Ignacio Escolar en su blog sobre el caso de la SGAE:

¿Qué lleva a tantos autores a defender una gestión que hoy está en los tribunales, que ha hundido la imagen de la SGAE y que les ha enfrentado de esta manera con sus teóricos clientes, con el resto de los ciudadanos? Pues supongo que hay de todo. La complicidad ??muchos de los que hoy defienden a Teddy han sido miembros de su directiva??, la ignorancia, la eficacia recaudatoria? Pero también cierta respuesta de manada, de grupo que se siente atacado. A Teddy le funcionó: cuanto más impopular era en la calle, más adhesiones internas conseguía. Nada une más que el enemigo exterior. La ??defensa Bautista? (quien me ataca a mí, ataca a los autores) es calcada a la que fue la defensa de Jordi Pujol en otros años (quien me ataca a mí, ataca a Catalunya).  [leer aquí completo]

El ICEX

Tras aprobarse la reforma del Instituto Español de Comercio Exterior en un Ente Público Empresarial, el propio ICEX ha elaborado un video explicando en que consiste el cambio. Pero sobre todo han puesto el acento en mostrar el éxito de las empresas españolas que han apostado por la externalización y en promover una idea: que el mundo es el mercado.

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Han incluido las experiencias de algunos emprendedores que han logrado triunfar en el mercado exterior como Octavio Sempere, Antonio Muiños, Aniceto Gómez, Pedro Mier, Mariola Varona o Gregorio Navarro. Ellos cuentan parte de sus experiencias personales, los retos que se afrontan y como superarlos.

 

Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Hace años jugaba al billar con Andrew Cuomo. A medida que íbamos rodeando la mesa, Cuomo, secretario de vivienda por entonces, me contaba cómo iba a convertirse en el próximo gobernador de Nueva York. Iba a presentarse contra Carl McCall, que iba a ser el primer gobernador negro del estado. Esto iba a ser fácil, decía Cuomo, liberando feromonas políticas que le pondrían Nueva York en bandeja. Ahora, una humillante derrota y gran dolor personal más tarde, por fin es gobernador.

Pocas veces un político ha saltado al ruedo para triunfar de forma tan cinematográfica. Cuomo no sólo es gobernador, sino que desde serlo, ha marcado la cascarrabias legislatura, ha presentado a tiempo unos presupuestos y — la historia toma nota — tramitado una ley que legaliza el matrimonio homosexual. Hizo esto con el Senado del estado controlado por Republicanos, habiendo sido el anteproyecto de ley tumbado sólo dos años antes, y con la Iglesia Católica romana firmemente en contra. Las analogías con el béisbol son inevitables. Es una defensa triple play, un partido no-hitter sin puntos al enemigo y una carrera grand slam con tres jugadores en la base. Andrew Cuomo marca se ha convertido en un político magistral.

Cuomo nació príncipe del Partido Demócrata. Es el hijo de Mario Cuomo, gobernador de Nueva York durante tres legislaturas y la encarnación del progresismo de la vieja escuela. Se casó con Kerry Kennedy, una hija de Robert F. Kennedy y activista infatigable de los derechos humanos. Pasó una vida entera en la cantera política, impulsado por el pedigrí y las relaciones para llegar sin novedad hasta la Casa Blanca. El destino, espoleado por la arrogancia, intervino.

El desafío a su rival McCall se montó torpemente. Cuomo no solamente perdió, fue aplastado. Y el Republicano, George Pataki, se hizo con la cámara. La caída fue dura y sin final aparente. El hermoso matrimonio Cuomo fue pasto de la prensa amarilla. El progresismo que representaba el apellido Cuomo se volvió obsoleto, sin público camino del desguace. Cuomo era una lección sacada directamente de la Biblia: «El orgullo precede a la destrucción».

Curiosamente, ese Cuomo parece haberse esfumado. El nuevo no tiene nada de exhibicionista y si cree ser mejor que los demás no lo manifiesta. Examinar la forma en que Cuomo hizo que la legislatura aprobara el matrimonio homosexual — era, en realidad, su proyecto de ley — es contemplar de primera mano la forma en que un político consumado aplica su maestría. Acudió al otro lado del hemiciclo, no sólo a los Republicanos de la legislatura sino también a los que recaudan fondos Republicanos en todo el estado. Hizo que algunas de estas personas aseguraran a los vacilantes legisladores que si votaban a favor del anteproyecto, iban a tener fondos de campaña para protegerse. En algunos casos, funcionó.

