Según documentos recien desclasificados por el MI5, hubo muchos más británicos de lo que hasta ahora se estimaba que fueron a combatir el fascismo a España a finales de los años 30. Los registros del servicio de inteligencia interna del Reino Unido incluyen los nombres de cerca de 4.000 hombres y mujeres «sospechosos» de viajar a territorio español para unirse al conflicto, frente a los 2.500 que los historiadores citan generalmente. En la lista figura George Orwell.

Varios medios británicos destaca la noticia y recuerdan que este año se conmemora el 75 aniversario del inicio de la Guerra Civil española. Los archivos secretos pueden descargarse de forma gratuita durante un mes en la web del National Archive. Asi dio la noticia Channel 4:

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La BBC menciona que la Guerra civil arrastró a más de 4.000 británicos e irlandeses. Explican que «los archivos incluyen más de 200 páginas que detallan los movimientos de los hombres y mujeres que dejaron los puertos británicos par ir a España, así como un «cuadro de honor« de algunos de los muertos en acción. Muchos de los voluntarios eran comunistas y de interés para el MI5. Uno de los nombres en la lista es Eric Blair, más conocido como el autor George Orwell. Sus experiencias en la Guerra Civil española se han documentado en su libro «Homenaje a Cataluña«.

«Los detalles sobre quienes se unieron a la lucha contra las fuerzas del general Franco entre 1936 y 1939 continuaron siendo actualizado por el servicio de seguridad MI5 hasta mediados de la década de 1950″.

The Guardian destaca la «historia secreta de los voluntarios británicos de la guerra civil española». Pero considera que «hay que ser prudentes» al valorar las revelaciones: «La lista recoge, esencialmente, a los radicales que la inteligencia británica sospechaba que habían ir a España (a menudo con una corroboración posterior). Por ello, la lista incluye tambien a aquellos que no fueron a España a luchar (como la escritora Valentine Ackland y el periodista John Langdon-Davies), así como Eric Blair / George Orwell, que lucharon  por el contingente ILP mucho menor. Hay que tener en cuenta que algunos de los mencionados es muy posible que no ha llegaran a España.

El Daily Mail explica como «unas 4.000 personas procedentes de Gran Bretaña e Irlanda fueron considerados sospechoso de viajar a España en la década de 1930 para unirse a las Brigadas Internacionales que luchaban contra las fuerzas del general Francisco Franco. Esto es mucho más que la cifra de alrededor de 2.500 voluntarios británicos que en general es citada por los historiadores, aunque pueden incluir algunos que no llegaron a España. En los registros del MI5 figuran algunos nombres conocidos, entre ellos el autor socialista George Orwell y el dirigente sindical Jack Jones».

Brigadas internacionales
(Foto: Flickr/La hipatia)

 

E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson. Constituye una ironía de los tiempos modernos que el tipo de escándalo sexual más devastador, en el caso de los políticos al menos, no implique mantener relaciones sexuales reales. Como el congresista Anthony Weiner ha descubierto.

Weiner, que dimitía el jueves, se aseguró su propia caída hace años cuando empezó a enviar imágenes obscenas y mensajes subidos de tono a mujeres de internet al azar. Habría salido mejor parado de haber acordado encontrarse con esas mujeres en citas secretas — porque tampoco es que haya indicación alguna de que las mujeres tuvieran el interés más remoto en encontrarse con Weiner con ese objetivo.

Permítame aclarar: no sugiero que cometer adulterio deje a Weiner, ni a nadie, «mejor parado» en un sentido moral. Voy a entrar en esa importante dimensión del escándalo Weiner, pero primero quiero considerar las facetas prácticas de forma tan desapasionada como sea posible.

A pesar de todo su talento deslumbrante, a pesar de todo su desparpajo neoyorquino, Weiner fue ignorante e ingenuo con la red en la misma medida. Hay ciertas cosas del ciberespacio, y ciertas cosas de la naturaleza humana, que cualquiera tentado de convertir en pasatiempo el envío de mensajes SMS subidos de tono tendría que saber de verdad.

