E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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No se ría mucho de Rick Perry a cuenta de su bochornosa actuación al quedarse en blanco en el debate de los candidatos presidenciales Republicanos el miércoles. Sus rivales lograron recordar sus discursos, pero no les fue mucho mejor a la hora de darles sentido.

De acuerdo, comprendo, la catástrofe irreversible de Perry es difícil de resistir. Hay tres razones por las que el gobernador de Texas tiene que recoger sus cosas y volverse a Austin: está quedando en evidencia; su popularidad en caída libre le da escasas probabilidades de alzarse con la candidatura; y, estooo, veamos, la tercera razón, espere un minuto, lo tengo en la punta de la lengua?

Como sabe todo hijo de vecino a estas alturas de la película, hubo un momento del debate en el que Perry intentó enumerar las tres instancias federales que eliminará si llega a presidente. Nombró el Departamento de Comercio y el Departamento de Educación — y a continuación se quedó en blanco en la tercera. Se devanó los sesos durante 43 bochornosos segundos — una eternidad cuando estás delante de las cámaras — antes de renunciar finalmente.

Unos 15 minutos más tarde, al siguiente turno de palabra, Perry insistía e identificaba a la esquiva instancia: el Departamento de Energías. Pero el daño ya se había hecho. «Me alegra llevar las botas puestas, porque me he metido en un jardín esta noche», decía más tarde Perry a la prensa.

Su actuación en debates anteriores venía siendo lo bastante débil para suscitar la duda acerca de su calado intelectual, por no hablar de su dominio de la gramática elemental. Cualquiera puede sufrir un lapso mental momentáneo, pero Perry eligió el peor de los momentos posibles para el suyo. Una cosa es dejarse alguno en una lista de 10 ó 15 puntos. ¿Pero de tres? Como el tocayo texano Don Meredith solía tararear cuando los debates deportivos en el programa Monday Night Football se iban del tema, «El partido ha terminado, el último que apague la luz?»

Si Perry se marcha, no voy a simular que me vaya a afectar, puesto que me parece que sería un presidente horroroso. ¿Pero se dio usted cuenta de la estupidez que sus rivales trataban de colocar? Perry puede no haber sido elocuente la noche del miércoles, pero los demás fueron incoherentes — como poco.

Mitt Romney fue considerado en general ganador del debate, pero por incomparecencia del contrario principalmente. Romney ha dominado el arte de sobrevivir a estos encuentros de múltiples rivales: habla con fluidez y con convicción, seguro en el conocimiento de que con tantos candidatos sobre el escenario y tan escaso tiempo para cada pregunta, apenas habrá el riesgo de ser sorprendido sino en la más evidente de las contradicciones, cambios súbitos de opinión y conclusiones sin lógica.

Hay tantas en Romney que es difícil escoger una favorita. Pero yo me decanto por su perorata — pronunciada con cara de póquer — en torno a la sanidad.

«Lo que no funciona de nuestro sistema sanitario en América es que el estado tiene demasiado peso», decía el ex gobernador de Massachusetts que diseñó e implantó una reforma sanitaria con seguro obligatorio que se convirtió en el molde de la Ley de Atención Asequible del Presidente Obama. Cuando uno de los moderadores, el periodista de la CNBC John Harwood, intentó pedirle cuentas por ello, Romney cambiaba de tema al programa Medicaid de los pobres y remataba afirmando: «El Obamacare es un error. Yo lo voy a derogar. Me aseguraré de que se haga».

Romney también destacaba que el 18% del producto interior bruto estadounidense se destina a la sanidad, mientras que ningún otro país gasta más del 12%. Decía que esto ilustra la razón de que tengamos que reducir el papel del estado y «poner a trabajar al mercado». Nadie tuvo oportunidad de señalar que el resto de economías avanzadas tienen sistemas sanitarios de fondo común que exigen mucha mayor implicación pública que el que tenemos en Estados Unidos, no menos.

Newt Gingrich pasó la noche actuando con aires de superioridad y recordándonos que en tiempos fue catedrático de historia. Preguntado por lo que hizo para ganar los 300.000 dólares con los que era remunerado por la hipotecaria pública Freddie Mac durante la burbuja de las hipotecas basura, Gingrich dijo haber ofrecido consejo «en calidad de historiador» simplemente.

La tesis doctoral de Gingrich por la Tulane University se titula «Legislación educativa belga en el Congo: 1945-1960″. ¿Alguien tenía idea de que la demanda laboral de historiadores del África colonial fuera tan importante?

Michele Bachmann, Rick Santorum, Jon Huntsman y Ron Paul estuvieron presentes simplemente para el recuento.

Ah, y Herman Cain. En muchos sentidos, su patinazo fue peor que el de Perry: aludió a la secretario de la oposición en la Cámara Nancy Pelosi como «la Princesa Nancy». Cain ha pasado la última semana tratando de convencer al país de que no es culpable de un comportamiento crónicamente grosero hacia las mujeres. Menospreciar a la primera mujer en llegar a presidente de la Cámara con un guiño e insulto sexista fue revelador — y decepcionante.

De nuevo, un debate Republicano produce un ganador claro. De nuevo, es el Presidente Obama.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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