Cuomo hizo que la dividida comunidad gay-lésbica-bisexual-transexual cerrara filas. Les hizo reducir parte de los esfuerzos de presión política contraproductivos. Las negociaciones de esta ley se prolongaron hasta el último momento. Cuomo no vaciló en ninguno. Era su anteproyecto, una promesa de campaña satisfecha simplemente porque él pensaba que era el momento.

Soy hermano de una mujer que tiene una relación asentada con alguien de su mismo sexo. Soy el amigo de gays y lesbianas, parte de los cuales conozco desde que eran niños. Es una causa cuya justicia lleva siendo evidente mucho tiempo para mí. Los detractores no tienen más argumento que la ignorancia y la incomprensión y los prejuicios. Cada vez que escucho la frase «lo sagrado del matrimonio», pienso en Elizabeth Taylor o en Larry King. Si ellos pudieron casarse por enésima vez, ¿una pareja del mismo sexo no puede pasarse una? «El corazón normal», título de la obra de Larry Kramer, late en todos nosotros.

Lleva haciéndolo desde que un solo político hiciera tanto por impulsar la que es, después de todo, una causa de derechos civiles. Desde luego, Barack Obama nunca lo ha hecho. Al margen de su propia presidencia — que no es cuestión baladí se lo reconozco — se ha comportado como Don Melindres, un caballero tan contenido que es su propio sumidero político, por el cual las cuestiones candentes simplemente se van. En la cuestión del matrimonio entre personas del mismo sexo, no aparece en el mapa — está a favor de las uniones civiles, dice él. No se decidirá. En Obama, el fuego de la justicia social no da ningún calor.

Obama es inquilino de la Casa Blanca y lo será durante otra legislatura casi seguro. Así que es prontísimo para hablar de que Cuomo se postula a presidente — aunque, como habrá notado, yo lo acabo de hacer. Aún así, la distinción es merecida. Cuomo administró la legislatura, acorraló a los sindicatos y dio lugar a la ley del matrimonio entre personas del mismo sexo que siempre parecía quedarse a un pelo del trámite. ?l refuta el discurso del escritor F. Scott Fitzgerald de que no hay segundas oportunidades en las vidas estadounidenses. Puede que nunca sea presidente, pero será el padrino en montones de bodas homosexuales.

El Asahi Shimbun publica un artículo titulado: «Consolidar un suministro estable de energía eólica a través de las predicciones climáticas» en donde pone a España como ejemplo a seguir por Japón para fomentar las renovables. El texto de Tateki Iwai y Shinji explica como funciona el Centro de Control de Energías Renovables y otros detalles de la política española.

Energias renovables
(Foto: Flickr/Rabo de lagartija)

El diario nipón sostiene: «La energía renovable suele ser percibida como una energía poco confiable que depende del clima. Sin embargo, en España se ha convertido en la ??protagonista?? del suministro eléctrico. En la periferia de Madrid opera el Centro de Control de Energías Renovables, el cual funge como el corazón para distribuir de manera estable la energía eléctrica a todo el país. Dicho sistema utiliza las predicciones climáticas para estimar la capacidad de generación eléctrica con 24 horas de anticipación.

«Asimismo, la política de Estado fomenta la energía renovable, por lo que la electricidad de generación eólica y solar es utilizada de manera prioritaria. Bajo este sistema, la energía renovable se convierte en el ??protagonista??, cuya variabilidad es compensada por la energía térmica generada por carbón o gas, además de la energía hidráulica, las cuales se preparan para operar según las previsiones de 24 horas» explican.

El Asahi Shimbum también destaca que «en España, la energía renovable – incluyendo la energía hidráulica – representa un 35% de la generación eléctrica, superando a la generación termoeléctrica que asciende a un 32% y a la nuclear que abarca un 22%. En Japón la energía renovable de generación solar y eólica sólo representa alrededor de un 1% e incluso si se agrega la energía hidráulica sólo accidente a un 9%».