La primera es el hecho de que la red no es, repito no es, un espacio privado. Es esencialmente un ámbito público en el que es difícil, por no decir imposible, mantenerse activo pero pasar inadvertido.

La caída de Weiner en desgracia empezó hace tres semanas cuando, a través de la red social Twitter, envió una fotografía de su entrepierna en ropa interior a una universitaria de la pública de Washington con la que había mantenido intercambios de mensajes en Twitter, o «tuits». Weiner se dio cuenta inmediatamente de que había cometido un error — en lugar de enviar la foto a través de un canal privado, la envió a través de un canal público que la facilitaría a cualquiera de los 300 millones de usuarios de Twitter. Repito: 300 millones.

Weiner bajó rápidamente la fotografía obscena pero no antes de ser descubierta y capturada electrónicamente por activistas conservadores que venían siguiendo sus actividades en el ciberespacio durante algún tiempo. El congresista había dado a conocer brevemente su afición privada — estoy convencido de que «basura» es el término artístico — en una esfera pública. De ahí parte el desmoronamiento de una prometedora carrera política.

Weiner tampoco era consciente al parecer de que la red nunca olvida. Una vez se ha enviado un mensaje o una fotografía en el ciberespacio, hay que dar por sentado que vivirá para siempre. El receptor puede conservar una copia — como sucedió al parecer con otras mujeres que compartían jugosas fotografías comparables que Weiner les enviaba, incluyendo una por lo menos sin ropa interior.

Las misivas obscenas también tenían que atravesar diversos servidores y conexiones de camino — ¿hace copias alguno de ellos? — y en el caso de Weiner, terminar siendo inquilinas de las grandes granjas de servidores de Twitter y Facebook.

¿De verdad quiere usted que Mark Zuckerberg tenga fotografías íntimas de sus partes pudendas? ¿En serio?

Y por último — recuerde, seguimos hablando solamente de los aspectos prácticos — Weiner ignoró el hecho de que una persona conocida solamente como «amigo» en Facebook, o alguien que te «sigue» en Twitter, sigue siendo un extraño básicamente. Sí, es posible aprender mucho acerca de una persona a través de una relación desarrollada íntegramente en el ciberespacio — mucho, pero no suficiente.

Permítame proponer una norma general: si intercambia mensajes instantáneos explícitos con una estrella del porno, como hacía al parecer Weiner, con el tiempo va a ser el tema de una rueda de prensa convocada por la presentadora Gloria Allred.

No tiene sentido criticar la gestión, o la mala gestión, del escándalo por parte de Weiner. El resultado era conocido desde el principio, y la única cuestión era si Weiner dimitiría inmediatamente — como hizo el ex congresista Chris Lee cuando diversos portales publicaron una foto sin camisa que envió a una mujer que conoció en Craigslist – o si pasaría una semana o dos negándolo.

Ahora el interrogante moral: otros políticos — como el Senador Republicano David Vitter, o Bill Clinton, por poner sólo dos nombres de muchos — sobrevivieron en la administración a escándalos sexuales en los que hubo, ya sabe, contacto real. Las transgresiones de Weiner implican fantasías sexuales, ninguna realidad sexual. ¿En serio lo que hizo fue tan malo que tenía que dimitir?

Sí, lo fue. A juzgar por todas las pruebas, Weiner no fue alentado ni inducido por ninguna de estas mujeres. ?l les imponía sus fantasías y sus fotografías eróticas a ellas, casi igual que si fuera un exhibicionista de los de gabardina. Era una intrusión de la privacidad, tal vez hasta un allanamiento, pero era grave e insalvablemente espeluznante.

La Cámara echará de menos la voz progresista de Anthony Weiner. Pero no tenía más opción que marcharse.

Asi se repartieron los votos el 22M

En la red circula una interesante representación gráfica de cómo se repartieron los sufragios de los 34.682.112 millones de españoles con derecho a voto en la elecciones municipales y autonómicas del pasado 22 de mayo. La novedad con respecto a la que publicaron todos los medios con los resultados es que en esta se incluyen también las abstenciones, votos en blanco y nulos.

