierno federal de establecer e implantar las leyes de inmigración.

Bolton convenía, y prohibía temporalmente las disposiciones de la medida que se aventuran en terreno federal. El Departamento de Justicia no le solicitó que abordara el otro gran problema de la ley, que es que se reduce a una receta de fichado racial a una escala que no se veía en este país desde los días de las leyes de segregación en el Sur. Pero Bolton se metió de todas formas.

Si la policía local recibe órdenes de comprobar la situación de cualquiera que detenga o interrogue, existe una «probabilidad sustancial» de que un criterio tan indiscriminado incluya a extranjeros residentes legales, turistas extranjeros con visados válidos, y hasta ciudadanos estadounidenses — en otras palabras, cualquiera que tenga aspecto más o menos mexicano.

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Al margen del comisario del Condado de Maricopa Joe Arpaio — un grandilocuente truco publicitario que ya llega a poner en escena operaciones contra la inmigración ilegal ante las cámaras de televisión — virtualmente todo funcionario destacado de las fuerzas del orden de ese estado es contrario a la ley. Argumentan que sobrecarga sus recursos, pone a sus agentes en peligro potencial y, lo más importante de todo, hace mucho más difícil investigar los delitos. Imagine que hay dos caballeros dentro de un vehículo que están esperando casualmente a que cambie el semáforo cuando tiene lugar ante sus ojos un robo con agravante brutal. Si el nuevo código está en vigor, y uno de los testigos se encuentra aquí ilegalmente, ¿qué probabilidades hay de que acuda a decir a la policía lo que vio?

No escucharemos tales sutilezas ni molestias a los Republicanos este otoño, no obstante. Vamos a escuchar atronadoras alegaciones de que la administración Obama — la enorme y malísima administración federal — ha conspirado con una funcionaria federal de justicia no electa para impedir que el estado de Arizona implante una ley que aspira solamente a expulsar del país a un puñado de personas que no tienen derecho a estar aquí.

Vamos a escuchar a los candidatos Republicanos decir que Arizona tenía que actuar porque la administración federal se niega a «garantizar la integridad de la frontera». El hecho es que el Presidente Obama ha incrementado de forma acusada la seguridad fronteriza y las deportaciones; que el influjo de inmigrantes en situación irregular se reduce enormemente con respecto al que fue durante la administración Bush. Pero ahí quiero ver a Obama otra vez, tratando de encontrar un rumbo de acción cuerdo y moderado. Como es de esperar, está recibiendo por todos los lados — el colectivo anti-inmigración que afirma que no está haciendo lo suficiente, y el colectivo pro-inmigración que se queja de que hace demasiado.

La inmigración no fue siempre una cuestión de partidismos, pero eso es en lo que se ha convertido; hasta John McCain, defensor convencido en tiempos de la reforma integral, se alinea ahora con los xenófobos. Es un problema enorme a largo plazo para los Republicanos, que se arriesgan a colgarse el sambenito de partido anti-latino — y empujar a la minoría más grande y de mayor crecimiento del país a los brazos del Partido Demócrata durante una generación o más.

Los estrategas inteligentes del Partido Republicano como Karl Rove comprenden este riesgo y han hecho sonar las alarmas. Pero sus voces son ahogadas por aquellos que exigen que las autoridades hagan de alguna forma un seguimiento, capturen y expulsen a los alrededor de 12 millones de personas que están aquí en situación irregular, la gran mayoría de las cuales respetan la ley y son productivas. Cualquier cosa que no sea un pogromo a gran escala se tilda de «amnistía» — el tipo de rendición abierta escogida por incondicionales de la izquierda tales como Ronald Reagan y George W. Bush.

«No a la inmigración ilegal» es un eslogan simple que hará ganar votos a algunos candidatos Republicanos. Los Demócratas terminan atascados con términos que funcionan mejor como título cinematográfico que como eslogan de campaña: «Hacer lo correcto».

Eugene Robinson
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