«El desarrollo de la energía renovable en España recibió un fuerte impulso a partir de la segunda mitad de los 90, en un momento en que el país dependía del exterior para más de un 90% de su consumo energético. En aquella época los dos principales partidos llegaron a un consenso para crear empresas competitivas a nivel internacional aprovechando las condiciones climáticas favorables tanto solares como eólicas».

Y recogen dos visiones políticas: «No obstante, la ??burbuja de energía solar??, creada tras la introducción de un sistema de compra de dicha energía a precios fijos, se derrumbó tras la crisis económica del 2008. ??El Gobierno actual condujo un derroche de subsidios, pero la política energética debe sustentarse en la realidad y no en sueños?? critica arduamente Álvaro Nadal, diputado del opositor PP. Por su parte Carlos Mulas, Director de Fundación IDEAS – una Think Tank afín al PSOE ?? afirma que el Gobierno actual redujo la posibilidad de que se desarrolle la energía nuclear y por lo tanto ??contribuyó a crear un entorno propicio para que el sector público y privado uniesen esfuerzos en el desarrollo de nuevas fuentes de energía??.»

 

Richard Cohen

Columnista en la página editorial del Washington Post desde 1984.

 

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Si la memoria no me falla, conocí al Príncipe Turki al-Faisal de Arabia Saudí en un domicilio particular de Washington hace años. Me pareció severo y sin sentido del humor, a veces hasta resentido. Desde entonces le he visto en conferencias internacionales y similares — nunca de humor para mantener una conversación informal y sin exhibir, en su gloriosa vestimenta en ocasiones, un ápice de encanto beduino. Aún así, no estaba preparado para la columna que publicó en el Washington Post del domingo. Reza igual que una declaración de guerra.

El Príncipe Turki no está ya en el gobierno. Aún así, es miembro de la familia real saudí y en tiempos fue el responsable de la Inteligencia del reino y su ex embajador tanto en Londres como en Washington. El caballero tiene credenciales sólidas.

También está cabreado como un mono, y lo paga con América. Empieza citando lo que él llama «el polémico discurso del Presidente Obama el mes pasado, invitando con firmeza a los gobiernos árabes a suscribir la democracia y dar libertad a sus poblaciones». Arabia Saudí, escribía, escuchó lo que dijo Obama y lo tomó «en serio», y por supuesto, él destacaba que Obama no había exigido los mismos derechos para los palestinos bajo ocupación israelí. Nota tomada.

Pero el mismo reino que ha tomado «en serio» a Obama es una monarquía absolutista que, entre otras cosas, prohíbe por ley que las mujeres conduzcan. También es un país que no ofrece absolutamente ninguna libertad religiosa y que, al delincuente ocasional, le dispensa la decapitación pública. Teniendo en cuenta que Turki ha pasado buena parte de su vida en Occidente, no es posible que desconociera que los columnistas como yo íbamos a ser exigentes en materia de la ausencia de libertades básicas. A él no le importa.

De hecho, ésa era la intención. Turki – y por extensión la totalidad de Arabia Saudí — está harto de Estados Unidos. El reino no será sermoneado. Está aburrido del favoritismo estadounidense hacia Israel — la calurosa acogida legislativa dispensada a Binyamin Netanyahu, por ejemplo – y de la decisión de la administración de oponerse a cualquier iniciativa de crear un estado palestino en las Naciones Unidas. En este sentido, América hace lo que quiere Israel.

«En septiembre, el reino utilizó su considerable influencia diplomática para apoyar a los palestinos en su aspiración al reconocimiento internacional», escribe Turki. «Los líderes estadounidenses han considerado a Israel desde hace tiempo un aliado ‘indispensable’. Pronto van a descubrir que en la región hay otros jugadores — sobre todo la calle árabe — que son igual de ‘indispensables’, si no más. El juego del favoritismo con Israel no ha demostrado ser inteligente en el caso de Washington, y dentro de poco quedará en evidencia como una locura aún más grave».

Esto no es la fórmula diplomática usual — y es duro hasta viniendo de Turki. Manifiesta, no obstante, una frustración nada sorprendente en el mundo árabe con la política estadounidense atada por el momento a una política israelí bastante terca y falta de imaginación. Los dos países sufren un exceso de democracia. La coalición en el poder en Israel es rehén de la derecha; la coalición en el poder en América se encuentra en la misma tesitura.