El gráfico muestra muy claramente como el «ganador» de las elecciones acaparando un tercio de los votos potenciales fue la abstención, con 10 puntos porcentuales más que el PP y casi el doble que el PSOE. Además se puede comprobar como los votos en blanco suman un porcentaje de votos similar al que logró CiU. Y como un 11% de los españoles que sí acudió a las urnas, dio su voto a partidos minoritarios que apenas lograron representación.

La plasmación del resultado deja margen para varias reflexiones y está circulando con profusion entre los seguidores del movimiento 15M.

 

E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Eugene Robinson-Washington. Seamos honestos: la afirmación del Presidente Obama de que la intervención militar en Libia no constituye «acto hostil» es un disparate, y el Congreso hace bien en pedir cuentas.

Castigar las filas y las instalaciones del dictador Moammar Gaddafi desde el cielo con aparatos no tripulados puede o puede no ser lo correcto, pero constituye acto hostil claramente. De igual forma, proporcionar la información de Inteligencia, control y el apoyo logístico que permitieron que los aparatos aliados atacaran al ejército de Gadafi – y, paulatinamente, se acercaran al propio Gadafi – sólo puede considerarse acto hostil. Son actos de guerra.

Pero aun así Obama, con infrecuente desprecio hacia el lenguaje y hacia la lógica en la misma medida, adopta la postura de que lo que estamos haciendo en Libia no llega al umbral de «hostilidades» para activar la Ley de Competencias Bélicas, dentro de la cual los presidentes tienen que solicitar aprobación legislativa para cualquier campaña militar que se prolongue más allá de 90 jornadas. El presidente de la Cámara John Boehner decía que la afirmación de Obama no satisface «la prueba de la risa», y tiene razón.

Sin duda, Boehner también juega a la política. En el pasado sostuvo que la Ley es «constitucionalmente sospechosa» porque aspira a atar de manos al jefe del ejecutivo. No me parece accidental que el recién descubierto respeto por parte de Boehner a tan discutido código coincida con la postura electoral del Partido Republicano, que consiste en decir que cada cosa que ha hecho Obama alguna vez es errónea.

Pero el código sigue estando en vigor y, aunque los presidentes de ambos partidos encuentran de forma rutinaria formas de esquivarlo, normalmente encuentran una evasiva más solvente que decir: «¿Guerra? ¿Qué guerra?»

Al autorizar la campaña libia, Obama dijo que la participación estadounidense duraría «días, no semanas». Al menos tenía razón en el «no semanas»: la iniciativa militar encaminada a deponer a Gadafi entra en su cuarto mes, sin final a la vista.

Era de esperar que los progresistas del Congreso como el congresista Demócrata de Ohio Dennis Kucinich citaran la Ley de Competencias para cuestionar a un presidente titular que tomó la decisión unilateral de emprender una guerra. Lo nuevo es la significativa opinión pacifista que venimos escuchando de los Republicanos, sobre todo de aquellos que se identifican con el movimiento fiscal.

Durante décadas, el Partido Republicano ha preferido una política exterior intervencionista y robusta fuertemente dependientes de la disposición a valerse de las leyes de despliegue del ejército. Esto podría estar cambiando, a medida que las voces Republicanas contrarias — se llamen neo-aislacionistas, constitucionalistas o incluso pacifistas – exigen ser escuchadas.

A pesar de adoptar la ridícula postura de que bombardear no constituye acto hostil, Obama probablemente gane esta lucha por la supremacía con el Capitolio. Boehner se ha mostrado frío ante la idea de desplegar las únicas armas reales del Congreso, las competencias de la cartera; cualquier tentativa de bloquear la financiación de la operación libia podría retratarse como abandono de «las tropas» a su suerte. Y con independencia de lo que suceda en la Cámara, el secretario de la mayoría en el Senado Harry Reid ha indicado que respalda la opinión de Obama. Probablemente escuchemos mucho ruido e indignación, pero ningún impacto real.

Pero espero equivocarme. Los intereses nacionales serían satisfechos mucho mejor si tuviéramos un debate abierto en torno a la campaña libia — y por ampliación, en torno al uso adecuado de las competencias militares en un mundo que cambia vertiginosamente.