A Turki no se le acaban los sermones. ?l afirma que los que piensan que Estados Unidos e Israel van a determinar el futuro de Palestina se equivocan de medio a medio. «Habrá catastróficas consecuencias para las relaciones norteamericano-saudíes si Estados Unidos veta el reconocimiento del estado palestino en las Naciones Unidas. Ello marcaría el punto más bajo de la relación de décadas en la misma medida que perjudicaría irrevocablemente el proceso de paz palestino israelí y la reputación de América entre los países árabes. La distancia ideológica entre el mundo musulmán y Occidente crecería en general — y las oportunidades de amistad y cooperación entre los dos podrían esfumarse». Esto viene de nuestro aliado, por no decir amistosa gasolinera.

El tono del artículo es notable y siniestro a la vez. Viene, como decía, de un caballero de escaso encanto, pero aun así curtido diplomático y responsable del espionaje. Mientras que su indignación con el problema palestino es conocida, pocas veces ha sido llevada hasta este extremo — y en un ámbito tan público.

Una columna en el Washington Post es una herramienta diseñada para llamar la atención de la administración estadounidense. Estoy seguro de que el Príncipe Turki tuvo éxito en ese apartado. Pero espero que también llamara la atención del ejecutivo israelí, que durante algún tiempo ya ha disfrutado de la moderación saudí en la cuestión palestina. Eso parece a punto de cambiar — sobre todo porque la calle árabe que Turki menciona expresamente lo exige y los saudíes, si tienen que hacerlo, apaciguan a la calle. Esta es la acusación de la columna del Príncipe Turki y el motivo de que acabe de forma tan inquietante para Israel: «Me desagradaría estar presente cuando reciban su merecido».

 

Según documentos recien desclasificados por el MI5, hubo muchos más británicos de lo que hasta ahora se estimaba que fueron a combatir el fascismo a España a finales de los años 30. Los registros del servicio de inteligencia interna del Reino Unido incluyen los nombres de cerca de 4.000 hombres y mujeres «sospechosos» de viajar a territorio español para unirse al conflicto, frente a los 2.500 que los historiadores citan generalmente. En la lista figura George Orwell.

Varios medios británicos destaca la noticia y recuerdan que este año se conmemora el 75 aniversario del inicio de la Guerra Civil española. Los archivos secretos pueden descargarse de forma gratuita durante un mes en la web del National Archive. Asi dio la noticia Channel 4:

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La BBC menciona que la Guerra civil arrastró a más de 4.000 británicos e irlandeses. Explican que «los archivos incluyen más de 200 páginas que detallan los movimientos de los hombres y mujeres que dejaron los puertos británicos par ir a España, así como un «cuadro de honor« de algunos de los muertos en acción. Muchos de los voluntarios eran comunistas y de interés para el MI5. Uno de los nombres en la lista es Eric Blair, más conocido como el autor George Orwell. Sus experiencias en la Guerra Civil española se han documentado en su libro «Homenaje a Cataluña«.

«Los detalles sobre quienes se unieron a la lucha contra las fuerzas del general Franco entre 1936 y 1939 continuaron siendo actualizado por el servicio de seguridad MI5 hasta mediados de la década de 1950″.

The Guardian destaca la «historia secreta de los voluntarios británicos de la guerra civil española». Pero considera que «hay que ser prudentes» al valorar las revelaciones: «La lista recoge, esencialmente, a los radicales que la inteligencia británica sospechaba que habían ir a España (a menudo con una corroboración posterior). Por ello, la lista incluye tambien a aquellos que no fueron a España a luchar (como la escritora Valentine Ackland y el periodista John Langdon-Davies), así como Eric Blair / George Orwell, que lucharon  por el contingente ILP mucho menor. Hay que tener en cuenta que algunos de los mencionados es muy posible que no ha llegaran a España.

El Daily Mail explica como «unas 4.000 personas procedentes de Gran Bretaña e Irlanda fueron considerados sospechoso de viajar a España en la década de 1930 para unirse a las Brigadas Internacionales que luchaban contra las fuerzas del general Francisco Franco. Esto es mucho más que la cifra de alrededor de 2.500 voluntarios británicos que en general es citada por los historiadores, aunque pueden incluir algunos que no llegaron a España. En los registros del MI5 figuran algunos nombres conocidos, entre ellos el autor socialista George Orwell y el dirigente sindical Jack Jones».

Brigadas internacionales
(Foto: Flickr/La hipatia)

 

E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson. Constituye una ironía de los tiempos modernos que el tipo de escándalo sexual más devastador, en el caso de los políticos al menos, no implique mantener relaciones sexuales reales. Como el congresista Anthony Weiner ha descubierto.

Weiner, que dimitía el jueves, se aseguró su propia caída hace años cuando empezó a enviar imágenes obscenas y mensajes subidos de tono a mujeres de internet al azar. Habría salido mejor parado de haber acordado encontrarse con esas mujeres en citas secretas — porque tampoco es que haya indicación alguna de que las mujeres tuvieran el interés más remoto en encontrarse con Weiner con ese objetivo.

Permítame aclarar: no sugiero que cometer adulterio deje a Weiner, ni a nadie, «mejor parado» en un sentido moral. Voy a entrar en esa importante dimensión del escándalo Weiner, pero primero quiero considerar las facetas prácticas de forma tan desapasionada como sea posible.

A pesar de todo su talento deslumbrante, a pesar de todo su desparpajo neoyorquino, Weiner fue ignorante e ingenuo con la red en la misma medida. Hay ciertas cosas del ciberespacio, y ciertas cosas de la naturaleza humana, que cualquiera tentado de convertir en pasatiempo el envío de mensajes SMS subidos de tono tendría que saber de verdad.

La primera es el hecho de que la red no es, repito no es, un espacio privado. Es esencialmente un ámbito público en el que es difícil, por no decir imposible, mantenerse activo pero pasar inadvertido.

La caída de Weiner en desgracia empezó hace tres semanas cuando, a través de la red social Twitter, envió una fotografía de su entrepierna en ropa interior a una universitaria de la pública de Washington con la que había mantenido intercambios de mensajes en Twitter, o «tuits». Weiner se dio cuenta inmediatamente de que había cometido un error — en lugar de enviar la foto a través de un canal privado, la envió a través de un canal público que la facilitaría a cualquiera de los 300 millones de usuarios de Twitter. Repito: 300 millones.

Weiner bajó rápidamente la fotografía obscena pero no antes de ser descubierta y capturada electrónicamente por activistas conservadores que venían siguiendo sus actividades en el ciberespacio durante algún tiempo. El congresista había dado a conocer brevemente su afición privada — estoy convencido de que «basura» es el término artístico — en una esfera pública. De ahí parte el desmoronamiento de una prometedora carrera política.

Weiner tampoco era consciente al parecer de que la red nunca olvida. Una vez se ha enviado un mensaje o una fotografía en el ciberespacio, hay que dar por sentado que vivirá para siempre. El receptor puede conservar una copia — como sucedió al parecer con otras mujeres que compartían jugosas fotografías comparables que Weiner les enviaba, incluyendo una por lo menos sin ropa interior.

Las misivas obscenas también tenían que atravesar diversos servidores y conexiones de camino — ¿hace copias alguno de ellos? — y en el caso de Weiner, terminar siendo inquilinas de las grandes granjas de servidores de Twitter y Facebook.

¿De verdad quiere usted que Mark Zuckerberg tenga fotografías íntimas de sus partes pudendas? ¿En serio?

Y por último — recuerde, seguimos hablando solamente de los aspectos prácticos — Weiner ignoró el hecho de que una persona conocida solamente como «amigo» en Facebook, o alguien que te «sigue» en Twitter, sigue siendo un extraño básicamente. Sí, es posible aprender mucho acerca de una persona a través de una relación desarrollada íntegramente en el ciberespacio — mucho, pero no suficiente.

Permítame proponer una norma general: si intercambia mensajes instantáneos explícitos con una estrella del porno, como hacía al parecer Weiner, con el tiempo va a ser el tema de una rueda de prensa convocada por la presentadora Gloria Allred.