¿Vamos a utilizar la fuerza militar para proteger a los civiles en peligro inminente de ser masacrados por fuerzas leales a un régimen despótico? ?sa fue la razón que se dio para intervenir en Libia. ¿Pero qué hay de Siria, donde lleva semanas en marcha una masacre de civiles que piden libertades? ¿Qué hay de Yemen, donde los civiles vienen muriendo en las calles?

¿Y qué pasa con los civiles que pierden la vida de forma fortuita, como los nueve fallecidos presuntamente el domingo cuando un proyectil perdido de la OTAN impactó contra un barrio residencial de Trípoli? ¿Existe un extremo en el que la muerte y la destrucción de una guerra civil interminable sobrepasan cualquier cosa que las fuerzas de Gadafi pudieran haber perpetrado de haber entrado sin resistencia en el Bengasi bajo control rebelde?

Lo que es más importante, ¿qué estamos haciendo allí nosotros? ¿Estamos en Libia por razones altruistas o egoístas? ¿Principios o crudo? Suponiendo que Gadafi sea depuesto con el tiempo o asesinado, ¿luego qué? ¿Zarpamos simplemente? ¿O nos quedamos atascados en otro ejercicio ruinosamente caro más de construcción de la identidad nacional?

Y está la cuestión moral a considerar. La incorporación de la aviación teledirigida no tripulada facilita emprender la guerra sin sufrir bajas. ¿Pero puede llamarse guerra al menos una intervención militar sin riesgo? ¿O es casquería simplemente?

Un presidente intelectual como Obama debería ser capaz de encabezar una búsqueda de respuestas a estos interrogantes espinosos. En cuanto adquiera una mejor interpretación de la definición de «hostilidades».

 

 

E. Robinson

Premio Pulitzer 2009, Catedrático Neiman de Periodismo en Harvard y Editor de la sección Exterior del Washington Post.

 

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Que haya delgadas hebras de esperanza es bueno, pero no constituyen un plan. Tampoco justifican seguir derrochando vidas y recursos estadounidenses en el pozo sin fondo de Afganistán.

Ryan Crocker, el veterano diplomático candidato gracias al Presidente Obama a ser el próximo embajador estadounidense en Kabul, realizaba una evaluación realista de la guerra en testimonio el miércoles ante el Comité de Exteriores del Senado. En esto utilizo la palabra «realista» como sinónimo de «pesimista».

Avanzar es difícil, dijo Crocker, pero no es inútil.

No es inútil.

¿Qué demonios estamos haciendo? ¿Tenemos más de 100.000 efectivos destacados en Afganistán poniendo en peligro su vida y su integridad física, a un precio de 10.000 millones de dólares al mes, en busca de objetivos mal definidos cuyo logro se puede concebir, pero sólo un poco?

Los militaristas nos dicen que ahora más que nunca hemos de mantener el rumbo — que por fin, después de que Obama prácticamente triplicara las filas de tropas estadounidenses, estamos ganando. Quiero ser justo con este debate, de forma que permita que entre en profundidad en las explicaciones del embajador Crocker:

«Lo que hemos visto de primera mano con los efectivos adicionales y la iniciativa encaminada a llevar la lucha a los bastiones enemigos constituye, creo yo, progreso tangible en términos de seguridad sobre el terreno en el oeste y en sur. Esto tiene que cambiar progresivamente — y de nuevo, estamos siendo testigos de una transición de siete provincias y distritos al control afgano — al control afgano sostenible. De manera que me parece que ya se puede ver lo que tratamos de hacer — en una provincia tras otra, un distrito tras otro, sentar las condiciones en las que la administración pública afgana puede asentarse y permanecer firme».

El Senador Demócrata de Virginia Jim Webb, veterano de Vietnam y ex secretario de la marina, señalaba el defecto evidente de esta estrategia paulatina. «El terrorismo internacional – los conflictos de guerrillas en general — es intrínsecamente móvil», dijo. «De forma que garantizar un área concreta… no garantiza por fuerza que has reducido la capacidad de esa clase de fuerzas. Son móviles, se mueven».

Ello exigirá muchos efectivos más de las 100.000 tropas estadounidenses para ocupar con seguridad el país entero. Como apuntaba Webb, esto se traduce en que podemos acabar «jugando a aplastar al topo» mientras el enemigo sale de un escondite y se oculta en una zona que ya hemos pacificado.

Si nuestra intención, como decía Crocker, es «dejar atrás una administración pública lo bastante buena para garantizar que el país no vuelve a degenerar en refugio de al-Qaeda», entonces tenemos dos posibilidades: o no llegamos nunca a la meta, o llegamos ya.

Según el calendario de Obama, se supone que todos los efectivos estadounidenses han de estar fuera de Afganistán antes de 2014. ¿Será la administración pública afgana, acusadamente corrupta y frustrantemente errática, «lo bastante buena» dentro de tres años? ¿Habrá desterrado la sociedad afgana la pobreza, el analfabetismo y la desconfianza en la autoridad central que inevitablemente destruyen la legitimidad de cualquier régimen en Kabul? ¿Perseguirá obedientemente los objetivos estadounidenses el ejército afgano, con independencia de sus medios? ¿O decidirán sus intereses y actuarán en consecuencia los líderes militares y civiles del país?

Los Demócratas del Comité de Exteriores del Senado difundían un informe esta semana advirtiendo de que los casi 19.000 millones de dólares en ayuda exterior prestada a Afganistán a lo largo de la última década podrían acabar teniendo escaso impacto. «Los efectos secundarios de inyectar grandes cantidades de dinero en una zona de guerra no se pueden subestimar», afirma el informe.

El hecho es que en 2014 no habrá garantías. Tal vez nos parezca progresivamente menos probable que los talibanes puedan recuperar el poder e invitar a volver a al-Qaeda. Pero ese pequeño incremento de la seguridad no justifica la sangre y los recursos que habremos empleado de aquí a entonces.

Yo tengo una opinión diferente. Deberíamos declarar la victoria y marcharnos.

Quisimos deponer al régimen talibán, y lo hicimos. Queríamos instaurar una nueva administración que responda a sus electores en las urnas, y lo hicimos. Queríamos desmantelar la infraestructura de campamentos de entrenamiento y refugios de al-Qaeda, y lo hicimos. Queríamos matar o capturar a Osama bin Laden, y lo hicimos.

Aún así, afirman los militaristas, hemos de permanecer en Afganistán a causa de la peligrosa inestabilidad instalada a lo largo de la frontera con el nuclear Pakistán. Pero, ¿alguien se cree que la guerra en Afganistán ha hecho más estable a Pakistán? Puede que sea útil disponer de una cierta presencia militar estadounidense en la región. Esto se podría lograr, sin embargo, con muchos menos efectivos de las 100.000 tropas — y no estarían repartidas por el paraje afgano, inmersas en una dudosa tentativa de construcción de la identidad nacional.

La amenaza procedente de Afganistán se marchó. Traigamos las tropas a casa.

Eugene Robinson
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E. Robinson

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Hay quien escuchó una declaración de victoria, otros el reconocimiento de la derrota. Las numerosas contradicciones del discurso del Presidente Obama sobre Afganistán la noche del miércoles pretendían tal vez ocultar la idea esencial: decenas de miles de efectivos estadounidenses van a permanecer destacados durante tres años más al menos, perdiendo miembros o la vida parte de ellos, y Obama no dio ningún buen motivo.

El único debate en el seno de la administración, al parecer, era si traer a las tropas muy lentamente o no traerlas. Obama opta por la opción muy lentamente.

Dentro de un año, habremos replegado a los más de 30.000 efectivos «del incremento» que Obama destacó en combate hace 18 meses. Pero esto significa que casi 70.000 efectivos estadounidenses van a permanecer en Afganistán — cerca del doble de la cifra destacada allí cuando Obama llegó a la administración. Un «proceso de transición», en el que los afganos asumen la responsabilidad de la seguridad del país mientras los estadounidenses vuelven a casa, ha de haber finalizado en 2014. Pero suena como si algún tipo de considerable despliegue fuera a quedarse destacado en un papel «de apoyo».