No tiene sentido criticar la gestión, o la mala gestión, del escándalo por parte de Weiner. El resultado era conocido desde el principio, y la única cuestión era si Weiner dimitiría inmediatamente — como hizo el ex congresista Chris Lee cuando diversos portales publicaron una foto sin camisa que envió a una mujer que conoció en Craigslist – o si pasaría una semana o dos negándolo.

Ahora el interrogante moral: otros políticos — como el Senador Republicano David Vitter, o Bill Clinton, por poner sólo dos nombres de muchos — sobrevivieron en la administración a escándalos sexuales en los que hubo, ya sabe, contacto real. Las transgresiones de Weiner implican fantasías sexuales, ninguna realidad sexual. ¿En serio lo que hizo fue tan malo que tenía que dimitir?

Sí, lo fue. A juzgar por todas las pruebas, Weiner no fue alentado ni inducido por ninguna de estas mujeres. ?l les imponía sus fantasías y sus fotografías eróticas a ellas, casi igual que si fuera un exhibicionista de los de gabardina. Era una intrusión de la privacidad, tal vez hasta un allanamiento, pero era grave e insalvablemente espeluznante.

La Cámara echará de menos la voz progresista de Anthony Weiner. Pero no tenía más opción que marcharse.

Asi se repartieron los votos el 22M

En la red circula una interesante representación gráfica de cómo se repartieron los sufragios de los 34.682.112 millones de españoles con derecho a voto en la elecciones municipales y autonómicas del pasado 22 de mayo. La novedad con respecto a la que publicaron todos los medios con los resultados es que en esta se incluyen también las abstenciones, votos en blanco y nulos.

El gráfico muestra muy claramente como el «ganador» de las elecciones acaparando un tercio de los votos potenciales fue la abstención, con 10 puntos porcentuales más que el PP y casi el doble que el PSOE. Además se puede comprobar como los votos en blanco suman un porcentaje de votos similar al que logró CiU. Y como un 11% de los españoles que sí acudió a las urnas, dio su voto a partidos minoritarios que apenas lograron representación.

La plasmación del resultado deja margen para varias reflexiones y está circulando con profusion entre los seguidores del movimiento 15M.

 

E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson-Washington. Seamos honestos: la afirmación del Presidente Obama de que la intervención militar en Libia no constituye «acto hostil» es un disparate, y el Congreso hace bien en pedir cuentas.

Castigar las filas y las instalaciones del dictador Moammar Gaddafi desde el cielo con aparatos no tripulados puede o puede no ser lo correcto, pero constituye acto hostil claramente. De igual forma, proporcionar la información de Inteligencia, control y el apoyo logístico que permitieron que los aparatos aliados atacaran al ejército de Gadafi – y, paulatinamente, se acercaran al propio Gadafi – sólo puede considerarse acto hostil. Son actos de guerra.

Pero aun así Obama, con infrecuente desprecio hacia el lenguaje y hacia la lógica en la misma medida, adopta la postura de que lo que estamos haciendo en Libia no llega al umbral de «hostilidades» para activar la Ley de Competencias Bélicas, dentro de la cual los presidentes tienen que solicitar aprobación legislativa para cualquier campaña militar que se prolongue más allá de 90 jornadas. El presidente de la Cámara John Boehner decía que la afirmación de Obama no satisface «la prueba de la risa», y tiene razón.

Sin duda, Boehner también juega a la política. En el pasado sostuvo que la Ley es «constitucionalmente sospechosa» porque aspira a atar de manos al jefe del ejecutivo. No me parece accidental que el recién descubierto respeto por parte de Boehner a tan discutido código coincida con la postura electoral del Partido Republicano, que consiste en decir que cada cosa que ha hecho Obama alguna vez es errónea.

Pero el código sigue estando en vigor y, aunque los presidentes de ambos partidos encuentran de forma rutinaria formas de esquivarlo, normalmente encuentran una evasiva más solvente que decir: «¿Guerra? ¿Qué guerra?»

Al autorizar la campaña libia, Obama dijo que la participación estadounidense duraría «días, no semanas». Al menos tenía razón en el «no semanas»: la iniciativa militar encaminada a deponer a Gadafi entra en su cuarto mes, sin final a la vista.

Era de esperar que los progresistas del Congreso como el congresista Demócrata de Ohio Dennis Kucinich citaran la Ley de Competencias para cuestionar a un presidente titular que tomó la decisión unilateral de emprender una guerra. Lo nuevo es la significativa opinión pacifista que venimos escuchando de los Republicanos, sobre todo de aquellos que se identifican con el movimiento fiscal.

Durante décadas, el Partido Republicano ha preferido una política exterior intervencionista y robusta fuertemente dependientes de la disposición a valerse de las leyes de despliegue del ejército. Esto podría estar cambiando, a medida que las voces Republicanas contrarias — se llamen neo-aislacionistas, constitucionalistas o incluso pacifistas – exigen ser escuchadas.

A pesar de adoptar la ridícula postura de que bombardear no constituye acto hostil, Obama probablemente gane esta lucha por la supremacía con el Capitolio. Boehner se ha mostrado frío ante la idea de desplegar las únicas armas reales del Congreso, las competencias de la cartera; cualquier tentativa de bloquear la financiación de la operación libia podría retratarse como abandono de «las tropas» a su suerte. Y con independencia de lo que suceda en la Cámara, el secretario de la mayoría en el Senado Harry Reid ha indicado que respalda la opinión de Obama. Probablemente escuchemos mucho ruido e indignación, pero ningún impacto real.

Pero espero equivocarme. Los intereses nacionales serían satisfechos mucho mejor si tuviéramos un debate abierto en torno a la campaña libia — y por ampliación, en torno al uso adecuado de las competencias militares en un mundo que cambia vertiginosamente.

¿Vamos a utilizar la fuerza militar para proteger a los civiles en peligro inminente de ser masacrados por fuerzas leales a un régimen despótico? ?sa fue la razón que se dio para intervenir en Libia. ¿Pero qué hay de Siria, donde lleva semanas en marcha una masacre de civiles que piden libertades? ¿Qué hay de Yemen, donde los civiles vienen muriendo en las calles?

¿Y qué pasa con los civiles que pierden la vida de forma fortuita, como los nueve fallecidos presuntamente el domingo cuando un proyectil perdido de la OTAN impactó contra un barrio residencial de Trípoli? ¿Existe un extremo en el que la muerte y la destrucción de una guerra civil interminable sobrepasan cualquier cosa que las fuerzas de Gadafi pudieran haber perpetrado de haber entrado sin resistencia en el Bengasi bajo control rebelde?

Lo que es más importante, ¿qué estamos haciendo allí nosotros? ¿Estamos en Libia por razones altruistas o egoístas? ¿Principios o crudo? Suponiendo que Gadafi sea depuesto con el tiempo o asesinado, ¿luego qué? ¿Zarpamos simplemente? ¿O nos quedamos atascados en otro ejercicio ruinosamente caro más de construcción de la identidad nacional?

Y está la cuestión moral a considerar. La incorporación de la aviación teledirigida no tripulada facilita emprender la guerra sin sufrir bajas. ¿Pero puede llamarse guerra al menos una intervención militar sin riesgo? ¿O es casquería simplemente?

Un presidente intelectual como Obama debería ser capaz de encabezar una búsqueda de respuestas a estos interrogantes espinosos. En cuanto adquiera una mejor interpretación de la definición de «hostilidades».

 

 

E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Que haya delgadas hebras de esperanza es bueno, pero no constituyen un plan. Tampoco justifican seguir derrochando vidas y recursos estadounidenses en el pozo sin fondo de Afganistán.

Ryan Crocker, el veterano diplomático candidato gracias al Presidente Obama a ser el próximo embajador estadounidense en Kabul, realizaba una evaluación realista de la guerra en testimonio el miércoles ante el Comité de Exteriores del Senado. En esto utilizo la palabra «realista» como sinónimo de «pesimista».

Avanzar es difícil, dijo Crocker, pero no es inútil.

No es inútil.

¿Qué demonios estamos haciendo? ¿Tenemos más de 100.000 efectivos destacados en Afganistán poniendo en peligro su vida y su integridad física, a un precio de 10.000 millones de dólares al mes, en busca de objetivos mal definidos cuyo logro se puede concebir, pero sólo un poco?