En otras palabras, habrá tres años más de guerra seguidos de una presencia a largo plazo de magnitud no especificada.

¿Por qué? ¿Qué podemos ganar plausiblemente tras una década de guerra saliendo penosamente?

En su alocución, Obama daba un amplio abanico de motivos para considerar cumplida nuestra misión en Afganistán. La dirección de al-Qaeda se ha visto diezmada. Osama bin Laden está muerto. Los talibanes han sido expulsados del poder. La capacidad del ejecutivo afgano elegido libre y democráticamente con el respaldo estadounidense para librar la guerra — y quizá, algún día, mantener la paz — ha crecido a pasos agigantados.

«El objetivo al que aspiramos es factible», decía Obama, «y se puede expresar con sencillez: que no haya refugios desde los que al-Qaeda o sus filiales puedan lanzar ataques contra nuestra patria o nuestros aliados».

Según ese criterio, hemos tenido éxito. Las tropas pueden volver mañana – todas.

Si, por otra parte, el objetivo es dejar atrás un país que nunca se pueda utilizar de base terrorista, entonces el éxito es imposible. No se podrían dar garantías tan irrecusables con Canadá, no digamos Afganistán. ¿Han olvidado el Presidente y sus Generales que gran parte de la planificación de los atentados del 11 de septiembre de 2001 tuvo lugar en Alemania?

«No intentamos hacer de Afganistán un lugar perfecto», dijo Obama. Suena razonable — hasta darse cuenta de que el imperfecto Afganistán de 2014 se parecerá mucho desde luego al imperfecto Afganistán de hoy.

Dentro de tres años, el ejecutivo afgano seguirá siendo integralmente corrupto. Los talibanes seguirán teniendo considerable apoyo, sustentado en la etnia y el parentesco, en el interior pastún. La desconfianza hacia la autoridad central seguirá siendo un rasgo nacional definitorio.

Ya hemos hecho todo lo que está en nuestra mano para eliminar la amenaza terrorista que Afganistán planteaba en tiempos. No está a nuestro alcance imponer una paz y una prosperidad duraderas. Obama reconoció que esto sólo puede lograrse a través de un acuerdo político. Pero sólo los afganos pueden llegar a – y mantener – un acuerdo así.

En esencia, utilizamos medios militares para perseguir fines políticos más allá de nuestro alcance. Obama debería de darse cuenta que no tiene el más mínimo sentido.

Lo más descorazonador del discurso de Obama tal vez sea la ausencia de ideas frescas o incluso de razonamiento claro. Era difícil saber si mantenía su estrategia de contrainsurgencia o si cambiaba a un enfoque de contraterrorismo – o, quizá, si hacía un poco de las dos cosas. No hay pruebas de que haya considerado la posibilidad de que la guerra no sea perpetuada en la búsqueda racional de nuestros intereses nacionales, sino por su propia inercia.

Tampoco se produjo ninguna indicación de que hubiera examinado detenidamente los pasajes melosos diseñados para poner el conflicto en un contexto de la política exterior más amplio. No podemos «replegarnos de nuestras responsabilidades» pero tampoco nos podemos «extralimitar», y por tanto hemos de «proyectar un rumbo más centrado». Tenemos que ser «tan prácticos como apasionados, tan estratégicos como resueltos». Si tiene alguna idea de lo que significa esto, hágamelo saber por favor.

Obama sí dijo que siempre que la intervención militar sea necesaria, debería de ser internacional en lugar de unilateral. Como ejemplo, ponía Libia, donde la OTAN está a cargo de forma nominal. Debió haberse perdido el discurso de su secretario saliente de defensa Robert Gates, que advertía que la OTAN se está transformando en un mal chiste inofensivo.

El presidente sólo fue clarísimo en un único punto: por ahora, la guerra va a continuar.

Eugene Robinson
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Il Foglio incluye un artículo de Ernesto Felli y Giovanni Tria titulado: «Hermanos de España» y repasa los muchos puntos en común que tienen las economías de ambos países y los problemas. Y defienden que «los dos países necesitan opciones políticas valientes, independientemente de quien tenga la responsabilidad de gobierno».