Los militaristas nos dicen que ahora más que nunca hemos de mantener el rumbo — que por fin, después de que Obama prácticamente triplicara las filas de tropas estadounidenses, estamos ganando. Quiero ser justo con este debate, de forma que permita que entre en profundidad en las explicaciones del embajador Crocker:

«Lo que hemos visto de primera mano con los efectivos adicionales y la iniciativa encaminada a llevar la lucha a los bastiones enemigos constituye, creo yo, progreso tangible en términos de seguridad sobre el terreno en el oeste y en sur. Esto tiene que cambiar progresivamente — y de nuevo, estamos siendo testigos de una transición de siete provincias y distritos al control afgano — al control afgano sostenible. De manera que me parece que ya se puede ver lo que tratamos de hacer — en una provincia tras otra, un distrito tras otro, sentar las condiciones en las que la administración pública afgana puede asentarse y permanecer firme».

El Senador Demócrata de Virginia Jim Webb, veterano de Vietnam y ex secretario de la marina, señalaba el defecto evidente de esta estrategia paulatina. «El terrorismo internacional – los conflictos de guerrillas en general — es intrínsecamente móvil», dijo. «De forma que garantizar un área concreta… no garantiza por fuerza que has reducido la capacidad de esa clase de fuerzas. Son móviles, se mueven».

Ello exigirá muchos efectivos más de las 100.000 tropas estadounidenses para ocupar con seguridad el país entero. Como apuntaba Webb, esto se traduce en que podemos acabar «jugando a aplastar al topo» mientras el enemigo sale de un escondite y se oculta en una zona que ya hemos pacificado.

Si nuestra intención, como decía Crocker, es «dejar atrás una administración pública lo bastante buena para garantizar que el país no vuelve a degenerar en refugio de al-Qaeda», entonces tenemos dos posibilidades: o no llegamos nunca a la meta, o llegamos ya.

Según el calendario de Obama, se supone que todos los efectivos estadounidenses han de estar fuera de Afganistán antes de 2014. ¿Será la administración pública afgana, acusadamente corrupta y frustrantemente errática, «lo bastante buena» dentro de tres años? ¿Habrá desterrado la sociedad afgana la pobreza, el analfabetismo y la desconfianza en la autoridad central que inevitablemente destruyen la legitimidad de cualquier régimen en Kabul? ¿Perseguirá obedientemente los objetivos estadounidenses el ejército afgano, con independencia de sus medios? ¿O decidirán sus intereses y actuarán en consecuencia los líderes militares y civiles del país?

Los Demócratas del Comité de Exteriores del Senado difundían un informe esta semana advirtiendo de que los casi 19.000 millones de dólares en ayuda exterior prestada a Afganistán a lo largo de la última década podrían acabar teniendo escaso impacto. «Los efectos secundarios de inyectar grandes cantidades de dinero en una zona de guerra no se pueden subestimar», afirma el informe.

El hecho es que en 2014 no habrá garantías. Tal vez nos parezca progresivamente menos probable que los talibanes puedan recuperar el poder e invitar a volver a al-Qaeda. Pero ese pequeño incremento de la seguridad no justifica la sangre y los recursos que habremos empleado de aquí a entonces.

Yo tengo una opinión diferente. Deberíamos declarar la victoria y marcharnos.

Quisimos deponer al régimen talibán, y lo hicimos. Queríamos instaurar una nueva administración que responda a sus electores en las urnas, y lo hicimos. Queríamos desmantelar la infraestructura de campamentos de entrenamiento y refugios de al-Qaeda, y lo hicimos. Queríamos matar o capturar a Osama bin Laden, y lo hicimos.

Aún así, afirman los militaristas, hemos de permanecer en Afganistán a causa de la peligrosa inestabilidad instalada a lo largo de la frontera con el nuclear Pakistán. Pero, ¿alguien se cree que la guerra en Afganistán ha hecho más estable a Pakistán? Puede que sea útil disponer de una cierta presencia militar estadounidense en la región. Esto se podría lograr, sin embargo, con muchos menos efectivos de las 100.000 tropas — y no estarían repartidas por el paraje afgano, inmersas en una dudosa tentativa de construcción de la identidad nacional.

La amenaza procedente de Afganistán se marchó. Traigamos las tropas a casa.

Eugene Robinson
Premio Pulitzer 2009 al comentario político.
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