Zapatero y Berlusconi
(Foto: Flickr/Calcio Better)

Il Foglio apunta también a las semejanzas políticas: «No sólo el clima es parecido. También la situación política, en un juego de simetrías invertidas, ofrece semejanzas. En Madrid, Zapatero defiende las reformas, en el último debate sobre el estado de la Nación, y la oposición, guiada por Mariano Rajoy, pide elecciones anticipadas. En Roma, la misma historia, aunque con los papeles invertidos: Berlusconi defiende los reajustes económicos. Su plan debería conjugar estabilidad y reformas, pero el clima es muy incierto. Y también en Italia el jefe del principal partido de la oposición, en este caso el centro-izquierda, pide elecciones anticipadas».

Pero el analisis se centra en lo económico: «los dos países tienen una estructura económica parecida. Italia es un poco más grande. Además, los dos países comparten un mercado laboral igualmente problemático: una elevada tasa de desempleo en España, una baja tasa de participación en Italia, y un dualismo parecido entre los trabajadores protegidos y no protegidos».

«Sin embargo, España, que ha sufrido un fuerte deterioro cíclico del presupuesto público como consecuencia de la Gran Recesión, tiene una deuda pública en relación con el PIB que, aunque está creciendo, el año pasado era todavía aproximadamente la mitad de la de Italia. Si a esto añadimos la dimensión del sector público español, más pequeña respecto a Italia, descubrimos una paradoja al comparar ambos países.» resaltan.

«Consideremos el gasto público en relación con el PIB como indicador de la dimensión del Estado. Pues bien, en 2007, es decir antes de las medidas fiscales para afrontar la crisis que en España han sido más duras que en Italia, el sector público español era casi diez puntos ??más pequeño? que el italiano. Una vez retiradas las medidas anti-crisis, para España será complicado reducir el déficit y al mismo tiempo engancharse al crecimiento. Y viceversa, desde este punto de vista, Italia tiene más grados de libertad (aunque ya no quedan grandes empresas públicas a privatizar en ninguno de los dos países)».

El diario italiano concluye: «El balance cero en 2014 puede alcanzarse reduciendo gradualmente la relación gasto público-PIB a niveles de 2000. Sin embargo, en Italia, lo mismo que en España, el problema sigue siendo el crecimiento. También en esto Italia tiene más margen de maniobra que España, por ejemplo en cuanto a reducción de impuestos. De todos modos, los dos países necesitan opciones políticas valientes, independientemente de quien tenga la responsabilidad de gobierno».

Martine Audusseau, de RTL explica en radiocable.com que si Alfredo Perez Rubalcaba dejase el gobierno para preparar las elecciones generales se protegería en el plano político y serviría para que «no se queme». Pero considera que tiene talla suficiente para seguir al mando, aguantar las críticas y enfrentarse al PP.

Martine Audusseau

Para Martine Audusseau, Rubalcaba es «el mejor candidato para el PSOE» y si dejara su cargo institucional podría prepararse mejor para las elecciones. Cree que ahora mismo, «el único riesgo que corre es que la oposición lo ataque mucho entre hoy y las elecciones». Por eso asegura que dejar de estar tan expuesto antes de la campaña electoral, lo protegería.

Pero la corresponsal considera que «de todas maneras lo van a atacar» y «quizá sea mejor que siga al mando, porque eso es lo que los socialistas esperan, que Rubalcaba esté al mando». Y apunta que el vicepresidente es «un gran político, muy capaz de aguantar las críticas y enfrentarse al PP».

El prestigioso diario conservador alemana habla del «regalo de Europa a los vascos de Bildu» en referencia a la designación de San Sebastián como Capital Cultural 2016. La crónica es de su corresponsal Leo Wieland y asegura que «el resto de España se asombra.

San Sebastián
(Foto: Flickr/J-cornelius)

El Frankfuerter Allgemeine Zeitung recoge: «en contra de lo esperado, la bella ciudad norteña ha obtenido ahora la concesión del título de Capital Cultural Europea 2016. El alcalde Izagirre, que hasta hace poco no sabía si este proyecto le gustaba o no, reaccionó con suma alegría ?? y dijo que seguramente sería beneficioso para la ??normalización política en el País Vasco??. Con ello pronunció el término clave, puesto que también el jurado había mezclado aquí la cultura con la política y las buenas intenciones».

«El presidente austríaco Manfred Gaulhofer indicó, al anunciar la adjudicación, que la decisión a favor de San Sebastián podría ayudar a superara la ??historia de violencia?? local. En cambio, la pregunta que se planteaba ayer el resto de España era si no se estaba dando cancha así a los intereses de alguien inapropiado. No en vano, el alcalde Izagirre es una criatura de la agrupación radical-nacionalista vasca Bildu» destacan.

La recomendaciones de la UE o el FMI a Grecia desde que estalló la crisis de la deuda son de aplicar recortes en el gasto social, las pensiones, la asistencia sanitaria y el sector público. Pero el periodista francés Jean-Louis Denier denuncia que durante este tiempo el gobierno griego ha seguido gastando grandes sumas de dinero en un armamento que es discutible que necesite. Incluso cree que se podría haber obligado al país a respetar contratos de compra de armas con proveedores europeos.

Un tanque griego
(Foto: Flickr/modly)

Grecia pese a estar al borde de la bancarrota ha sido, según un estudio del instituto SIPRI de Estocolmo, el quinto mayor comprador de armas en el mundo entre 2005 y 2009. Con 133.000 soldados, Grecia tiene el mayor ejército de los países de la OTAN en proporción a sus habitantes (11 millones). Mantiene un conflicto histórico y una especie de «guerra fría» con Turquía que se proyecta en este frenesí armamentístico, pero ambos países son miembros de la Alianza Atlántica.

Ningún país de Europa invierte tanto dinero per cápita en armas como Grecia: un 4,3% de su PIB frente al 2,2% de Francia o el 1,1% de España. Algunas fuentes apuntan que con el descalabro de la crisis, el dato griego se ha reducido al 3,2%. Pero en cualquier caso, el porcentaje sigue muy por encima del resto de países miembros.

Hay evidencias de que parte del sobreendeudamiento griego de los últimos años se debe precisamente a los gastos militares, incluso con la sospecha de sobornos de intermediarios europeos. Y los países proveedores de este armamento y que mas han animado -y siguen haciendolo- a Grecia a firmar estas operaciones armamentística son EEUU, Alemania y Francia… los mismos que están exigiéndole drásticas medidas de austeridad.

Daniel Cohn Bendit ya denunció la «hipocresía europea» porque en 2010 Francia vendió a Grecia seis fragatas por valor de 2.500 millones de euros, helicópteros por 400 millones o rafales de combate a 100 millones la unidad. Además Alemania vendió seis submarinos al gobierno heleno por 1.000 millones. Y más recientemente se habla también de 2.000 millones de dólares en aviones de combate estadounidense y 3.000 en helicópteros de combate galos.

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Incluso segun el europarlamentario, Francia presionó al gobierno de Papandreu vinculando la aprobación del primer rescate de 2010 al pago de los contratos de armamento. Asi se obligaba a Grecia a ahorrar en Defensa, pero al mismo tiempo le exigían respetar los contratos con las empresas europeas de armas.

Steve McGiffen apunta en un texto que parece que «los rescates están en realidad directa o indirectamente dedicados a la compra de armas. Año tras año Grecia, un país de renta media que ya no puede permitirse ofrecer a sus ciudadanos los medios para llevar una vida digna, productiva y satisfactoria, ha estado gastando dinero que no tiene en armas que no necesita. El dinero para comprar este armamento es suministrado por los préstamos bancarios que vienen de los mismos países que venden las armas, incluidos los EEUU, Alemania y Francia».

Sorprende que ninguna institucion, ni parlamento europeo o nacional esté estudiando seriamente la cuestión. «¿Desinteres o un lobby eficaz?» se pregunta Jean Louis Denier.